martes, 21 de diciembre de 2021

VENCIDOS SÍ, PERO NO DERROTADOS

 


Para estas navidades me estoy regalando, -yo siempre me regalo algo por Navidad-, aprenderme el poema de León Felipe, Vencidos. Luego lo trabajaré, como en su día hice con otros poemas, -especialmente contento quedé de las Serranillas del Marqués de Santillana-, hasta encontrarles la modulación adecuada al recitarlo. Es un trabajo duro y hermoso. 

Aunque yo no soy de esos que piensan como mi adorado Virgilio, Labor improbus omnia vincit, que traducido al español viene nuestro poeta a sentenciar que el trabajo duro venció todos los obstáculos; estoy convencido de que el esfuerzo bien empleado allana el camino hacia el “posible” éxito. La serendipia, esa palabreja que ahora se ha puesto de moda, no suele darse en el mundo de las Musas.

 


¡Qué versos tan hermosos los de León Felipe! La primera vez que escuché el poema Vencidos, fue en la versión que Joan Manuel Serrat hizo en uno de los discos fundamentales de la música moderna española, Mediterráneo. Entonces, como ahora, me sobrecogió la intensidad del poema, Ahora, como entonces, considero que la música de Serrat le queda como anillo al dedo al poema de León Felipe. Luego, tal vez días, meses o años después, Así es mi vida, piedra, como tú, cantó Paco Ibáñez. Otro poema de León Felipe. Solo dos poemas musicados de forma extraordinaria fueron un feliz incentivo para leer la excelente obra de nuestro poeta.

Ando yo repensando el poema de León Felipe, donde canta, me gusta emplear el término cantor para los poetas, a D. Quijote y a sí mismo. Ando pensando ese desdoblamiento que sufre el protagonista del poema, donde es al mismo tiempo la contemplación y lo contemplado.

El protagonista del poema es D. Quijote, que regresa a través de la terrible estepa castellana, que dijera Manuel Machado, a su lugar. Vuelve obligado por la condición que le impusiera el caballero de la Blanca Luna, cuando D. Quijote acepta su desafío en la playa de Barcino, dicha condición no es otra que si D. Quijote es derrotado deberá volver a su aldea y no tomar las armas durante un año. Además, tendrá que admitir que Dulcinea es menos hermosa que la dama de su rival. Y aquí viene uno de los momentos más grandes e intensos de la literatura de todos los tiempos y mundos posibles, cuando D. Quijote es derrotado y el caballero de la Blanca Luna, -como ustedes saben no es otro que el Bachiller Sansón Carrasco, disfrazado de caballero andante-, le pide, poniéndole la lanza sobre la visera, que reconozca que su dama es más hermosa que Dulcinea del Toboso. Citemos literalmente del capítulo XLIIII, de la segunda parte del Quijote:

Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:

—Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra.

 

Palabras hermosas dignas de un héroe. Dignas de Cervantes. Así, vencido, vuelve el caballero a su casa y así le ve pasar León Felipe. Va el caballero vencido, pero con toda su dignidad intacta, vencido pero un gigante, quizás más grande que nunca. Así el poeta le sueña y se metamorfosea en el caballero andante que pasa por el rectángulo de su ventana. Y se produce una metempsicosis que une al lector del poema con el ilustre hidalgo que luchó contra gigantes convertidos en molinos de vientos. En ese momento todos somos D. Quijote porque ese momento existe siempre en toda vida. No en uno sino en muchos momentos repetidos se ha de abandonar la playa de Barcino y volver a casa, vencido.


Y es la grandeza de la derrota saber aceptarla. Porque la verdadera derrota no es la falta de éxito, sino el olvido de aquello por lo que se ha luchado. La zorra de la fábula es una derrotada no porque tras dar muchísimos saltos no alcanza las uvas, dejando en muy mal lugar a Virgilio y su verso, sino porque se marcha afirmando que están verdes. Tras esta afirmación todo el esfuerzo anterior queda como una estupidez. D. Quijote es vencido, no derrotado. Cantaba Joaquín Sabina hace ya algunos años que a ti y a mí nos gusta el verbo fracasar, en una bellísima canción titulada Conductores suicidas. La única derrota es despreciar aquello por lo que se ha luchado.

Quizás se pueda decir que D. Quijote, tras volver a su aldea o lugar, propone convertirse en pastor y también se lo propone a sus amigos. Pero es que Alonso Quijano, que durante un año no puede ser D. Quijote, no quiere tener que ser Alonso Quijano durante todo un año, -hasta que pueda volver a ser D. Quijote-, por eso propone convertirse en el pastor Quijotiz y a Sancho Panza en el pastor Pancino.

Porque sepan vuesas mercedes que me leen que yerran todos los que consideren que Alonso Quijano se vuelve loco al convertirse en D. Quijote. Alonso Quijano, un anciano que ha llevado una existencia gris, vacía, en un lugar de la Mancha sin nombre ni interés, sin más aliciente que las conversaciones con el cura y el barbero, atendido por una dueña bastante pesada y atendiendo a una sobrina que ya podía estar casada, Alonso Quijano que ha ido un par de veces para ver, sin ser visto, a Aldonza Lorenzo, de quien está secretamente enamorado, pero es un amor imposible porque él es un viejo y Aldonza está en la flor de la vida, Alonso Quijano, digo y sentencio, realiza el mayor acto de cordura al volverse loco y convertirse en D. Quijote ¿Qué vida le esperaba a Alonso Quijano? ¡Qué vida ha tenido siendo el más grande caballero que vieron los siglos, el nunca vencido D. Quijote de la Mancha!

El horizonte de Alonso Quijano era siempre la misma linde de la Mancha. D. Quijote no tiene fronteras, el Universo se le queda chico. Por eso crea mundos paralelos donde pueda vivir sus hazañas a las que no puede bastar cuenta cierta, que diría Jorge Manríquez. Alonso Quijano no puede amar a la labriega y juvenil Aldonza Lorenzo, porque, aunque podría pactar un matrimonio de conveniencia, él sabe que un viejo con una muchacha son cuernos para hoy y para mañana; pero D. Quijote no tiene edad y por tanto es el digno caballero que ama y es amado por la sin par Dulcinea del Toboso.


Por eso, en ocasiones me pregunto con tristeza ¿por qué no tengo el valor de Alonso Quijano y me vuelvo loco? Y entonces, a través de la ventana miro al caballero vencido que está pasando por la manchega llanura. Y León Felipe le pide hazme un sitio en tu montura/ caballero derrotado, donde la derrota se convierte en un signo de admiración, en una muestra de grandeza, de la humanidad que dignifica la palabra humano. Llévame a la grupa contigo/ caballero del honor.

Ser un soñador es maravilloso; ocultar los sueños porque no se han cumplido es una infamia; continuarlos cuando se ha demostrado que se carece de actitud para su consumación es asunto de necios. Pasolini, encarnando al pintor Giotto, se pregunta al final de su maravillosa versión cinematográfica de El Decamerón, ¿por qué crear una obra cuando es más bello simplemente soñarla?

D. Quijote es el sueño de Alonso Quijano. Y Alonso Quijano es la pesadilla tácita de D. Quijote de la Mancha, quien se define a sí mismo como caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso. (Primera parte, capítulo VIII) Finalmente, como a León Felipe, la única esperanza que nos queda a algunos es la grupa de Rocinante.