jueves, 23 de abril de 2020

UNA FLOR SOBRE SU REGAZO


Algunas personas necesitan un estimulante matutino para acudir a su trabajo. Es mi caso. Lo mío se limita a un café doméstico con leche y una cucharada de miel y la lectura de un artículo de alguno de mis autores preferidos. En el caso de no tener miel esta puede ser sustituida por azúcar y si no hay un artículo a mano, se sustituye por un par de poemas. No les censuro si no me creen, pero sin estos dos alicientes casi soy incapaz de vender mi tiempo.
Esta mañana leía el artículo “Al alba con la rosa” de Álvaro Cunqueiro, recogido en el volumen antológico “Papeles que fueron vidas”, edición de Néstor Luján y publicado por la editorial Tusquest ¡Qué prodigio y qué enorme responsabilidad que tu trabajo sea escribir un artículo sobre algunos poetas que cantaron a la rosa! No las tengo todas conmigo si el ánimo de mis hombros sería capaz de soportar semejante peso.

William Blake escribió el admirable verso “Oh, rose, thou art sick” (Oh, rosa, estás enferma) Repetí ese verso en otros tiempos muy duros, cuando el hospital fue el último cobijo de mi madre. Ahora lo repito a veces en el nombre de todos los que están en los hospitales, no sólo víctimas de la pandemia, de todos los que están en los hospitales esperando el momento de volver a sus casas. Oh, rose, thou art sick.
Cervantes dijo que la mano del médico debía ser como la de una madre ¿Quién puede expresar mejor el trato debido a un enfermo? Como una madre, firme para la medicina, tierna como las hadas de los cuentos infantiles de nuestra infancia para la caricia en la frente perlada por la fiebre. Y no dudo que lo es.
Hay profesiones que sólo se pueden realizar con calidad si en ellas interviene el corazón, profesiones como la del médico o el maestro. Por supuesto que pueden hacerse sin el corazón, como Chopin puede tocarse de una forma académica. Curará, sonará, pero no será medicina verdadera ni es la versión para los nocturnos de Chopin, que yo recomendaría.

Aristóteles hablaba de potencia y acto. Potencia es aquello que puede llegar a ser porque está en su esencia, acto es el hecho de ser. Todos somos un enfermo en potencia, todos tenemos una bala con nuestro nombre en esta especie de ruleta rusa que es la salud y la enfermedad, la vida y la muerte. Einstein refiriéndose al orden del Universo, afirmó que “Dios no juega a los dados”, pero el destino sí que parece un ludópata cuyo siquiatra está perennemente cerrado por vacaciones.
Pero la comprensión más afortunada sobre este juego de los contrarios que pone ante el espejo la terrible fragilidad humana, la ofreció Ramón Llull o Raimundo Lullio ese enorme filósofo mallorquín del siglo XIII y principios del XIV, aún estudiado en toda Europa, menos en España, "el amor es la concordia entre los diferentes." Paul Valéry, siglos después dijo "el blanco no puede existir sin el negro." Quién tenga oídos que escuche.
A veces nuestro destino está en manos de ese médico cuyo corazón desafía a la razón y consigue lo imposible, en ese músico que motiva al ánimo con un sí bemol para un valor del que creía carecer y que hace inútil la coraza de cobarde que llevo puesta cuando tú me miras.


viernes, 17 de abril de 2020

LAS PEQUEÑAS COSAS


El otro día fue mi cumpleaños. Me van a permitir que no diga cuantos, como Cervantes no quiso decir donde vivía Alonso Quijano o Bach dejó ese “buscando encontraréis” bíblico para los instrumentos en su “Arte de la fuga”. A ciertas edades es mejor guardar un discreto silencio y apagar las velas cuanto antes.
Entre otros regalos, Mili me envió un vídeo donde recitaba los cuatro primeros versos de “El Golem” de Borges. Ha sido este un regalo de una belleza de melocotoneros, de jazmines en flor, de conversación divertida con un mulato, cuánto te quiero, muchacho, bajo un bananero. Mis amigos saben de la devoción que tengo por la obra de Borges. Yo le considero el gran señor del relato corto y del microensayo. Aunque también suelo decir que la poesía de Borges, sólo es poesía cuando la recita Mili.
Me apresuré a llamar a mi agente de seguros para hacer una ampliación de mi póliza de hogar, agregando entre los bienes domésticos el vídeo de mi amiga. El agente me dijo que esto supondría un aumento significativo del coste anual de la póliza, pues el objeto declarado era demasiado valioso.
Y esto me lleva a pensar que existen dos tipos de valores, uno mensurable y que cotiza en bolsa, otro, inasible al destino y la moda, que no tiene medida y su valor se estima en la capacidad para conmovernos. Y este último valor habla directamente a nuestro ser más profundo y obtiene siempre una respuesta de nuestra parte, lo queramos o no.
En ocasiones el corazón salta ansioso por seguir la conversación; otras veces, se retira meditabundo a un lado oscuro desde el cual balbucea de forma tímida, aunque desea guardar silencio. Yo, mi yo que apenas percibo, soy esa conversación con ese recuerdo de una emoción. En ocasiones, a mi pesar o para mi placer. A veces es una vieja cuestión no zanjada.
  El poeta romano Catulo (Siglo I a. C.), en su decimonovena crisis amorosa con Lesbia, se queja doloroso de que desea olvidar a su infiel amada. Se queja, y esto es lo curioso, no de que le resulte imposible relegar a su amada a los desolados campos del olvido, sino de que puede conseguir olvidarla. Evidentemente, con semejante cuadro patológico, sabemos que el enfermo no va a sanar porque no quiere curarse. Catulo quizás deseaba perder el recuerdo, pero se negaba a perder con ello la experiencia emocional que traía consigo.
 Siempre me he preguntado a dónde habrán ido a parar aquellos sentimientos contradictorios de Catulo ¿Dónde estará el devastador dolor de Hécuba al ver su reino, Troya, destruido y sus hijos muertos por manos aqueas? ¿Cómo se decide el orden jerárquico en que siento, guardo y. quizás algún día, recuerdo mis emociones?


Es curioso que cuando veo la foto donde, celebrando el final de la II Guerra Mundial, un marinero y una chica se besan en mitad de una calle repleta de vítores, evoco de forma natural la emoción del momento, como un eco lejano que llegase hasta mí burlando las reglas del tiempo y sus fronteras. Igual que dicen los científicos que aún resuena el eco del Big Bang en todo el Universo.


Ignoro cuál es la cualidad que garantiza la persistencia de un hecho en el tiempo y su carga emotiva asociada. Hace un momento he mencionado la guerra de Troya, cuya memoria conmueve generación tras generación a la especie humana, como si todos hubiésemos tenido un abuelo que estuvo en Troya, mientras que la mayoría de las guerras del pasado sólo son páginas de la historia.
Es evidente que en algunos hechos hay una cualidad que les hace pervivir, incluso por encima de sus propias expectativas. Todos andamos por la vida con una mochila cargada de recuerdos en primer término. Entre ellos hay recuerdos fútiles, sin contenido, con menos profundidad que la cáscara de una nuez, pero siguen ahí. Mientras a nuestro pesar olvidamos momentos importantes, esos recuerdos vanos con sus sensaciones asociadas, persisten.
Poseen algo, pero ignoramos qué es. Porque la persistencia emocional del recuerdo es algo poco estudiado y es uno de los tesoros de nuestra especie. El estudio de los recuerdos emocionales y su proceso de selección sigue esperando turno en el cajón de las cosas importantes.
Y ahora, disculpen, tengo que dejarles porque estoy recordando una tarde con mi hija, sentados bajo una palmera y contemplábamos el mar…

jueves, 9 de abril de 2020

NERO, MA NON TROPPO


Hace algunos días, un conocido comentaba, llevado por esa moda inquisitorial que alimentada desde la ignorancia otorga oscuros motivos antisociales a costumbres y modos del lenguaje, afirmaba, decía, a quién quisiese escucharle que la cantidad de adjetivos donde el negro es un elemento negativo es prueba fehaciente de la tradicional xenofobia de los españoles.
Yo tengo mucha experiencia que avala lo contrario y habla de un pueblo generoso in extremis y hospitalario. Y así lo comenté. También que se ha puesto de moda, otra moda más e igualmente dañina, el otorgar crédito a toda opinión negativa o cargada de mala intención. Está a la orden del día el insulto contra las personas, colectivos y países. Se lo merezcan o no. Y se comparte felizmente a través de las redes llamadas sociales sin comprobar la veracidad de lo que se cuenta.
De esto último, asunto que me tiene bastante preocupado, espero recordar que tengo que hablar con ustedes un buen rato. Y digo “espero” porque mi memoria, según Borges es lo que el olvido se olvidó de llevar, cada vez está menos por la labor y el olvido, en mi caso, cada vez es menos olvidadizo

Volviendo al color negro. Como ustedes saben el negro es la ausencia de color. Como el blanco. Chesterton, en un artículo como todos los que escribió, genial, afirmaba que en España el negro sí es un color. Hay una distinción en el negro español que no lo tienen otras sociedades.  Se podría pensar que es cierto que cualquier idioma está cargado de referencias negativas contra este color o esta ausencia de color; pero no es lo primero, sino lo segundo. Me explico…
Nosotros, hijos del siglo XX y XXI, no conocemos la oscuridad absoluta. Nuestras ciudades están llenas de luces y ruidos a cualquier hora de las veinticuatro que componen un día. Como muchos no han experimentado jamás esa sensación de falta absoluta de luz, les resultará difícil comprender que en la oscuridad total no hay ningún color, ni siquiera el negro español.
La oscuridad absoluta es la nada, el vacío inmensurable que llama al abismo desde el propio abismo. Abyssus Abyssum vocat, dice el bellísimo salmo 42 de la Biblia. Nada que ver con el color negro y su falta de adaptación al resto de la pandilla Coloretes.
Hace años pasaba unos días en una casa rural con mis amigos del grupo de los locos. Grupo al que me llena de orgullo y satisfacción pertenecer por la calidad humana de sus componentes. Me desperté de madrugada, aún había tiempo para el amanecer, y con mi fiel compañero por aquel entonces, mi pequeño y negro perro Lukas salí de la casa y me aventuré por un camino rural que lleva hasta Ardales.




No había luz alguna y yo tampoco llevaba linterna. Entonces comprendí lo que el hombre antiguo sentía al caminar de noche cerrada.
Andado diez minutos escuchamos ruidos, algo se movía en una distancia de doscientos metros. Sentía a Lukas andar a mi lado, sabía que jamás se retiraba de mí, y continuamos el paso fiando el uno en el otro. Pasamos en paralelo a aquellos inquietantes ruidos, yo con el corazón empequeñecido en el pecho y sospecho que Lukas en la misma sazón. Pero pasamos, dejamos atrás aquel engendro mitológico o tal vez un tropel de demonios que volvían algo achispados de un akelarre. Llevábamos un buen trecho andado cuando el alba comenzó a despuntar y mi corazón a aplaudir ¿Ven ustedes la diferencia entre luz y tinieblas? Lo que antes fuera motivo de terrible inquietud tornose en un pacífico rebaño de cabras tras un cercado.
¿Cuántas veces el hombre preEdisón, sufría esta desazón a lo largo de su vida? Todas las noches hasta que llegaba la alborada, mil veces cantada por razones innumerables como lo son las arenas del desierto o las galaxias del Universo. Yo le dije a Lukas que, tal vez, el pandemónium se había transformado en cabras para divertirse aún más a nuestra costa. 
Lukas me miró y recordé, quizás fue el propio Lukas quien recordó, esa aventura más grande y jamás contada de la primera parte del Quijote, donde el más esforzado caballero que vieron los siglos y su no menos valiente escudero, sufren pasar toda una noche emboscados frente a un inquietante sonido que se repite una y otra vez, hasta que la llegada del alba revela que se trata de unos batanes.
Finalmente, para cerrar con broche de oro su exposición, el conocido nos dijo, y a quien quiso oírle, que al Diablo siempre se le pinta negro. Aquí tuve que intervenir y aclarar que el Diablo no es negro, sino que está achicharrado por su caída a los infiernos.





Sí hay Vírgenes negras, como la Moreneta. Pero no hay un Satán negro, sino quemadito hasta las entrañas. El desconocimiento impide incluso reconocer a un tipo tan fácil de ver como es el Diablo.


Si alguna vez quieren comprobar lo que digo sobre el abismo asómense a la boca de un pozo sin fondo, busquen un color, incluso la ausencia de color. No está. No existe el concepto y, por tanto, tampoco su inexistencia. Lo más parecido es eso que en alquimia llaman masa primigenia y que es un compuesto informe y oscuro de los cuatro elementos, aire, fuego, tierra y agua.
A estos cuatro elementos hay que añadir uno más, el espíritu de vida, que es lo que realmente busca en su laboratorio todo alquimista que se precie de serlo.