jueves, 23 de julio de 2020

EL ENIGMA DE LAS PUERTAS


 


Álvaro Cunqueiro escribió un maravilloso artículo, como todos los de Álvaro Cunqueiro, donde contaba de un trovador gallego del siglo XIII, Francisco Esquío, que recorrió el camino desde Santiago de Compostela hasta Lugo para ver a su amada y entró en la ciudad portando una flor en la mano para la dama de sus sueños. En recuerdo de este hecho y por instigación de Cunqueiro, el ayuntamiento lucense hizo grabar una inscripción en la porta Miña de Lugo, donde puede leerse en gallego que por allí entró el trovador Francisco Esquío con una flor en la mano para ver a su amada ¿Quién que viaje a Lugo, no se fotografiará junto a la Porta Miña? Solo un hombre o mujer sin corazón podrá dejar de hacerlo.

 
Pienso que la inscripción más famosa en el frontispicio de una puerta es aquella que lee Dante Alighieri a las puertas del Infierno en su “Divina Comedia”, “
Lasciate ogne speranza, voi ch’entrate “On, tú que entras, abandona toda esperanza” Con razón al divino poeta le tiemblan las piernas, mientras que el alma de Virgilio, el poeta romano no menos divino, imagino que posa su mano fraterna sobre el hombro del florentino para insuflarle fuerza en el alma. Por cierto, el famoso “Il pensieroso” de Rodin, no es otro que Dante en el momento que debe tomar la decisión de atravesar la puerta maldita o quedarse fuera.

Esto de las puertas es un asunto curioso. La puerta no es solo un impedimento para penetrar en un recinto, también es un celoso guardián de lo que se esconde en el interior. Por eso hubo puertas que planteaban enigmas para ser abiertas y otras que conducían a lugares insospechados. A mí particularmente me divierte esa puerta del juego de la Oca que no conduce a parte alguna, en un juego, curiosamente, minado de signos mistéricos. No me son menos simpáticas esas puertas que se abren y dan paso a un campo abierto, muy amadas por los surrealistas y los aficionados a la marihuana.

Una puerta cerrada es algo tan inquietante que las normas de caballerosidad antiguas proponían que abrir la puerta y entrar a un habitáculo desconocido debía hacerlo en primer lugar el caballero para proteger a la dama. Muy divertida era también la norma de que al subir por una escalera, el caballero debía ir delante para no ver los tobillos de la descendiente de Eva; al igual que a la bajada por si la dama daba un traspiés tener un sitio mullido sobre el que caer, es decir la espalda del noble descendiente de Adán, quien muy posiblemente, el caballero no Adán, se dejase la nariz contra el suelo. Pero de esto hablaremos otro día.

De puertas inaccesibles sabía el poeta romano Ovidio, contemporáneo de Virgilio, quien en uno de los poemas de su “Arte de amar”, se queda sin poder disfrutar de su amada porque nadie le abre la puerta para pasar al interior de la casa. A pesar de sus ruegos, la puerta se muestra sorda e imperturbable y se queda cerrada. Parecido es lo que cuenta el poeta Propercio, contemporáneo de Ovidio, a quien la puerta no se le abre, pero es porque guarda a su amada, la de Propercio, y nuestro poeta sospecha que además también protege a un mocito pinturero que le está haciendo el amor a la dama. Y esto es lo que mosquea a nuestro ilustre poeta romano. Así que le dedica algunos improperios a la puerta y ya que estaba allí y por si estaba escuchando, también le regala algunos epítetos a Cinthia, su inmortal y en ocasiones infiel amada.

Me recuerdo muy joven leyendo las quejas de Ovidio a la puerta. Y lo original que me pareció entonces el asunto. Años más tarde me enteré de que en realidad era un motivo para ejecutar con variantes, la gracia estaba en la variante, dentro de la lírica romana a la que soy tan aficionado. Cualquier día tengo que darles un poco la paliza y charlar sobre poesía y poetas romanos, pero hoy no será ese el asunto.

Por una puerta inesperada entré en el beso famoso que se dan San Joaquín y Santa Ana, ante la Puerta Magnífica, al saber Joaquín que su esposa, Ana, ya entrada en años, estaba embarazada. En su seno portaba nada menos que a la Virgen María. 

El felicísimo esposo no puede resistir la tentación y al escuchar la noticia corre en busca de su esposa, la cual está corriendo en busca de su amado cónyuge y ambos se encuentran en las afueras de Jerusalén, junto a la Puerta Magnífica ¡Para qué luego diga Hollywood que esta escena típica de final de comedia romántica, la inventaron ellos!

He dicho que entré por la puerta de atrás porque primero escuché la composición de Liszt para piano, inspirada en la contemplación del cuadro de Giotto, luego vi el cuadro de Giotto, y finalmente conocí la historia que está recogida en el protoevangelio o evangelio apócrifo de Santiago. Este curioso Evangelio escrito hacia el 120 d. J. C. es la fuente principal para el conocimiento de la infancia de la Virgen María. Lo cual dejo aquí para ilustración de marianos y curiosos.

De mis puertas la preferida es la que esculpió el artista renacentista Ghiberti y cuya imagen reproduzco, no podía ser menos, en este artículo. Es conocida como la puerta del Paraíso y dicho nombre se lo impuso nada más y nada menos que Miguel Ángel Buonarotti, al contemplar la grandeza artística de la obra. 

Es una de las puertas del Baptisterio de Florencia. La obra se compone de diez escenas del Antiguo Testamento y para muchos es una de las cumbres del arte de todos los tiempos. Tras una inundación en Florencia, se decidió guardar la puerta en el Museo dell´Opera del Duomo y colocar en el baptisterio una réplica. Así que si quieren ver el original ya saben a dónde ir ¡Ah, Florencia, algún día tengo que visitarte!

Algunas puertas escondían terribles secretos como las puertas del castillo de Barba Azul. En ocasiones el juego es elegir entre tres puertas y cada una de ellas tiene colgado un letrero que parece indicativo de lo que se guarda en la habitación; pero, como ustedes saben, en la mayoría de las ocasiones se trata de un engaño. Así, estas puertas eran peligrosamente juguetonas. Y luego, están las caprichosas. Esas que solo se abren cuando les da la gana, simulando que la culpa es del pestillo, siempre tiene que haber niños que paguen los platos rotos, o que se ha hinchado por una inundación que nadie recuerda.

Pero la más caprichosa de todas, desde mi punto de vista, es la puerta que abre la caverna del tesoro de los cuarenta ladrones. Esta puerta malcriada solo se abre si se pronuncia su frase favorita: “Ábrete, Sésamo.” Y entonces, ella, toda solicita, se abre, quizás con un gesto de rubor al forastero. ¡Disculpen, pero no puedo resistirme a incluir este cartel tan kitsh, para una película basada en el cuento de Alí Babá y los cuarenta ladrones! Sepan que mi hermano tiene buena parte de culpa de esta inclusión porque, como el que aquí escribe, adora este tipo de carteles.

De todas las puertas que he conocido la más diabólica es la que atraviesa Alicia para entrar en el País de las Maravillas. Digo esto porque la de Dante mencionada al comienzo de este artículo, contenía una advertencia; la de Alicia no avisa, sencillamente deja pasar a un mundo terrible donde el conejo vive eternamente pendiente del reloj y jamás tiene tiempo porque siempre llega tarde ¿Les suena? Otros están condenados a vivir siempre en la misma hora, lo cual podría traducirse como esclavizados también por el tiempo, sumado a todo esto, pájaros que emprenden carreras absurdas en círculos y gobiernos que lo único que prometen es “¡Que le corten la cabeza!” Con razón muchos de mis amigos cuando se abre la puerta del libro de Alicia, la cierran con horror. El País de las Maravillas se parece demasiado a nuestro tiempo.


jueves, 16 de julio de 2020

JARIBU, LA CIGÜEÑA MUDA


      Pues sí, me he enterado esta semana, mire usted por donde, de la existencia de un pájaro que es mudo, como aparentaba serlo en el cine, Harpo Marx. Supongo que esta curiosa ave también estará exenta de ese pecado propio de estúpidos que es la envidia, porque de no ser así esta desafortunada cigüeña sería de plumaje amarillo que es, según la tradición, el color de ese mal que solo daña a quien lo padece y no hace bien a nadie. 

El pobre Jaribu está condenado a que los demás canten por él. Como me sucede a mí, no por mi mala cabeza, sino por mi mal oído musical.


El jaribu vive en Sudamérica y pertenece a la especie de las cigüeñas. Esas mismas que en otro tiempo anidaban en los campanarios de las iglesias cuando a nadie le molestaban las campanas, entre otras cosas porque marcaban las horas del día, avisaban del peligro, anunciaban las defunciones, los nacimientos, las bodas, etc. Las campanas eran como el noticiero municipal, pero en plan sonoro. Ahora están calladas. En mi barrio a un par de antipáticos debió molestarles una campana que sonaba los domingos a las 12 horas para llamar a los fieles a misa. Y como molestó a dos antipáticos, fastidiaron al resto que sí nos agradaba su sonido. Una pulsación no demasiada democrática.


En la Edad Media las campanas eran tan importantes que tenían sus propios nombres. Incluso hay por ahí canciones populares donde se establece un pequeño dialogo entre las campanas de pueblos colindantes. Eran conocidas por sus sonidos. Ninguna campana podía sonar igual que la del pueblo o la ciudad cercana, entre otras cosas porque esto podía llamar a confusión y tocando a arrebato darle un madrugón innecesario a los vecinos de otra población. Siempre me he sentido sobrecogido por el sonido de las campanas, incluso por su propia imagen que es la de una copa invertida.


A veces tenía la campana un uso inusitado como cuenta la leyenda de las campanas de Huesca, donde Ramiro II el monje, rey de Aragón, cortó las cabezas a doce nobles rebeldes y las utilizó de badajo para escarmiento del resto. Mientras las cabezas hacían sonar las campanas, Ramiro gritaba: ¡Sí suenan! ¡Sí suenan! Todo esto se había desencadenado porque algunos nobles, para cuestionar la autoridad de aquel abad metido a rey, se burlaron de las campanas que Ramiro había donado a una iglesia de Huesca, afirmando que no sonaban. Como puede verse, Ramiro no aceptaba bien las críticas.


Algunos siglos antes Almanzor había hecho transportar las campanas de Santiago de Compostela a hombros de esclavos cristianos para fundirlas y convertirlas en lámparas que iluminaran el interior de la mezquita de Córdoba. Siglos más tarde, cuando Al- Andalus cayó, esas mismas lámparas fueron devueltas a Santiago a hombros de esclavos musulmanes para ser convertidas otra vez en campanas. Esto es una imagen que simboliza magníficamente la importancia sentimental de la campana para el hombre medieval, quien es, no lo olvidemos, el abuelo de nuestra Europa contemporánea.


Supongo, porque suponer es gratuito, que la campana debió inventarse cuando alguien se dio cuenta de que golpeando el interior de un vaso campaniforme se producía un sonido. De aquí a poner el vaso al revés y buscar la forma de instalar un palito que colgando golpeara los lados de la campana debió haber un paso pequeño.  Como ya estoy suponiendo ¡qué más me da continuar! luego el hombre aprovechó la campanita e inventó el cencerro para colgárselo a los animales. Así sabía dónde estaba su animal y además producía un sonido armonioso, aunque no fuera una pieza de Bach, mientras araba o cualquier otra labor de estas que no son precisamente la quinta esencia de las variaciones.

Y un sacerdote avispado, de esos que se entretienen mirando el vuelo de los pájaros, pensó que el cencerro podía avisar a los fieles para acudir a misa, claro que no podía ser un cencerro común, sino que tendría que ser enorme, una campana, vamos. Y ya de paso, nuestro avispado sacerdote tenía un dos por uno, tenía su campana para llamar a los fieles y su campanario para observar las aves y las estrellas más de cerca. Quizás también para murmurar una oración a Niño Jesús en la Nochebuena.

El jaribu no puede hablar, pero el jaribu se las apaña golpeando cosas; así se comunica, como si fuera el badajo de una campana y toda la naturaleza su caja de resonancia. Aunque ahora pienso que es muy posible que yo esté equivocado y el jaribu no sienta envidia del canto ajeno, sino que le parece una costumbre horrible eso de vociferar y llenar el aire de sonido. Porque no siempre es agradable aquello que nos agrada ni desagradable lo que nos desagrada.


El jaribu se comunica como lo hacía el hombre primitivo y el indio norteamericano, a base de golpear un objeto produciendo una serie de sonidos rítmicos que no son palabras, pero sí imágenes de conocimiento de una situación. Aunque en este caso, el objeto golpeador sea su pico y no un palo o una piedra. No me figuro a esta enorme cigüeña llevando en su largo pico negro a un recién nacido. Más se asemeja a un pájaro funerario con su cuello y pico oscuros que a una portadora de felices noticias de natalidad. Pero no quiero dejarme influir por el aspecto, porque como usted y yo debiéramos saber, las apariencias engañan.

Por cierto, y ya que estamos suponiendo, esto de la baja natalidad que sufre Europa ¿No será porque ya no hay cigüeñas en los campanarios? ¡A ver si todo el problema de las tasas negativas de población que tenemos en el primer mundo se debe a que ya no suenan las campanas porque a dos antipáticos les molesta, y las cigüeñas no reconocen los sitios donde anidar como antaño lo hacían! Porque mudan están las campanas como mudos están los jaribus, y cabe preguntarse como hizo Hemingway ¿Por quién doblan las campanas, ahora que permanecen mudas?



miércoles, 8 de julio de 2020

EN EL TERRENO DE LO ONÍRICO

 

Como vivir es un ejercicio tan complicado tenemos que inventar cosas para que sea más liviano este caminar en ocasiones deambulante, en otras en línea recta ¡qué aburrimiento!, a veces haciendo círculos para no volver al mismo sitio o dando un gran rodeo para llegar a ninguna parte. No voy a descubrir ningún secreto si afirmo que también se camina en sueños.

En ocasiones soñar es una forma de evasión, un deseo de no existir, una evanescencia que se presenta como un analgésico contra el dolor de la existencia, que afirmaría cualquier poeta romántico. Pero, soñar en demasía, y quien escribe sabe bastante de esto, puede llevarnos a no vivir, a no existir, a olvidar lo que hay alrededor. A veces los sueños más hermosos tienen un trágico despertar. Abrir los ojos y ver que tus hijos han crecido mientras tú estabas en el monte Athos, nunca has estado allí, rezando con unos monjes inexistentes, no tiene gracia.

El sueño, en este caso el físico, ese que por la noche nos vence, eso que se llama dormir, era considerado por los antiguos griegos hermano de la Muerte. Morfeo, dios del sueño, y Thanatos, la personificación de la Muerte, eran hermanos. Ciertamente nada se parece más a estar muerto que estar dormido. Con una excepción, dormido soñamos.

Lo curioso, no sé si han percatado, es que los sueños del dormido no tienen nada que ver con los sueños de la vigilia. Lo que anhelamos despiertos rara vez se nos aparece en sueños, al menos de una forma positiva. Por ejemplo, en mi caso  llevo años esperando el sueño donde me subo en el caballo Pegaso y recorro tierras y mares. Nunca he volado dormido. Este rocín no viene a mi dormitorio si tengo los ojos cerrados y la respiración pausada.

¿Cuántos adolescentes que durante el día piensan en el amor de sus sueños, que besan apasionadamente sus labios dejando su marca en el viento, darían al mal postor media vida porque su amor apareciera en cualquier momento de la zona REM? ¡Ay, con cuanta pasión abrazarían esa nada generada por las neuronas cerebrales y no por una unión de óvulo y esperma! Y sin embargo, no sucede. La persona amada no aparece, excepto a algunos privilegiados, e incluso a estos se puede afirmar que en muy contadas ocasiones.

No todos los sueños de la vigila son de corte erótico, pero no quiero referirme aquí a esos sueños prosaicos consistentes en tener un coche mejor, un piso más grande, considero que eso no son sueños sino anhelos. El sueño debe poseer algo alado y algo de imposibilidad, ese humo que se desvanece en cuanto se intenta agarrar. El sueño debe participar de tigres que saltan sobre una mujer desnuda, como pintó Dalí. A esos sueños me entrego diariamente un rato.

Cuando alguien mira un paisaje desde el pico elevado de una montaña ¿ve con sus ojos o con los del sueño? Es indudable que existe el paisaje que ve, que le circunda, que le conmueve, pero ¿todo lo que está viendo existe? ¿No habrá pequeñas imágenes repartidas aquí y allá, asomando con timidez de muchacho asustadizo, que no pertenecen a la realidad, pero que conforman ese toque onírico en la realidad que conmueve al espectador?

A veces me pregunto ¿Qué soñaba un vikingo cuando veía el mar cubierto por la niebla? Quizás vio las imágenes de las valquirias siluetadas entre las nubes y soñó que eran nueve y que le esperaban para servirle una copa en el Walhalla. Quizás las vio con tanta certeza que creyó que era cierto y lo contó a sus compañeros y estos le creyeron porque mejor que ser polvo, pasto de los buitres, nada, es ser invitado a copas de hidromiel por doncellas tan hermosas que desafían a los sentidos.

Así el hombre sueña en la vigilia lo que no aparece en sus sueños de durmiente. Busca el consuelo que no encuentra despierto ni dormido. Sueña que es verdad eso de que él es lo más importante del Universo. No sueña el pobre en su pobreza, ni el rico en su riqueza, y que me perdone Calderón, sueña que tiene una oportunidad distinta a la que la vida le brinda. No sueña otra vida, sino un complemento a la que posee. Quizás también sueña que esta vida tiene un anexo post mortem, pero en eso ya no entro.

La imaginación, esa fuerza a la cual Aristóteles consideraba absolutamente necesaria para tener pensamientos de calidad humana, genera en el hombre sueños positivos, hermosos, pero también sueña monstruos y los transmite a la realidad. Y en la realidad cobran forma y vida. No son productos de la Naturaleza, son productos humanos que a fuerza de ser repetidos, de ser vistos con los ojos del alma o de la imaginación, terminan adquiriendo una corporeidad distinta a la física, sí, pero indudablemente corpórea. A veces, casi se les puede tocar.

Pero eso forma parte del juego de lo onírico en los sueños del despierto. Como afirmó Paul Valéry, - creo, - el blanco no puede existir sin el negro. La despreocupación de las valkirias risueñas está atemperada con la terrible amenaza de la llegada de Surf, quien durante la terrible batalla del Ragnarok quemará el Walhalla. La belleza de Galatea debe coexistir con la deformidad monstruosa de Polifemo. Así, incluso en sueños creados por la imaginación, el hombre, la mujer, compensa con contrarios la volición que motiva toda imagen de la mente.

Recuerdo aquella anécdota de Picasso. El genio malagueño estaba pintando el retrato de una mujer y alguien comentó que no se parecía a ella. Picasso respondió, “ya se parecerá.” ´Sabía que el tiempo terminaría creando el parecido entre modelo y retrato. Que los hombres encontrarían las similitudes en vez de las diferencias, o sencillamente que el paso del tiempo haría que la modelo fuese la mujer del retrato.

De igual forma que aceptamos sin comentarios ni asombros los mundos de la Divina Comedia o de los Sueños quevedianos, también aceptamos que imágenes creadas por nuestra mente formen parte de nuestro mundo real. Aunque sepamos que no es más que un sueño que mantenemos mientras seguimos despiertos.