Nadie está excluido en esta vida de que en un momento dado se le mande a
un lugar que no conoce. Tampoco se está libre de ser mandado a cierto lugar
escatológico. Considero, dejándome llevar por el humor, que cuando se invita a
alguien para que se marche a cierto sitio o se le dice que se halla en algún
lugar que no es el espacio que ocupa físicamente, -ni moralmente, como diría el
inmortal Chiquito de la Calzada-, lo menos que se puede hacer es indicarle
dónde está ese sitio.
Soy bastante conocido entre mis familiares y amigos por mis despistes. En
mi tierna niñez y mi laberíntica adolescencia más de una vez escuché aquello de
“No te enteras. Siempre estás en Babia”. Y a pesar del estudio exhaustivo que
en mis ya lejanos días escolares se hacía de la geografía de España, no
recuerdo que Babia apareciera en mi libro. Y eso que recuerdo los afluentes del
Tajo por la derecha y por la izquierda o el pico más alto del Sistema Ibérico.
Pero, ese lugar ignoto donde, -en opinión de algunos-, yo me hallaba
mentalmente, Babia, no aparecía. Así que dejé de preocuparme por esta cuestión
geográfica y supuse que Babia, como Jauja, era un lugar inexistente. Pero he
aquí que un día en la Universidad, en mis años de estudiante de Historia
Medieval de España, apareció Babia.
Y fue el encuentro a raíz de una lección sobre la batalla de Las Navas de
Tolosa (año 1212) .Recordarán que fue en esta celebérrima batalla donde la
coalición de los reyes de Castilla, Aragón y Navarra derrotó al poder almohade,
rompiendo definitivamente la última esperanza de al- Andalus, de impedir el
avance de los reinos cristianos del norte de la península ibérica. Y detrás del
fragor de las huestes cristinas escuché a mí profesor decir que el rey de León
no había participado en la coalición y que prefirió quedarse en el pueblo de “Babia.
Debí dar un respingo en el asiento. Se trata de un pueblecito situado en la
provincia de León, que debe ser muy lindo, como todos los pueblos de nuestra
adorada piel de toro, -a la que San Isidoro de Sevilla, santo patrón de
internet (nacido hacia el 560 y muerto en el 636), consideraba, con razón, “la
más hermosa de las tierras que se extienden del Occidente a la India”-, donde
está situada la población de Babia. Pues
bien, en esta batalla clave en la historia de la Reconquista cristiana de la
península ibérica, no estuvo presente el rey de León, Alfonso IX, debido a su
enfado con el rey de Castilla, -otro Alfonso, pero este el VIII-. El enfadado
rey de León prefirió quedarse en el pueblecito de Babia, tomando el sol en
lugar de unirse a la coalición. Así perdió la oportunidad de figurar en la Historia
como uno de los reyes artífices de una victoria crucial para la Cristiandad.
De ahí viene que a alguien que por despiste pierde buenas oportunidades
se le diga que “está en Babia”. Pueblecito que me encantaría visitar algún día,
como deseo fervientemente visitar la maravillosa iglesia de San Isidoro de León,
considerada como “La Capilla Sixtina” del románico, y ver sus maravillosos
frescos en techo y paredes.
Pero siguiendo con nuestra ruta de lugares a donde se nos puede enviar,
resulta que la cosa está “en el quinto pino”. Entonces, hay que trasladarse a
Madrid, al Parque del Retiro. Allí Felipe V, en el siglo XVIII, plantó, mejor
decir que ordenó plantar, una serie de pinos a buena distancia unos de
otros. Los madrileños se acostumbraron a citarse en el Retiro, teniendo como
referencia un pino en concreto, nos vemos en el primer pino esta tarde, nos
vemos mañana en el segundo pino, etc. Las parejitas y la gente que tenía que
tratar cosas a escondidas se citaban lejos, lo más lejos posible, en el quinto
pino. Mire usted qué arte tan grande.
Había gente que pensaba que en el quinto pino, como aquello estaba tan
lejos, se podía andar sin reglas ni control, es decir que estaban en Jauja, que
era una tierra donde no se trabajaba, pero había comida y bebida en abundancia,
así que quienes tenía un hambre “pantagruélica”, que viene de uno de los dos
gigantes de la obra de Rabelais, “Gargantúa y Pantagruel”, podían vivir a sus
anchas, comiendo y bebiendo todo el día, sin dar un palo al agua. En mi niñez,
mi inolvidable madre me solía decir, cuando sacaba los pies del plato, “¿Tú te
has creído que esto es Jauja”? Por desgracia, Jauja, no está en ningún sitio y
en realidad es la onomatopeya de la risa “ja, ja”, con una “u” en medio para
que no sea tan evidente. Jauja nació en una de esas deliciosas piezas cortas
llamadas “pasos” que nos dejó el padre del teatro español, Lope de Rueda (+
1565). En el “paso” de “La tierra de Jauja”, dos caraduras emboban a un simple
contándole las maravillas de Jauja, mientras se comen las viandas que el
pobrecico tenía para el día. Cervantes, en sus años mozos, vio actuar a Lope de
Rueda y aquello fue el detonante de su pasión por los escenarios. El “paso” era
una obrita muy corta, apenas cinco minutos, diez en el mejor de los casos, que
se hacía entre los actos de las obras largas. Luego fueron llamados
“Entremeses” y fue precisamente con Cervantes que alcanzaron su cénit.
Volviendo al viaje de lugares a donde nos indican sin cortesía que nos marchemos, nunca entendí lo de mandar a alguien a freír espárragos, que parece venir en directo de una expresión común en la antigua Roma. En la inolvidable “Yo, Claudio”, Livia se ponía de los nervios cada vez que su esposo, el emperador Augusto, utilizaba una expresión vulgar “Chupar un espárrago”.
Y no lo entiendo,
porque si se manda a alguien a freír espárragos no se va muy lejos, igual que
si se le manda a hacer gárgaras. Lo más a la cocina en el primer caso y al
lavabo en el segundo. Por cierto, que el origen de la palabra “lavabo” también
viene del latín y era de cuando las misas se daban en latín y ya nadie entendía
nada de lo que se decía. Durante el Ofertorio, el sacerdote elevaba las manos y
decía solemnemente esta frase del Salmo 26, “Lavabo inter innoncentes manus meas”,
y el monaguillo de turno, le acercaba una jofaina y el cura se lavaba las
manos. La frase traducida del latín al español quiere decir “Lavaré entre
inocentes mis manos”, pero la gente común se quedó con aquello de que el
monaguillo a la voz de “Lavabo”, -que en latín es la primera persona del futuro
imperfecto del verbo "Lavare"-, se acercaba todo presuroso con la palangana. Y como para esto de
ponerse finos y cultos nos viene muy bien el latín, supongo que las clases
altas empezaron a decirle a Petra, la criada para todo, que “Preparara el
lavabo que la señora quería refrescarse”. Y Petra, después de preguntar qué era
eso y ser informada de lo inculta que era porque no sabía latín, al día
siguiente se iba al mercado y le contaba a su prima Rufina, que servía en otra
casa de postín, que ayer le preparó el lavabo a su señora para que se
refrescara antes de que llegase cierto caballero que rondaba la acera cuando el
señor no estaba. Y lo simpático era, y esto Petra no lo sabía, que el caballero
en cuestión sí conocía el verdadero significado de la palabra latina “Lavabo”.
Y ya que estamos en la maravillosa civilización romana es bueno saber que
todos los caminos conducen a Roma, no porque en la Ciudad Eterna se
halle el Santo Padre, sino porque todas las calzadas que construyó Roma a lo
largo y ancho de su enorme imperio terminaban uniéndose a la calzada principal
que conducía a Roma. Los itinerarios de las calzadas fueron hechos de forma tan
inteligente que hoy día muchas de las carreteras de la Europa meridional y
parte de la Central, corren paralelas a las antiguas calzadas romanas. No les
habrá pasado por alto el parecido entre las palabras calzada y calzado.
Luego tenemos las palabras camino y carretera, las cuales, aunque
vienen del latín, en realidad tienen su origen en el idioma céltico. Es uno de
los pocos restos que aún perduran en nuestra lengua del antiguo idioma de los
Celtas.
Mayor lógica entiendo en mandar a alguien a “hacer puñetas”. Según la
RAE, Las puñetas es el encaje o vuelillo de algunos puños. Un adorno,
generalmente de puntilla, que se usaba en la toga de los que usaban togas. Supongo
que el arte de hacer puñetas es muy laborioso. Así que haciendo puñetas el
pesado o la pesada de turno se mantenía entretenido y con un poco de suerte,
hasta con la boca cerrada. Hacía puñetas y no entraban moscas, mire usted que
dos por uno más mono.
Pero yo prefiero, si me tienen que mandar a algún sitio, que me manden a
la Conchinchina, que era un sitio en la otra parte del mundo y con un toque
exótico. Resulta que la Conchinchina no es sino la actual Vietnam. Hace muchos,
muchos años leí una revista de la Unesco sobre los distintos teatros en el
mundo, creo que aún conservo la revista, y desde entonces ando interesado por
ver algún día las marionetas acuáticas de Vietnam. Así que, por favor, si están
hartos de este artículo, de este blog y de mi persona en particular, no lo
duden ¡Mándenme a la Conchinchina!
Quizás, otro día, toque temas más trascendentales, pero hoy me apetecía
una sonrisa; aunque el humor no esté bien visto y se considere de más respeto
la seriedad. Tonterías. No olviden algo, los animales siempre están serios,
incluso algunos, como el cocodrilo, lloran, solo el ser humano sonríe.