viernes, 18 de noviembre de 2022

VÁYASE USTED A... (UBICACIÓN DE ALGUNOS LUGARES A DÓNDE LE PUEDEN MANDAR) SINE IRA ET STUDIO

 


Nadie está excluido en esta vida de que en un momento dado se le mande a un lugar que no conoce. Tampoco se está libre de ser mandado a cierto lugar escatológico. Considero, dejándome llevar por el humor, que cuando se invita a alguien para que se marche a cierto sitio o se le dice que se halla en algún lugar que no es el espacio que ocupa físicamente, -ni moralmente, como diría el inmortal Chiquito de la Calzada-, lo menos que se puede hacer es indicarle dónde está ese sitio.



Soy bastante conocido entre mis familiares y amigos por mis despistes. En mi tierna niñez y mi laberíntica adolescencia más de una vez escuché aquello de “No te enteras. Siempre estás en Babia”. Y a pesar del estudio exhaustivo que en mis ya lejanos días escolares se hacía de la geografía de España, no recuerdo que Babia apareciera en mi libro. Y eso que recuerdo los afluentes del Tajo por la derecha y por la izquierda o el pico más alto del Sistema Ibérico. Pero, ese lugar ignoto donde, -en opinión de algunos-, yo me hallaba mentalmente, Babia, no aparecía. Así que dejé de preocuparme por esta cuestión geográfica y supuse que Babia, como Jauja, era un lugar inexistente. Pero he aquí que un día en la Universidad, en mis años de estudiante de Historia Medieval de España, apareció Babia.



Y fue el encuentro a raíz de una lección sobre la batalla de Las Navas de Tolosa (año 1212) .Recordarán que fue en esta celebérrima batalla donde la coalición de los reyes de Castilla, Aragón y Navarra derrotó al poder almohade, rompiendo definitivamente la última esperanza de al- Andalus, de impedir el avance de los reinos cristianos del norte de la península ibérica. Y detrás del fragor de las huestes cristinas escuché a mí profesor decir que el rey de León no había participado en la coalición y que prefirió quedarse en el pueblo de “Babia. Debí dar un respingo en el asiento. Se trata de un pueblecito situado en la provincia de León, que debe ser muy lindo, como todos los pueblos de nuestra adorada piel de toro, -a la que San Isidoro de Sevilla, santo patrón de internet (nacido hacia el 560 y muerto en el 636), consideraba, con razón, “la más hermosa de las tierras que se extienden del Occidente a la India”-, donde está situada la población de Babia.  Pues bien, en esta batalla clave en la historia de la Reconquista cristiana de la península ibérica, no estuvo presente el rey de León, Alfonso IX, debido a su enfado con el rey de Castilla, -otro Alfonso, pero este el VIII-. El enfadado rey de León prefirió quedarse en el pueblecito de Babia, tomando el sol en lugar de unirse a la coalición. Así perdió la oportunidad de figurar en la Historia como uno de los reyes artífices de una victoria crucial para la Cristiandad.

De ahí viene que a alguien que por despiste pierde buenas oportunidades se le diga que “está en Babia”. Pueblecito que me encantaría visitar algún día, como deseo fervientemente visitar la maravillosa iglesia de San Isidoro de León, considerada como “La Capilla Sixtina” del románico, y ver sus maravillosos frescos en techo y paredes.



Pero siguiendo con nuestra ruta de lugares a donde se nos puede enviar, resulta que la cosa está “en el quinto pino”. Entonces, hay que trasladarse a Madrid, al Parque del Retiro. Allí Felipe V, en el siglo XVIII, plantó, mejor decir que ordenó plantar, una serie de pinos a buena distancia unos de otros. Los madrileños se acostumbraron a citarse en el Retiro, teniendo como referencia un pino en concreto, nos vemos en el primer pino esta tarde, nos vemos mañana en el segundo pino, etc. Las parejitas y la gente que tenía que tratar cosas a escondidas se citaban lejos, lo más lejos posible, en el quinto pino. Mire usted qué arte tan grande.

Había gente que pensaba que en el quinto pino, como aquello estaba tan lejos, se podía andar sin reglas ni control, es decir que estaban en Jauja, que era una tierra donde no se trabajaba, pero había comida y bebida en abundancia, así que quienes tenía un hambre “pantagruélica”, que viene de uno de los dos gigantes de la obra de Rabelais, “Gargantúa y Pantagruel”, podían vivir a sus anchas, comiendo y bebiendo todo el día, sin dar un palo al agua. En mi niñez, mi inolvidable madre me solía decir, cuando sacaba los pies del plato, “¿Tú te has creído que esto es Jauja”? Por desgracia, Jauja, no está en ningún sitio y en realidad es la onomatopeya de la risa “ja, ja”, con una “u” en medio para que no sea tan evidente. Jauja nació en una de esas deliciosas piezas cortas llamadas “pasos” que nos dejó el padre del teatro español, Lope de Rueda (+ 1565). En el “paso” de “La tierra de Jauja”, dos caraduras emboban a un simple contándole las maravillas de Jauja, mientras se comen las viandas que el pobrecico tenía para el día. Cervantes, en sus años mozos, vio actuar a Lope de Rueda y aquello fue el detonante de su pasión por los escenarios. El “paso” era una obrita muy corta, apenas cinco minutos, diez en el mejor de los casos, que se hacía entre los actos de las obras largas. Luego fueron llamados “Entremeses” y fue precisamente con Cervantes que alcanzaron su cénit.

Volviendo al viaje de lugares a donde nos indican sin cortesía que nos marchemos, nunca entendí lo de mandar a alguien a freír espárragos, que parece venir en directo de una expresión común en la antigua Roma. En la inolvidable “Yo, Claudio”, Livia se ponía de los nervios cada vez que su esposo, el emperador Augusto, utilizaba una expresión vulgar “Chupar un espárrago”. 



Y no lo entiendo, porque si se manda a alguien a freír espárragos no se va muy lejos, igual que si se le manda a hacer gárgaras. Lo más a la cocina en el primer caso y al lavabo en el segundo. Por cierto, que el origen de la palabra “lavabo” también viene del latín y era de cuando las misas se daban en latín y ya nadie entendía nada de lo que se decía. Durante el Ofertorio, el sacerdote elevaba las manos y decía solemnemente esta frase del Salmo 26, “Lavabo inter innoncentes manus meas”, y el monaguillo de turno, le acercaba una jofaina y el cura se lavaba las manos. La frase traducida del latín al español quiere decir “Lavaré entre inocentes mis manos”, pero la gente común se quedó con aquello de que el monaguillo a la voz de “Lavabo”, -que en latín es la primera persona del futuro imperfecto del verbo "Lavare"-, se acercaba todo presuroso con la palangana. Y como para esto de ponerse finos y cultos nos viene muy bien el latín, supongo que las clases altas empezaron a decirle a Petra, la criada para todo, que “Preparara el lavabo que la señora quería refrescarse”. Y Petra, después de preguntar qué era eso y ser informada de lo inculta que era porque no sabía latín, al día siguiente se iba al mercado y le contaba a su prima Rufina, que servía en otra casa de postín, que ayer le preparó el lavabo a su señora para que se refrescara antes de que llegase cierto caballero que rondaba la acera cuando el señor no estaba. Y lo simpático era, y esto Petra no lo sabía, que el caballero en cuestión sí conocía el verdadero significado de la palabra latina “Lavabo”.

Y ya que estamos en la maravillosa civilización romana es bueno saber que todos los caminos conducen a Roma, no porque en la Ciudad Eterna se halle el Santo Padre, sino porque todas las calzadas que construyó Roma a lo largo y ancho de su enorme imperio terminaban uniéndose a la calzada principal que conducía a Roma. Los itinerarios de las calzadas fueron hechos de forma tan inteligente que hoy día muchas de las carreteras de la Europa meridional y parte de la Central, corren paralelas a las antiguas calzadas romanas. No les habrá pasado por alto el parecido entre las palabras calzada y calzado. Luego tenemos las palabras camino y carretera, las cuales, aunque vienen del latín, en realidad tienen su origen en el idioma céltico. Es uno de los pocos restos que aún perduran en nuestra lengua del antiguo idioma de los Celtas.

Mayor lógica entiendo en mandar a alguien a “hacer puñetas”. Según la RAE, Las puñetas es el encaje o vuelillo de algunos puños. Un adorno, generalmente de puntilla, que se usaba en la toga de los que usaban togas. Supongo que el arte de hacer puñetas es muy laborioso. Así que haciendo puñetas el pesado o la pesada de turno se mantenía entretenido y con un poco de suerte, hasta con la boca cerrada. Hacía puñetas y no entraban moscas, mire usted que dos por uno más mono.



Pero yo prefiero, si me tienen que mandar a algún sitio, que me manden a la Conchinchina, que era un sitio en la otra parte del mundo y con un toque exótico. Resulta que la Conchinchina no es sino la actual Vietnam. Hace muchos, muchos años leí una revista de la Unesco sobre los distintos teatros en el mundo, creo que aún conservo la revista, y desde entonces ando interesado por ver algún día las marionetas acuáticas de Vietnam. Así que, por favor, si están hartos de este artículo, de este blog y de mi persona en particular, no lo duden ¡Mándenme a la Conchinchina!

Quizás, otro día, toque temas más trascendentales, pero hoy me apetecía una sonrisa; aunque el humor no esté bien visto y se considere de más respeto la seriedad. Tonterías. No olviden algo, los animales siempre están serios, incluso algunos, como el cocodrilo, lloran, solo el ser humano sonríe.



jueves, 10 de noviembre de 2022

SOBRE AÑORANZAS Y TRAICIONES

 


La añoranza tiene el tinte cálido de un otoño que se estrena. Este que les escribe no es para la problemática continua del oficio de vivir ni tan valiente como el Capitán Trueno, ni tan estúpido como el avestruz. Así que no me dejo influenciar por el pasado más allá de lo estrictamente necesario. Lo justo para seguir manteniendo un espíritu con florituras del movimiento romántico, ese que de forma tan magistral encarnaron Lord Byron, Wagner, Chopin o el Duque de Rivas, entre otros muchos otros.

Mi añoranza, cuando la tengo, tiene el tono de las hojas otoñales, de esas que solo sirven para que el barrendero de turno con su escoba inmisericorde las recoja y las deje en el cubo de la basura. Dice Joaquín Sabina en su canción “Con la frente marchita”, que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió. Ese es el castigo o la maldición de los pusilánimes, de los indecisos, de los que no se atreven a vivir lo que la vida les ofrece. Un nuevo espacio infernal para agregarlo al establecido por el divino Dante Alighieri.

                 




        Sí añoro aquellos días en los que toda mi familia estaba completa, abuelos, padres, tíos y hasta algún hermano. Pero esa añoranza, legítima, es lo más parecido a darse un golpe en el dedo con un martillo. Añoro, de otra forma, y esto es muy curioso, al dodo, de nombre científico Raphus cucullatus, esos enormes pájaros cuyo único representante actual en el Universo es el que aparece en la carrera de Alicia a través del espejo. Le añoro como lo hago con todas las especies que el hombre en su necedad ha llevado a la extinción. Pero no añoro el amor de aquella chica de la que me enamoré perdidamente, sin ser correspondido, a los trece años. Lo que nunca fue no es necesario evocarlo. Eso produce en las glándulas suprarrenales, una aguda crisis de Addison. Ignoro si esta teoría de médicos de cucuruchos es cierta, pero no estaría mal que lo fuera.

El problema de la añoranza es el buen sabor que tiene. Te permite mojar pan en la salsa. Te dan ganas de pedir otra copa, mientras, como cantaba Bob Dylan, veo tu imagen reflejada en mi copa rota y sé que no nací para perderte. La cosa perdida puede ser cualquier cosa, desde un amor hasta un juguete de la infancia. Aún no me he perdonado que al cerrar definitivamente la casa que fuera hogar de mis padres, dejé abandonado, con pleno conocimiento, un muñeco que me había acompañado desde que nací. Aún tengo su imagen en mi cabeza, con su ojo tuerto mirando como me marcho, como no le llevo conmigo. Y duele, porque sabe a traición de las buenas. Y se añora, porque tiene buen sabor ese dolor vacío y absurdo.

Eso es la añoranza. No saber perdonarse las pérdidas, como si fuésemos responsables de los abandonos que dejamos en cada puerta cerrada, en cada esquina de una calle, en cada mirada que nunca fue nuestra. Como si tuviésemos que llevar un fardo inmenso a cuestas, tan grande como el Universo, donde estén guardadas todas las cosas que nos pertenecieron y también las que nunca tuvimos. La añoranza nos hace pedir perdón por lo que hemos vivido, lo que no pudimos vivir y lo que hemos dejado que pase sin vivirlo.



Es lo que impulsó a Ulises para no quedarse junto a Circe o Nausicaa y seguir avanzando por mares procelosos hasta alcanzar Ítaca, y así dejar de añorarla ¿Qué le parecería a este griego sabio en ardides, como lo calificaba Homero, su tierra, su esposa, sus vecinos, su perro, después de veinte años pasados? Porque, aunque Gardel cantaba que veinte años no es nada, sí que lo son cuando en la memoria las cosas permanecen sin que las marchite el tiempo y mejorándolas con la ausencia.

Porque no hay peor crueldad del destino que volver a encontrarnos con lo que dejamos hace tiempo y su imagen ha permanecido intacta en nuestra retina memorística ¡Cruel es el reencuentro con lo amado años atrás! Como cruel es el reencuentro cada mañana con nosotros, aquellos que fuimos, y que el espejo nos devuelve en nuestro ahora.

A veces la añoranza entra en nuestras vidas como los mongoles de Gengis Khan entraron en el Asia Central, arrasándolo todo a sangre y fuego, sin conmiseración posible, en otras ocasiones regresa con el suave tacto de seda china que, -me han contado-, es el mordisco de un vampiro o una vampiresa. Entonces, como dice el neurólogo Antonio Damasio, -el hombre que ha eliminado mi alma sustituyéndola por miles de millones de neuronas con sus conexiones sinápticas-, la amígdala, órgano cerebral emisor de las grandes pasiones, rapta a la parte del cerebro que sirve para no perder la calma, aquella que se ocupa del equilibrio anímico, y convierte el pensamiento en el camarote de los hermanos Marx, pero colmado por de los fantasmas de las mazmorras mentales.

                                        


El origen de la palabra añoranza está en la catalana, -por tanto, también española-, enyorança, que significaba más o menos lo mismo que nos dice la RAE que significa “añoranza”, recordar con pena la ausencia, privación o pérdida de alguien o algo muy querido.

Quizás Judas añoraba a Jesús y por eso se ahorcó. No porque había traicionado a su Maestro, sino porque le echaba de menos y se acordaba de Él, cada vez que en su bolsillo tintineaban las treinta monedas.

                                     


lunes, 7 de noviembre de 2022

MIENTE, QUE ALGO QUEDA

 

 

En mis ya lejanos años mozos escuché una frase, afortunadamente para entonces en desuso, “tu hija se casará si el vecino quiere”. Creo que sentí escalofríos en la espalda. Aunque adoro la copla, cada vez que escucho algunas de esas letras, que con tanta maestría supo hacer Rafael de León, donde se puso por escrito para ser luego cantado la maledicencia vecinal, especialmente de la clase ociosa o de aquellos cuyos horizontes no llegaban más allá de esa callejuela sin salida donde vivían, mi espalda vuelve a sentir el frío toque de la insidia.

A la frase popular anterior, podría añadir otra de peor catadura, “calumnia, que algo queda”. Esto es lo que en una de las magníficas arias de El barbero de Sevilla, de Rossini, aconseja el infame D. Basilio al imbécil de D. Bartolo para conseguir el amor de la joven Rosina, verter calumnias sobre su joven y apuesto contrincante amoroso. Como las tecnologías están para disfrutarlas, les dejo al final de este artículo un enlace para escuchar esta soberbia aria para bajo. 

El repugnante espectro de la mentira se cierne sobre cualquier cabeza o país. La sabiduría popular, que no siempre es tan sabia, afirmaba aquello de que cuando el río suena, agua o piedra siempre lleva. Pero, mire usted que hay quien mea en lata y no suena y otros lo hacen en algodón y es un escándalo. Que también es una frase de esas nacidas espontáneamente, de esas que llevamos en el macuto de la experiencia.



En el antiguo Egipto, -en aquellos días que merodeaba la Esfinge por el desierto haciendo del chacal su amante-, Amón, dios jefe del consejo de los nueve dioses, la Enéada, no vio con buenos ojos un invento de su colega divino Thot. Este dios, en sus ratos libres, se había puesto a pensar y había creado la escritura. Amón pensaba que la humanidad ya tenía bastante con la palabra. Con el invento de Thot, la palabra perduraba. La verdadera y la falsa. Y los hombres olvidarían lo que deberían recordar por sí mismos. Esto es lo que Amón reprocha al invento de Thot. Así lo pone Platón en boca de Sócrates, en el diálogo Fedro.

A partir del invento de Thot, la mentira tiene un arma poderosísima en sus manos. El prestigio de lo escrito supera con mucho al de lo oral. La pluma goza de un carácter aristocrático que no posee la voz. Por eso hablamos de Sagradas Escrituras. Cuando se afirma que contiene la Palabra de Dios, en realidad lo que se está aseverando es que, pues está escrito, esto es lo que Él ha dicho. Tiempo después se fue descubriendo que los hombres habían metido mucha mano en las Santas Escrituras de cualquier religión. Y habían puesto en boca de Dios, cosas que Dios, no solo no dijo, sino que jamás habría dicho. Gracias a esto, Dios ha servido de excusa recurrente para matar al vecino. También para paliar ese miedo ancestral que el varón tiene sobre la mujer, humillándola y no permitiendo su desarrollo como persona. Así no se alaba a Dios. Así se le calumnia.


De un tiempo a esta parte observo como un sector amplio de la población española goza, arrastrados por la insensatez, cuando se habla mal de su país. Lo peor viene dado porque en numerosos casos es mentira. Hablar mal de España se ha convertido para algunos españoles, -ridículos ellos, pero no escasos-, en sinónimo de intelectualidad. Imagino que algunos de mis veinticincos lectores están moviendo la cabeza negativamente. Tengo pocos y encima corro el riesgo de perder a algunos. Pero si repasan la prensa, y muy especialmente las mal llamadas redes sociales, terminarán dándome la razón.

La falta de conocimiento de nuestra verdadera historia, esa que se ha manipulado desde un lado y desde otro, y cuando escribo “nuestra historia” me refiero a todo el territorio español, es hoy una veta para los despreciables intereses partidistas de muchos de nuestros políticos. Gentuza que no merece este pueblo, pero que parece condenado a soportarla siempre. No se ha escondido la historia, se ha hecho algo peor, se ha falseado. Así han aparecido reinos de Trapisonda, civilizaciones creadoras de culturas desde la nada, ofensas anteriores al Diluvio, mártires de causas que nadie conocía y ahora todos invocan, etc.

La mentira tiene las patas muy cortas, pero por desgracia su hermana gemela, la calumnia, vuela rápido y lejos. Una ocasión excelente para practicar el tiro al plato.

(1989) El Barbero De Sevilla - Aria de Don Basilio "La calunnia" - YouTube


viernes, 21 de octubre de 2022

LA INVISIBILIDAD DE LO COTIDIANO

 


La verdad es que tengo todo: cabeza, manos, piernas y el resto del cuerpo. Lo que ocurre es que soy invisible. Es un fastidio, pero no lo puedo remediar. (El hombre invisible. H. G. Wells)

El cuadro que encabeza este artículo, obra del genial René Magritte, cuya obra ya es un referente icónico, se ve a dos hombres, uno de ellos transparente. Estoy seguro que muchas de las personas que miran este cuadro piensan que están viendo a dos hombres, uno de ellos invisible, pero no es así. A cualquiera de los dos hombres podemos localizarlos perfectamente, de uno de ellos podremos afirmar cómo va vestido, del otro no tenemos más idea, excepto que lleva un sombrero.

Pero nuestra prodigiosa y velocísima mente ya ha hecho invisible al hombre. Le ha otorgado una facultad que no posee por sí mismo, pero sí que, con el tiempo y el trato, le es otorgada por los demás. Raro honor del que todos somos investidos por algunos, muchos, más de lo que creemos, familiares y amigos.

Buena parte de mi infancia y adolescencia transcurrió en el barrio malagueño de Capuchinos, así que lo conozco al dedillo. Todo me es familiar cuando paseo por sus calles. A pesar de los cambios que ha sufrido, aún reconozco su vibración anímica. A pesar de que nosotros, los de ayer, ya no somos los mismos, que dijo Pablo Neruda, queda algo de lo que fue, como un animalito herido que se resiste a morir. Paseo por mi antiguo barrio y me siento en casa, soy uno más de sus habitantes, aunque ahora pasee más como un anónimo visitante ocasional. Muchos años atrás ejercí de mapeador enamorado del barrio de Capuchinos, -todos mapeamos los lugares de la infancia-, y tracé cada hechura de Capuchinos en mi cerebro. Y por lo conocido es al mismo tiempo un espacio con imágenes que he olvidado o jamás he vuelto a ver.



Cuando se visita una ciudad por primera vez, el viajante examina detalladamente a su llegada la fachada del hotel donde va a alojarse. Esa fachada es, por lo general, lo primero que se transformará en cotidiano para nuestro viajero. Tras dejar la habitación, nuestro visitante, -excepto que una atracción magnífica le lleve casi en volandas a otro lugar-, saldrá a pasear por los alrededores del hotel donde se hospeda. Al cabo de un par de días la zona en cuestión habrá adquirido un rango mínimo de espacio conocido o perímetro de seguridad. Y habrá adquirido el dudoso honor de la invisibilidad.

Otro ejemplo: La joven llamada Y griega se levanta todas las mañanas y va a la cocina, coge la cafetera, echa agua y café, pone la cafetera al fuego y se queda pensando en algo, casi siempre asuntos que quedaron pendientes del día anterior o que se han de afrontar en el día que comienza. Una vez que la cafetera con su pitido delata que el café está listo, Y griega coge una taza, saca la leche del frigorífico, -Y griega toma la leche de soja y además no la calienta-, y se sirve un café estimulante para el día que se avecina. Todos estos actos los realiza sin que sea consciente apenas de los movimientos.

Y griega no lo piensa, pero siempre se sitúa a la misma distancia del azucarero que está en una repisa y extiende el brazo con una precisión y velocidad milimétrica gestada por años de entrenamiento inconsciente, su mano se abre para abarcar el diámetro exacto del azucarero, atrapándolo sin opción de libertad para el objeto. Es normal que no tenga que pensar “extiendo el brazo hasta cuarenta centímetros de distancia para coger el azucarero, abro la mano con un diámetro de X para cerrarla luego sobre el azucarero, etc.”, si hubiésemos de cumplir todo ese ritual diario pensando a cada nanosegundo no solo el movimiento, sino también el hecho del para qué del movimiento, nuestra mente no lo resistiría. Por ello, la Naturaleza, -Sabia Ella-, ha dotado al cerebro de todos los seres vivientes para que gestionen actos mecánicos ad nauseam en el tiempo y el mismo espacio, sin tener que reflexionar sobre el movimiento.



Y, debido al uso cotidiano de cada mañana, sucede una cosa curiosa con el azucarero, y es que este desaparece, deja de tener apariencia física, solo tiene contenido. El azucarero ha dejado de ser un elemento material, solo es un elemento pasivo de receptividad del azúcar. Esta cualidad de elemento pasivo sin distingo de las otras cosas le sucede también a la cafetera, a la plancha, al botón de la camisa, etc. Todos los elementos de uso cotidiano, y en este uso incluyo además de los elementos domésticos, también los Intangibles, como el camino hasta el trabajo, la distancia hasta el supermercado donde se hace generalmente la compra, el saludo al vecino amigo, etc. pierden la identidad.

Solo cuando el azucarero se rompe o se queda vacío, cuando el camino hasta el trabajo está cortado, los elementos vuelven a cobrar identidad; entonces, percibimos que la tapadera del azucarero tiene una hojita de adorno o que está rayada por el borde, que el botón de la camisa es ligeramente cóncavo, etc. Creo que fue Gottlieb Fichte quien dijo que nunca tiene mayor existencia el dedo meñique de una mano que cuando es amputado. Como cosa curiosa añadiré que hay personas a las que un elemento amputado, sigamos con el dedo meñique, les sigue doliendo después de ser separado del cuerpo. Esto es curioso.

Escuché una vez a un tarotista “estoy viendo que por ahí viene mi amigo. Y por eso mismo, porque le he visto y le he reconocido como mi amigo, he dejado de verlo”. No es nada extraño que este comentario sobre como las cosas que son cotidianas dejan de verse provenga de un tarotista, si algo distingue a un lector de cartas del Tarot es su capacidad de ver y no dejar de ver por más que haya visto la misma carta. Pero no todos jugamos a ese apasionante cruce de arquetipos que es el Tarot. No todos poseemos la capacidad de seguir viendo lo que ya se ha visto. Por eso dejamos de ver aunque sigamos mirando.



Y dejamos de encontrarnos con los seres queridos, aunque estén a nuestro alrededor, también ese objeto que tanta ilusión nos hizo se torna en un objeto más, Platero deja de ser peludo y suave, ni siquiera es un burro, solo es un bulto en el establo. He leído por ahí, vaya usted a saber dónde, que las conexiones sinápticas entre las células del cerebro, nuestras increíbles neuronas, de las que tenemos ochenta y cuatro mil millones en el cerebro, cada una con quince mil, más o menos, conexiones, pues bien, estas chicas que permiten la vida, aprender a leer y que en mi cerebro deben estar funcionando para que yo escriba esto y sepa cómo hacerlo, se van desconectando entre sí de zonas que no utilizamos. Se van marchando, dejándonos solos con nuestra indiferencia, completamente solos, sin esas zonas que reconocemos porque nos pertenecen, sin esos seres amados que por lo cotidiano ya no existen, sin ese As de copas que un día escondimos en el cajón y ya no recordamos qué nos hizo esconder una carta en un cajón.

Nos vamos quedando ciego a fuerza de ver. Como la locura se apodera de algunas personas a fuerza de pensar en la posibilidad de volverse loco.



viernes, 29 de abril de 2022

LA EDUCACIÓN DEL ALMA

 


Quizás se supo alguna vez, pero ya no lo recordamos, -es lo más parecido a no lo sé-, en qué momento de la Historia el hombre comenzó a pensar que no era solo un cuerpo, sino que su entidad estaba compuesta de una doble toga, de dos entes muy parecidos, pero no iguales. Algunos sapiens sapiens consideran que somos un dúo compuesto de un cuerpo físico y también de algo que no se puede ver, pero que condiciona la visión de las cosas, el alma. Y esta queda, como el amor, el odio, la cobardía, el valor, etc. en otra forma de existencia en el Universo.

Para que esta parte invisible sea llamada metafísica habrá que esperar a que se ordenen los libros de Aristóteles y que alguien no sepa como llamar a esas obras del estagirita que tratan sobre cosas intangibles. Finalmente, como estas obras estaban después de los libros de la Física, se optará por llamarlos Metafísica, o lo que es lo mismo Más allá de la Física. Parecido a lo que le sucedió al río de mi ciudad, Málaga la bella, y que fue que los árabes, hartos aquí y acullá de poner nombres preciosos a los elementos, le pusieron Guadalmedina, que transcrito al español es Río de la ciudad. Ni estos ni aquel se rompieron la cabeza en demasía.

Si el alma existe lo ignoro, aunque para mí tengo que sí. Otra cosa es su inmortalidad. Eso se lo dejo para el Más allá, en el caso hipotético de que exista. Pero que hay una sustancia que conforma la personalidad de cada individuo, y que esa sustancia o no elemento registrable no se encuentra plenamente en un hecho físico como es el cerebro, estoy convencido. Descartes situó el alma en la glándula pineal. Vaya usted a saber por qué.

Como todo “algo” que existe, el alma tiene un proceso de nacimiento, un camino hacia la entelequia, es decir la plenitud de la forma, un desgaste y finalmente, una muerte. Cuando estuve delante de “Los niños de la concha” de Murillo, percibí algo que no estaba en ninguna reproducción por muy lograda que esta fuera. Había una energía que salía del cuadro, no medible con los sentidos físicos, pero que sí conecta con los metafísicos. Es por eso que no tenemos palabras para expresar ciertas emociones. Las palabras son hechos físicos, están en otro orden distinto de existencia al de las emociones. Solo la música es capaz de hablar en el lenguaje emotivo y explicarlo.



Y me pregunto si el hombre descubrió la existencia de su alma al mismo tiempo que descubría la existencia de la música. Es posible que a la sucesión ordenada de golpes sobreviviera un temblor inusitado en el homínido, un crujir en su pensamiento que anunció el advenimiento de una realidad nueva hasta entonces tan desconocida como la temperación de los golpes que estaba dando sobre un objeto. A son del ritmo primigenio, llamada por los golpes, como muchísimos siglos después Beethoven llamó al destino con las primeras notas que dan comienzo a su quinta sinfonía, el alma se mostró al homínido. Una faceta inexplorada iniciaba su curso.

El alma, como la inteligencia, necesita ser alimentada y educada, dos conceptos si no opuestos, sí diferenciados. Estoy seguro de que hay hombres cuyas almas están enfermas, como en los hospitales están enfermos los cuerpos, pero no hay hospitales para el ánima. La solución viene a veces de forma inesperada, brusca, como un disparo, y el ente deja de existir. No es un suicidio, es la muerte natural de un alma enferma. En la actualidad el alma no interesa. De hecho, la idea es que no existe el alma, la tendencia, cada vez a velocidad más vertiginosa, es que solo el cuerpo, lo que labora, produce dividendos y cotiza en Hacienda, existe. Lo otro es cosa de religiosos o de románticos trasnochados. Y mientras tanto se carga la bala en la recámara.

El nivel de suicidios ha aumentado tanto que da miedo y nadie quiere hablar de este problema por miedo a reconocer que nos estamos equivocando a la hora de colocar el foco en lo importante. El alma tiene que ser educada, debe ser llevada a niveles superiores, igual que en los estudios deseamos que los alumnos consigan cada vez superar más cursos. El alma no es un ente abstracto que enmudece en un lugar abandonado del desván. Al contrario, nada más presente en el hombre que el alma. Esa cosa tan temida y deseada, esa cosa tan admirable y tenebrosa, el alma, empuja a cada momento hacia acciones, porque la acción es una muestra de vida. Solo los muertos no reaccionan a estímulos.

El alma debe ser estimulada hacia cotas más altas, hacia espacios inexplorados, debe ser invitada a salir a la calle y señorear el Universo. Tiene que descubrir que el único problema y la única misión que tiene el hombre es el trabajo sobre sí mismo. Tiene que descubrir qué es la felicidad y la infelicidad propia. Tiene que descubrir las dos caras de la moneda que es todo ser humano y que, por lo tanto, es él mismo. Y esas dos caras están contenidas en lo que llamo alma, igual que en el cuerpo están las vísceras.



¿Quién se dejaría morir de inanición? Y se deja morir el alma por falta de alimento. La verdad última de cada individuo se deja morir plácidamente, de igual forma que se seda a los enfermos terminales. En este caso lo entiendo, en aquel me causa asombro. Y, a veces, es peor aún, pues el alimento es putrefacción, carroña. Buena parte de las mal llamadas redes sociales son inmensos restaurantes de comida anímica en mal estado. Comida para buitres e hienas. Somos lo que comemos. Así que no es de extrañar que veamos un mundo donde los carroñeros señorean las calles. Siempre los ha habido. Esto no es nuevo. Nihil novum sub sole, que dice el Eclesiastés bíblico, nada hay nuevo bajo el sol. Aunque ahora la comida emponzoñada llega directamente a la mesa.

El filósofo Byung-Chul Han ha comentado en un libro reciente titulado “No cosas” (2021) la importancia de lo táctil, de lo cercano pero real, como si el alma necesitara de su opositor, de lo que está más acá de la Física. Chul Han plantea que la pérdida de cosas materiales está noqueando nuestros sentidos, que delante de las cosas se coloca la información de la cosa en sí y se la elimina. Y esto es muy malo. Me gusta emplear ese término: malo. Como diría un niño a la hora de definir algo nocivo o de definir al Diablo.

La función del alma es la de señalar y desbrozar el camino para si misma, para su plena realización. Pero nada se hace sin trabajo y nada se consigue en su plenitud. Recuerden aquel viejo adagio que afirma “Ten cuidado con lo que pides porque los dioses te lo pueden conceder”. Dos cosas para enseñar al alma: qué pedir y que no siempre, aunque se desee con todo fervor, se consigue aquello que se deseó con todo esfuerzo.



 

miércoles, 12 de enero de 2022

UNA SOLA OPORTUNIDAD


 

Una de las dos leyes más famosas de Murphy afirma que si algo puede salir mal, saldrá mal. La otra habla de una tostada y de la mantequilla. Y, como a usted le pasa, yo tampoco recuerdo ninguna otra de las restantes leyes de Murphy. 

Murphy es un pesimista de esos que hacen profesión de fe de su visión negativa de la existencia y de sus avatares. Estoy seguro de que le hubiese encantado firmar la autoría de la frase Un pesimista es un optimista bien informado. Pesimista viene de pessimus, un latinazo que significa que la cosa había ido a lo peor partiendo de peor; optimista viene de optimus, que en latín era una exclamación que se usaba para felicitar por un buen espectáculo, algo así como nuestro ¡Bravo! o ese castizo ¡Olé! que viene de la exclamación ¡Allah! que lanzaban los de al- Ándalus cuando un poema era del gusto de la audiencia.

La gravedad del pesimista ha sido considerada en ocasiones como algo no exento de humor. Ignoro si esa gravedad es la que, siguiendo la ley de Newton, obliga a los que padecen este género oblicuo de conexión con la existencia, a andar encorvados y con la cabeza cabizbaja. El optimista suele andar orondo y feliz ¿Verdad, mi querido lector, que al primero le ha vestido de riguroso negro y el segundo lleva ropa de color? El optimista posee una visión oblicua de la existencia no alejada de la de su antagonista. Ambos caminan por el borde de ese paréntesis entre dos nada que es la vida, según frase de Mario Benedetti.


Al final, solo los que confían en un más allá que está después de este más acá, tienen derecho a plantearse qué es esto de vivir. Para aquellos que no creemos en Paraísos celestiales, ni reencarnaciones post mortem o estrafalarias metempsicosis en bichos, -ignoro si también en modesta flor de cactus-, ni en esa nueva añagaza que presenta ahora la Ciencia desde su brazo metafísico, es decir desde la física cuántica, que son los Universos paralelos, plantearnos qué es la vida se torna en un absurdo.

Pero mi entorno humano suele echarse las manos a la cabeza afirmando con desesperación que “esto”, su vida, debe tener un sentido. Desde sus creencias, -unos-, desde su ateísmo, -otros-, hay un convencimiento de que la existencia humana, cada existencia humana, tiene una significación en el Universo. Y orillean su pensamiento en los bordes del determinismo teológico.

En ese aspecto se destaca que una vida es exitosa cuando tiene cosechado algunos éxitos. Pero yo afirmo que ninguna vida es exitosa; todas, como cualquier cosa en el Universo, terminan en la nada. El éxito de Cervantes es disfrutado por aquellos que estamos vivos, no por Cervantes, quien ya no es ni siquiera polvo. Todas las angustias y desvelos que experimentó Felipe II no servirán para darle otra vez ni un cronón para volver a respirar por sus extintos pulmones. Desgraciadamente, John Lennon jamás volverá a cantar una canción. Tampoco la escuchará.


Ahora que la muerte ya no es una cuestión que les sucede a otros, sino que está comenzando a ser un asunto tan particular que me va la vida en ello, comienzo a mirar las cosas no por lo que valen, sino por lo que voy a perder cuando no pueda verlas. No es lo mismo vender que comprar. La juventud y la madurez tienen tendencia a la malversación del tiempo y de la belleza. El tiempo y lo que la vida regala solemos malvenderlos, a veces ni tan siquiera al mejor postor.

Se afirma que hay hombres que desperdician su tiempo persiguiendo una quimera. Yo a esos solo tengo que desearles suerte. Están empleados en algo tan necesario, lógico y hermoso como perseguir lo imposible. Y finalmente, no obtendrán nada, ni siquiera el tiempo que invirtieron ¡Oh, qué cosa tan lamentable! Dirán los banqueros y próceres de la Tierra; pero estos tampoco se llevarán nada cuando la pálida Parca, les de a beber su copa y, como dice el maravilloso Omar Jayyam, en sus maravillosas Rubayyat, no puedan negarse a beberla. Y se irán de esta vida, no tan desnuditos como vinieron a ella, pues entonces tenían toda la vida por delante, sino que ni siquiera se irán porque lo que es nada no puede ir a ningún sitio. Ni su dinero ni su poder serán ya suyos. La nada no tiene algo. Solo usted y yo, hoy, poseemos el mayor tesoro del Universo, la vida.


martes, 21 de diciembre de 2021

VENCIDOS SÍ, PERO NO DERROTADOS

 


Para estas navidades me estoy regalando, -yo siempre me regalo algo por Navidad-, aprenderme el poema de León Felipe, Vencidos. Luego lo trabajaré, como en su día hice con otros poemas, -especialmente contento quedé de las Serranillas del Marqués de Santillana-, hasta encontrarles la modulación adecuada al recitarlo. Es un trabajo duro y hermoso. 

Aunque yo no soy de esos que piensan como mi adorado Virgilio, Labor improbus omnia vincit, que traducido al español viene nuestro poeta a sentenciar que el trabajo duro venció todos los obstáculos; estoy convencido de que el esfuerzo bien empleado allana el camino hacia el “posible” éxito. La serendipia, esa palabreja que ahora se ha puesto de moda, no suele darse en el mundo de las Musas.

 


¡Qué versos tan hermosos los de León Felipe! La primera vez que escuché el poema Vencidos, fue en la versión que Joan Manuel Serrat hizo en uno de los discos fundamentales de la música moderna española, Mediterráneo. Entonces, como ahora, me sobrecogió la intensidad del poema, Ahora, como entonces, considero que la música de Serrat le queda como anillo al dedo al poema de León Felipe. Luego, tal vez días, meses o años después, Así es mi vida, piedra, como tú, cantó Paco Ibáñez. Otro poema de León Felipe. Solo dos poemas musicados de forma extraordinaria fueron un feliz incentivo para leer la excelente obra de nuestro poeta.

Ando yo repensando el poema de León Felipe, donde canta, me gusta emplear el término cantor para los poetas, a D. Quijote y a sí mismo. Ando pensando ese desdoblamiento que sufre el protagonista del poema, donde es al mismo tiempo la contemplación y lo contemplado.

El protagonista del poema es D. Quijote, que regresa a través de la terrible estepa castellana, que dijera Manuel Machado, a su lugar. Vuelve obligado por la condición que le impusiera el caballero de la Blanca Luna, cuando D. Quijote acepta su desafío en la playa de Barcino, dicha condición no es otra que si D. Quijote es derrotado deberá volver a su aldea y no tomar las armas durante un año. Además, tendrá que admitir que Dulcinea es menos hermosa que la dama de su rival. Y aquí viene uno de los momentos más grandes e intensos de la literatura de todos los tiempos y mundos posibles, cuando D. Quijote es derrotado y el caballero de la Blanca Luna, -como ustedes saben no es otro que el Bachiller Sansón Carrasco, disfrazado de caballero andante-, le pide, poniéndole la lanza sobre la visera, que reconozca que su dama es más hermosa que Dulcinea del Toboso. Citemos literalmente del capítulo XLIIII, de la segunda parte del Quijote:

Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:

—Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra.

 

Palabras hermosas dignas de un héroe. Dignas de Cervantes. Así, vencido, vuelve el caballero a su casa y así le ve pasar León Felipe. Va el caballero vencido, pero con toda su dignidad intacta, vencido pero un gigante, quizás más grande que nunca. Así el poeta le sueña y se metamorfosea en el caballero andante que pasa por el rectángulo de su ventana. Y se produce una metempsicosis que une al lector del poema con el ilustre hidalgo que luchó contra gigantes convertidos en molinos de vientos. En ese momento todos somos D. Quijote porque ese momento existe siempre en toda vida. No en uno sino en muchos momentos repetidos se ha de abandonar la playa de Barcino y volver a casa, vencido.


Y es la grandeza de la derrota saber aceptarla. Porque la verdadera derrota no es la falta de éxito, sino el olvido de aquello por lo que se ha luchado. La zorra de la fábula es una derrotada no porque tras dar muchísimos saltos no alcanza las uvas, dejando en muy mal lugar a Virgilio y su verso, sino porque se marcha afirmando que están verdes. Tras esta afirmación todo el esfuerzo anterior queda como una estupidez. D. Quijote es vencido, no derrotado. Cantaba Joaquín Sabina hace ya algunos años que a ti y a mí nos gusta el verbo fracasar, en una bellísima canción titulada Conductores suicidas. La única derrota es despreciar aquello por lo que se ha luchado.

Quizás se pueda decir que D. Quijote, tras volver a su aldea o lugar, propone convertirse en pastor y también se lo propone a sus amigos. Pero es que Alonso Quijano, que durante un año no puede ser D. Quijote, no quiere tener que ser Alonso Quijano durante todo un año, -hasta que pueda volver a ser D. Quijote-, por eso propone convertirse en el pastor Quijotiz y a Sancho Panza en el pastor Pancino.

Porque sepan vuesas mercedes que me leen que yerran todos los que consideren que Alonso Quijano se vuelve loco al convertirse en D. Quijote. Alonso Quijano, un anciano que ha llevado una existencia gris, vacía, en un lugar de la Mancha sin nombre ni interés, sin más aliciente que las conversaciones con el cura y el barbero, atendido por una dueña bastante pesada y atendiendo a una sobrina que ya podía estar casada, Alonso Quijano que ha ido un par de veces para ver, sin ser visto, a Aldonza Lorenzo, de quien está secretamente enamorado, pero es un amor imposible porque él es un viejo y Aldonza está en la flor de la vida, Alonso Quijano, digo y sentencio, realiza el mayor acto de cordura al volverse loco y convertirse en D. Quijote ¿Qué vida le esperaba a Alonso Quijano? ¡Qué vida ha tenido siendo el más grande caballero que vieron los siglos, el nunca vencido D. Quijote de la Mancha!

El horizonte de Alonso Quijano era siempre la misma linde de la Mancha. D. Quijote no tiene fronteras, el Universo se le queda chico. Por eso crea mundos paralelos donde pueda vivir sus hazañas a las que no puede bastar cuenta cierta, que diría Jorge Manríquez. Alonso Quijano no puede amar a la labriega y juvenil Aldonza Lorenzo, porque, aunque podría pactar un matrimonio de conveniencia, él sabe que un viejo con una muchacha son cuernos para hoy y para mañana; pero D. Quijote no tiene edad y por tanto es el digno caballero que ama y es amado por la sin par Dulcinea del Toboso.


Por eso, en ocasiones me pregunto con tristeza ¿por qué no tengo el valor de Alonso Quijano y me vuelvo loco? Y entonces, a través de la ventana miro al caballero vencido que está pasando por la manchega llanura. Y León Felipe le pide hazme un sitio en tu montura/ caballero derrotado, donde la derrota se convierte en un signo de admiración, en una muestra de grandeza, de la humanidad que dignifica la palabra humano. Llévame a la grupa contigo/ caballero del honor.

Ser un soñador es maravilloso; ocultar los sueños porque no se han cumplido es una infamia; continuarlos cuando se ha demostrado que se carece de actitud para su consumación es asunto de necios. Pasolini, encarnando al pintor Giotto, se pregunta al final de su maravillosa versión cinematográfica de El Decamerón, ¿por qué crear una obra cuando es más bello simplemente soñarla?

D. Quijote es el sueño de Alonso Quijano. Y Alonso Quijano es la pesadilla tácita de D. Quijote de la Mancha, quien se define a sí mismo como caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso. (Primera parte, capítulo VIII) Finalmente, como a León Felipe, la única esperanza que nos queda a algunos es la grupa de Rocinante.