miércoles, 17 de febrero de 2021

MUTATIS MUTANDIS

 



No sé cuándo mi ilusión fue mayor, si la primera vez que vi un títere o la primera vez que jugué con uno de ellos. De pequeño mis padres me llevaban en algunas ocasiones a ver las representaciones de los “títeres de cachiporra”. Aquello debía ser un espectáculo muy simple, un tinglado semejando una caja o una casa con una apertura frontal por donde deambulaban los títeres realizando su función y unos bancos corridos para que los niños se sentaran. Un argumento mínimo y una escenificación básica.

Algo muy simple, como debe ser. Ningún títere de cachiporra debe ser un objeto de diseño con un acabado primoroso. Un títere de cachiporra no puede ir en directo a un museo, antes debe ganarse el corazón de su auditorio.



Aquellos títeres, con su argumento simple, donde un personaje malvado se lleva algo del protagonista, la chica, el perro, una joya, y entonces el héroe, -en Málaga el inolvidable Peneque el valiente, pero en mis tiempos era Chacolín-, acude al rescate, preguntando a la chiquillería ¿Por dónde se ha ido el malvado? Y todos gritábamos con una voz tan potente como durante la Edad Media, gritaban los monjes de Cluny el canto gregoriano para salvar almas del Purgatorio, “por allíííííííí”, no pueden salir jamás de mi corazón. Su recuerdo permanece indeleble entre mis cosas queridas.

La cuestión era llegar al combate frontal donde los cachiporrazos se repartían entre el bueno y el malo. Finalmente, con el aplauso emocionado de aquel pueriauditorio (me acabo de inventar la palabra) y los gritos de admiración por la labor del héroe, Chacolín, -o Peneque en nuestros tiempos-, vencía al malvado, que por lo general era un tipo con bigote y mal encarado o un terrible lobo. Luego el héroe rescataba a la chica o recuperaba lo sustraído. A veces, ambas cosas.

De aquellas humildes puestas en escena, mire usted por donde, salió la obra que revolucionaría el teatro en Occidente. Evidentemente, estoy hablando de “Ubú rey”, la terrible obra de Alfred Jarry, estrenada en el Thëatre de L´Oeuvre, el 10 de diciembre de 1896. No es que Jarry se inspirara en los títeres de cachiporra, sino que el propio autor defiende que se debe representar con títeres. Jarry hizo una inversión del asunto y el protagonista era el malvado. El padre Ubú es la imagen un dictador sin un asomo de escrúpulo. Ubú rey había marcado un nuevo estilo, un camino distinto no sólo para el teatro.



Después de esta obra maestra, llegaría, casi cincuenta años más tarde, el teatro del absurdo con “La cantante calva” de Eugene Ionesco, también “Esperando a Godot” de Samuel Becket, y también, también, también, etc. etc. etc.

Por cierto, el primer taco o palabra mal sonante pronunciada en un escenario la dijo el padre Ubú, quien grita “¡Merdra!” (observen a la “r” intentando salvar los muebles de la moralina) en cuanto se descorre el telón. Gracias a esto, las películas estadounidenses de los últimos veinte años han podido cambiar la posibilidad de diálogos inteligentes por aluviones de tacos a cada cual más desagradable.

Creo que fue en Ubú rey donde por primera vez oí hablar de patafísica. Desde luego el inventor de semejante ciencia es Alfred Jarry. El doctor Faustroll, otro personaje de Jarry, es profesor de patafísica. Si la Metafísica es “aquello que está más allá de la física”, nombre que se debe a los libros de Aristóteles que se encontraban después de su tratado sobre la Física, el invento de Jarry, la patafísica, se descompone etimológicamente más o menos como “aquello que está alrededor de lo que está más allá de la física”



En realidad, se trata de la ciencia de soñar las soluciones imposibles, la unión de principios contrario y no recuerdo ya si se buscaba la triangulación del círculo, porque un buen patafísico jamás buscaría la cuadratura. Como yo siempre he tenido mi vena dedicada al absurdo, la patafísica, cada vez que me la encuentro por ahí, me divierte con sus cosas y me uno durante un tiempo a estos filósofos impresentables porque nadie admitirá ser presentado. Siempre he pensado que el gran sacerdote o el santo cuya imagen preside cualquier sesión de patafísica es Groucho Marx. Sus frases destilan todo el saber de esta ciencia arcana (en realidad, inventada a finalísimos del siglo XIX)

Patafísicos fueron André Bretón, Pablo Picasso, Marcel Duschamp, Eugene Ionesco y un buen número de personajes famosos y anónimos. En la canción de los Beatles “Maxwell´s Silver Hammer”, aparece Joan, una chica estudiante de patafísica que será la primera víctima, al menos en la canción, del terrible martillo de plata de Maxwell. Pero Joan es lo de menos, lo interesante es que McCartney también coqueteaba con la ciencia de Durmiendo se trabaja mejor, formen comités del sueño.



En el Mayo francés se solicitaba “Seamos realistas, pidamos lo imposible” o “la imaginación al poder”. Existe un hilo rojo, blanco, verde o del color que deseen, pero existe, entre Jarry y el Mayo francés. Tampoco el movimiento surrealista habría existido sin la patafísica, ni mucho menos el movimiento Dadá, el único realmente patafísico.

¡Miren a donde nos han llevado los títeres de cachiporra! Andando el camino, nos vamos asombrando de como un patito resulta ser el bisabuelo de un rinoceronte, animalito este a quien Marco Polo confundió con un unicornio. Resulta que no es tan imposible el efecto mariposa, ya saben, eso de que el aleteo de una mariposa en un lugar del mundo puede provocar un huracán en el otro lado.

Quizás, algún día, este que les escribe de vez en cuando no sepa cuantos fueron los años de soledad de Gabriel García Márquez, es muy posible que no recuerde que los poemas de la oficina son debidos al genio de Benedetti, pero nunca olvidaré a Chacolín. No puedo permitirme el lujo emocional de olvidarlo.