No sé cuándo mi ilusión
fue mayor, si la primera vez que vi un títere o la primera vez que jugué con
uno de ellos. De pequeño mis padres me llevaban en algunas ocasiones a ver las
representaciones de los “títeres de cachiporra”. Aquello debía ser un
espectáculo muy simple, un tinglado semejando una caja o una casa con una
apertura frontal por donde deambulaban los títeres realizando su función y unos
bancos corridos para que los niños se sentaran. Un argumento mínimo y una
escenificación básica.
Algo muy simple, como
debe ser. Ningún títere de cachiporra debe ser un objeto de diseño con un
acabado primoroso. Un títere de cachiporra no puede ir en directo a un museo, antes
debe ganarse el corazón de su auditorio.
Aquellos títeres, con su
argumento simple, donde un personaje malvado se lleva algo del protagonista, la
chica, el perro, una joya, y entonces el héroe, -en Málaga el inolvidable
Peneque el valiente, pero en mis tiempos era Chacolín-, acude al rescate,
preguntando a la chiquillería ¿Por dónde se ha ido el malvado? Y todos
gritábamos con una voz tan potente como durante la Edad Media, gritaban los
monjes de Cluny el canto gregoriano para salvar almas del Purgatorio, “por
allíííííííí”, no pueden salir jamás de mi corazón. Su recuerdo permanece
indeleble entre mis cosas queridas.
La cuestión era llegar al
combate frontal donde los cachiporrazos se repartían entre el bueno y el malo.
Finalmente, con el aplauso emocionado de aquel pueriauditorio (me acabo de
inventar la palabra) y los gritos de admiración por la labor del héroe,
Chacolín, -o Peneque en nuestros tiempos-, vencía al malvado, que por lo
general era un tipo con bigote y mal encarado o un terrible lobo. Luego el
héroe rescataba a la chica o recuperaba lo sustraído. A veces, ambas cosas.
De aquellas humildes
puestas en escena, mire usted por donde, salió la obra que revolucionaría el
teatro en Occidente. Evidentemente, estoy hablando de “Ubú rey”, la terrible
obra de Alfred Jarry, estrenada en el Thëatre de L´Oeuvre, el 10 de diciembre
de 1896. No es que Jarry se inspirara en los títeres de cachiporra, sino que el
propio autor defiende que se debe representar con títeres. Jarry hizo una
inversión del asunto y el protagonista era el malvado. El padre Ubú es la
imagen un dictador sin un asomo de escrúpulo. Ubú rey había marcado un nuevo
estilo, un camino distinto no sólo para el teatro.
Después de esta obra
maestra, llegaría, casi cincuenta años más tarde, el teatro del absurdo con “La
cantante calva” de Eugene Ionesco, también “Esperando a Godot” de Samuel
Becket, y también, también, también, etc. etc. etc.
Por cierto, el primer
taco o palabra mal sonante pronunciada en un escenario la dijo el padre Ubú,
quien grita “¡Merdra!” (observen a la “r” intentando salvar los muebles de la
moralina) en cuanto se descorre el telón. Gracias a esto, las películas
estadounidenses de los últimos veinte años han podido cambiar la posibilidad de
diálogos inteligentes por aluviones de tacos a cada cual más desagradable.
Creo que fue en Ubú rey
donde por primera vez oí hablar de patafísica. Desde luego el inventor de
semejante ciencia es Alfred Jarry. El doctor Faustroll, otro personaje de
Jarry, es profesor de patafísica. Si la Metafísica es “aquello que está más
allá de la física”, nombre que se debe a los libros de Aristóteles que se encontraban
después de su tratado sobre la Física, el invento de Jarry, la patafísica, se
descompone etimológicamente más o menos como “aquello que está alrededor de lo
que está más allá de la física”
En realidad, se trata de
la ciencia de soñar las soluciones imposibles, la unión de principios contrario
y no recuerdo ya si se buscaba la triangulación del círculo, porque un buen
patafísico jamás buscaría la cuadratura. Como yo siempre he tenido mi vena
dedicada al absurdo, la patafísica, cada vez que me la encuentro por ahí, me
divierte con sus cosas y me uno durante un tiempo a estos filósofos
impresentables porque nadie admitirá ser presentado. Siempre he pensado que el
gran sacerdote o el santo cuya imagen preside cualquier sesión de patafísica es
Groucho Marx. Sus frases destilan todo el saber de esta ciencia arcana (en
realidad, inventada a finalísimos del siglo XIX)
Patafísicos fueron André
Bretón, Pablo Picasso, Marcel Duschamp, Eugene Ionesco y un buen número de
personajes famosos y anónimos. En la canción de los Beatles “Maxwell´s Silver
Hammer”, aparece Joan, una chica estudiante de patafísica que será la primera
víctima, al menos en la canción, del terrible martillo de plata de Maxwell. Pero
Joan es lo de menos, lo interesante es que McCartney también coqueteaba con la
ciencia de Durmiendo se trabaja mejor, formen comités del sueño.
En el Mayo francés se
solicitaba “Seamos realistas, pidamos lo imposible” o “la imaginación al
poder”. Existe un hilo rojo, blanco, verde o del color que deseen, pero
existe, entre Jarry y el Mayo francés. Tampoco el movimiento surrealista habría
existido sin la patafísica, ni mucho menos el movimiento Dadá, el único
realmente patafísico.
¡Miren a donde nos han
llevado los títeres de cachiporra! Andando el camino, nos vamos asombrando de
como un patito resulta ser el bisabuelo de un rinoceronte, animalito este a
quien Marco Polo confundió con un unicornio. Resulta que no es tan imposible el
efecto mariposa, ya saben, eso de que el aleteo de una mariposa en un lugar del
mundo puede provocar un huracán en el otro lado.
Quizás, algún día, este
que les escribe de vez en cuando no sepa cuantos fueron los años de soledad de
Gabriel García Márquez, es muy posible que no recuerde que los poemas de la oficina
son debidos al genio de Benedetti, pero nunca olvidaré a Chacolín. No puedo
permitirme el lujo emocional de olvidarlo.
Regalo inesperado, porque no sabes si va a venir o cuando, pero maravilloso cuando se tiene entre las manos. Gracias por compartirlo.
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