El otro día fue mi cumpleaños. Me van a permitir que no diga cuantos,
como Cervantes no quiso decir donde vivía Alonso Quijano o Bach dejó ese
“buscando encontraréis” bíblico para los instrumentos en su “Arte de la fuga”.
A ciertas edades es mejor guardar un discreto silencio y apagar las velas
cuanto antes.
Entre otros regalos, Mili me envió un vídeo donde recitaba los cuatro
primeros versos de “El Golem” de Borges. Ha sido este un regalo de una belleza
de melocotoneros, de jazmines en flor, de conversación divertida con un mulato,
cuánto te quiero, muchacho, bajo un bananero. Mis amigos saben de la devoción
que tengo por la obra de Borges. Yo le considero el gran señor del relato corto
y del microensayo. Aunque también suelo decir que la poesía de Borges, sólo es poesía
cuando la recita Mili.
Me apresuré a llamar a mi agente de seguros para hacer una ampliación de
mi póliza de hogar, agregando entre los bienes domésticos el vídeo de mi amiga.
El agente me dijo que esto supondría un aumento significativo del coste anual
de la póliza, pues el objeto declarado era demasiado valioso.
Y esto me lleva a pensar que existen dos tipos de valores, uno mensurable
y que cotiza en bolsa, otro, inasible al destino y la moda, que no tiene medida y
su valor se estima en la capacidad para conmovernos. Y este último valor habla
directamente a nuestro ser más profundo y obtiene siempre una respuesta de
nuestra parte, lo queramos o no.
En ocasiones el corazón salta ansioso por seguir la conversación; otras
veces, se retira meditabundo a un lado oscuro desde el cual balbucea de forma
tímida, aunque desea guardar silencio. Yo, mi yo que apenas percibo, soy esa
conversación con ese recuerdo de una emoción. En ocasiones, a mi pesar o para
mi placer. A veces es una vieja cuestión no zanjada.
El poeta romano Catulo (Siglo I a. C.), en su
decimonovena crisis amorosa con Lesbia, se queja doloroso de que desea olvidar
a su infiel amada. Se queja, y esto es lo curioso, no de que le resulte
imposible relegar a su amada a los desolados campos del olvido, sino de que
puede conseguir olvidarla. Evidentemente, con semejante cuadro patológico,
sabemos que el enfermo no va a sanar porque no quiere curarse. Catulo quizás deseaba perder el recuerdo, pero se negaba a perder con
ello la experiencia emocional que traía consigo.
Siempre me he preguntado a dónde habrán ido a parar aquellos sentimientos contradictorios de Catulo ¿Dónde estará el devastador dolor de Hécuba al ver su reino, Troya, destruido y sus hijos muertos por manos aqueas? ¿Cómo se decide el orden jerárquico en que siento, guardo y. quizás algún día, recuerdo mis emociones?
Siempre me he preguntado a dónde habrán ido a parar aquellos sentimientos contradictorios de Catulo ¿Dónde estará el devastador dolor de Hécuba al ver su reino, Troya, destruido y sus hijos muertos por manos aqueas? ¿Cómo se decide el orden jerárquico en que siento, guardo y. quizás algún día, recuerdo mis emociones?
Es curioso que cuando veo la foto donde, celebrando el final de la II Guerra Mundial, un marinero y una chica se besan en mitad de una calle repleta de vítores, evoco de forma natural la emoción del momento, como un eco lejano que llegase hasta mí burlando las reglas del tiempo y sus fronteras. Igual que dicen los científicos que aún resuena el eco del Big Bang en todo el Universo.
Es evidente que en algunos hechos hay una cualidad que les hace pervivir,
incluso por encima de sus propias expectativas. Todos andamos por la vida con
una mochila cargada de recuerdos en primer término. Entre ellos hay recuerdos
fútiles, sin contenido, con menos profundidad que la cáscara de una nuez, pero
siguen ahí. Mientras a nuestro pesar olvidamos momentos importantes, esos
recuerdos vanos con sus sensaciones asociadas, persisten.
Poseen algo, pero ignoramos qué es. Porque la persistencia emocional del
recuerdo es algo poco estudiado y es uno de los tesoros de nuestra especie. El
estudio de los recuerdos emocionales y su proceso de selección sigue esperando
turno en el cajón de las cosas importantes.
Y ahora, disculpen, tengo que dejarles porque estoy recordando una tarde
con mi hija, sentados bajo una palmera y contemplábamos el mar…
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