jueves, 9 de abril de 2020

NERO, MA NON TROPPO


Hace algunos días, un conocido comentaba, llevado por esa moda inquisitorial que alimentada desde la ignorancia otorga oscuros motivos antisociales a costumbres y modos del lenguaje, afirmaba, decía, a quién quisiese escucharle que la cantidad de adjetivos donde el negro es un elemento negativo es prueba fehaciente de la tradicional xenofobia de los españoles.
Yo tengo mucha experiencia que avala lo contrario y habla de un pueblo generoso in extremis y hospitalario. Y así lo comenté. También que se ha puesto de moda, otra moda más e igualmente dañina, el otorgar crédito a toda opinión negativa o cargada de mala intención. Está a la orden del día el insulto contra las personas, colectivos y países. Se lo merezcan o no. Y se comparte felizmente a través de las redes llamadas sociales sin comprobar la veracidad de lo que se cuenta.
De esto último, asunto que me tiene bastante preocupado, espero recordar que tengo que hablar con ustedes un buen rato. Y digo “espero” porque mi memoria, según Borges es lo que el olvido se olvidó de llevar, cada vez está menos por la labor y el olvido, en mi caso, cada vez es menos olvidadizo

Volviendo al color negro. Como ustedes saben el negro es la ausencia de color. Como el blanco. Chesterton, en un artículo como todos los que escribió, genial, afirmaba que en España el negro sí es un color. Hay una distinción en el negro español que no lo tienen otras sociedades.  Se podría pensar que es cierto que cualquier idioma está cargado de referencias negativas contra este color o esta ausencia de color; pero no es lo primero, sino lo segundo. Me explico…
Nosotros, hijos del siglo XX y XXI, no conocemos la oscuridad absoluta. Nuestras ciudades están llenas de luces y ruidos a cualquier hora de las veinticuatro que componen un día. Como muchos no han experimentado jamás esa sensación de falta absoluta de luz, les resultará difícil comprender que en la oscuridad total no hay ningún color, ni siquiera el negro español.
La oscuridad absoluta es la nada, el vacío inmensurable que llama al abismo desde el propio abismo. Abyssus Abyssum vocat, dice el bellísimo salmo 42 de la Biblia. Nada que ver con el color negro y su falta de adaptación al resto de la pandilla Coloretes.
Hace años pasaba unos días en una casa rural con mis amigos del grupo de los locos. Grupo al que me llena de orgullo y satisfacción pertenecer por la calidad humana de sus componentes. Me desperté de madrugada, aún había tiempo para el amanecer, y con mi fiel compañero por aquel entonces, mi pequeño y negro perro Lukas salí de la casa y me aventuré por un camino rural que lleva hasta Ardales.




No había luz alguna y yo tampoco llevaba linterna. Entonces comprendí lo que el hombre antiguo sentía al caminar de noche cerrada.
Andado diez minutos escuchamos ruidos, algo se movía en una distancia de doscientos metros. Sentía a Lukas andar a mi lado, sabía que jamás se retiraba de mí, y continuamos el paso fiando el uno en el otro. Pasamos en paralelo a aquellos inquietantes ruidos, yo con el corazón empequeñecido en el pecho y sospecho que Lukas en la misma sazón. Pero pasamos, dejamos atrás aquel engendro mitológico o tal vez un tropel de demonios que volvían algo achispados de un akelarre. Llevábamos un buen trecho andado cuando el alba comenzó a despuntar y mi corazón a aplaudir ¿Ven ustedes la diferencia entre luz y tinieblas? Lo que antes fuera motivo de terrible inquietud tornose en un pacífico rebaño de cabras tras un cercado.
¿Cuántas veces el hombre preEdisón, sufría esta desazón a lo largo de su vida? Todas las noches hasta que llegaba la alborada, mil veces cantada por razones innumerables como lo son las arenas del desierto o las galaxias del Universo. Yo le dije a Lukas que, tal vez, el pandemónium se había transformado en cabras para divertirse aún más a nuestra costa. 
Lukas me miró y recordé, quizás fue el propio Lukas quien recordó, esa aventura más grande y jamás contada de la primera parte del Quijote, donde el más esforzado caballero que vieron los siglos y su no menos valiente escudero, sufren pasar toda una noche emboscados frente a un inquietante sonido que se repite una y otra vez, hasta que la llegada del alba revela que se trata de unos batanes.
Finalmente, para cerrar con broche de oro su exposición, el conocido nos dijo, y a quien quiso oírle, que al Diablo siempre se le pinta negro. Aquí tuve que intervenir y aclarar que el Diablo no es negro, sino que está achicharrado por su caída a los infiernos.





Sí hay Vírgenes negras, como la Moreneta. Pero no hay un Satán negro, sino quemadito hasta las entrañas. El desconocimiento impide incluso reconocer a un tipo tan fácil de ver como es el Diablo.


Si alguna vez quieren comprobar lo que digo sobre el abismo asómense a la boca de un pozo sin fondo, busquen un color, incluso la ausencia de color. No está. No existe el concepto y, por tanto, tampoco su inexistencia. Lo más parecido es eso que en alquimia llaman masa primigenia y que es un compuesto informe y oscuro de los cuatro elementos, aire, fuego, tierra y agua.
A estos cuatro elementos hay que añadir uno más, el espíritu de vida, que es lo que realmente busca en su laboratorio todo alquimista que se precie de serlo.

4 comentarios:

  1. Fantástico hermano, una explicación certera como el dardo de un jíbaro.

    «De lo negro lo oscuro
    De lo blanco la luz
    Blanca negritud
    Luminosa oscuridad.
    Ligados en el extremo.
    Tan diferentes y disparejos
    Hijos de un mismo cielo»

    Me ha encantado ❤️

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  2. Orgullosa de tenerte como amigo y de pertenecer a ese grupo de locos y locas.

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  3. Querida Gertru, es una suerte contarte entre mis amigos

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