Hace algunos días, un conocido comentaba, llevado por esa moda inquisitorial que alimentada desde la ignorancia otorga oscuros motivos antisociales a costumbres y modos del lenguaje, afirmaba, decía, a quién quisiese escucharle que la cantidad de adjetivos donde el negro es un elemento negativo es prueba fehaciente de la tradicional xenofobia de los españoles.
Yo tengo
mucha experiencia que avala lo contrario y habla de un pueblo generoso in
extremis y hospitalario. Y así lo comenté. También que se ha puesto de moda,
otra moda más e igualmente dañina, el otorgar crédito a toda opinión negativa o
cargada de mala intención. Está a la orden del día el insulto contra las
personas, colectivos y países. Se lo merezcan o no. Y se comparte felizmente a
través de las redes llamadas sociales sin comprobar la veracidad de lo que se
cuenta.
De esto
último, asunto que me tiene bastante preocupado, espero recordar que tengo que
hablar con ustedes un buen rato. Y digo “espero” porque mi memoria, según
Borges es lo que el olvido se olvidó de llevar, cada vez está menos por la
labor y el olvido, en mi caso, cada vez es menos olvidadizo
Nosotros,
hijos del siglo XX y XXI, no conocemos la oscuridad absoluta. Nuestras ciudades
están llenas de luces y ruidos a cualquier hora de las veinticuatro que
componen un día. Como muchos no han experimentado jamás esa sensación de falta
absoluta de luz, les resultará difícil comprender que en la oscuridad total no
hay ningún color, ni siquiera el negro español.
La oscuridad
absoluta es la nada, el vacío inmensurable que llama al abismo desde el propio
abismo. Abyssus Abyssum vocat, dice el bellísimo salmo 42 de la Biblia. Nada
que ver con el color negro y su falta de adaptación al resto de la pandilla
Coloretes.
Hace años
pasaba unos días en una casa rural con mis amigos del grupo de los locos. Grupo
al que me llena de orgullo y satisfacción pertenecer por la calidad humana de
sus componentes. Me desperté de madrugada, aún había tiempo para el amanecer, y
con mi fiel compañero por aquel entonces, mi pequeño y negro perro Lukas salí
de la casa y me aventuré por un camino rural que lleva hasta Ardales.
No había luz alguna y yo tampoco llevaba linterna. Entonces comprendí lo que el hombre antiguo sentía al caminar de noche cerrada.
No había luz alguna y yo tampoco llevaba linterna. Entonces comprendí lo que el hombre antiguo sentía al caminar de noche cerrada.
Andado diez
minutos escuchamos ruidos, algo se movía en una distancia de doscientos metros.
Sentía a Lukas andar a mi lado, sabía que jamás se retiraba de mí, y continuamos
el paso fiando el uno en el otro. Pasamos en paralelo a aquellos inquietantes
ruidos, yo con el corazón empequeñecido en el pecho y sospecho que Lukas en la
misma sazón. Pero pasamos, dejamos atrás aquel engendro mitológico o tal vez un
tropel de demonios que volvían algo achispados de un akelarre. Llevábamos un
buen trecho andado cuando el alba comenzó a despuntar y mi corazón a aplaudir
¿Ven ustedes la diferencia entre luz y tinieblas? Lo que antes fuera motivo de
terrible inquietud tornose en un pacífico rebaño de cabras tras un cercado.
¿Cuántas
veces el hombre preEdisón, sufría esta desazón a lo largo de su vida? Todas las noches hasta que llegaba la alborada, mil veces cantada por razones
innumerables como lo son las arenas del desierto o las galaxias del Universo.
Yo le dije a Lukas que, tal vez, el pandemónium se había transformado en cabras
para divertirse aún más a nuestra costa.
Lukas me miró y recordé, quizás fue el
propio Lukas quien recordó, esa aventura más grande y jamás contada de la
primera parte del Quijote, donde el más esforzado caballero que vieron los
siglos y su no menos valiente escudero, sufren pasar toda una noche emboscados
frente a un inquietante sonido que se repite una y otra vez, hasta que la
llegada del alba revela que se trata de unos batanes.
Finalmente,
para cerrar con broche de oro su exposición, el conocido nos dijo, y a quien
quiso oírle, que al Diablo siempre se le pinta negro. Aquí tuve que intervenir
y aclarar que el Diablo no es negro, sino que está achicharrado por su caída a
los infiernos.
Sí hay Vírgenes negras, como la Moreneta. Pero no hay un Satán negro, sino quemadito hasta las entrañas. El desconocimiento impide incluso reconocer a un tipo tan fácil de ver como es el Diablo.
Si alguna vez
quieren comprobar lo que digo sobre el abismo asómense a la boca de un pozo sin
fondo, busquen un color, incluso la ausencia de color. No está. No existe el
concepto y, por tanto, tampoco su inexistencia. Lo más parecido es eso que en
alquimia llaman masa primigenia y que es un compuesto informe y oscuro de los cuatro
elementos, aire, fuego, tierra y agua.
A estos
cuatro elementos hay que añadir uno más, el espíritu de vida, que es lo que
realmente busca en su laboratorio todo alquimista que se precie de serlo.
Fantástico hermano, una explicación certera como el dardo de un jíbaro.
ResponderEliminar«De lo negro lo oscuro
De lo blanco la luz
Blanca negritud
Luminosa oscuridad.
Ligados en el extremo.
Tan diferentes y disparejos
Hijos de un mismo cielo»
Me ha encantado ❤️
Muchas gracias Oxe. Por tu respuesta y por tu poema
EliminarOrgullosa de tenerte como amigo y de pertenecer a ese grupo de locos y locas.
ResponderEliminarQuerida Gertru, es una suerte contarte entre mis amigos
ResponderEliminar