Como vivir es un ejercicio tan complicado tenemos que inventar cosas para que sea más liviano este caminar en ocasiones deambulante, en otras en línea recta ¡qué aburrimiento!, a veces haciendo círculos para no volver al mismo sitio o dando un gran rodeo para llegar a ninguna parte. No voy a descubrir ningún secreto si afirmo que también se camina en sueños.
En
ocasiones soñar es una forma de evasión, un deseo de no existir, una
evanescencia que se presenta como un analgésico contra el dolor de la
existencia, que afirmaría cualquier poeta romántico. Pero, soñar en demasía, y
quien escribe sabe bastante de esto, puede llevarnos a no vivir, a no existir,
a olvidar lo que hay alrededor. A veces los sueños más hermosos tienen un
trágico despertar. Abrir los ojos y ver que tus hijos han crecido mientras tú
estabas en el monte Athos, nunca has estado allí, rezando con unos monjes
inexistentes, no tiene gracia.
El sueño, en este caso el físico, ese que por la noche nos vence, eso que se llama dormir, era considerado por los antiguos griegos hermano de la Muerte. Morfeo, dios del sueño, y Thanatos, la personificación de la Muerte, eran hermanos. Ciertamente nada se parece más a estar muerto que estar dormido. Con una excepción, dormido soñamos.
Lo curioso,
no sé si han percatado, es que los sueños del dormido no tienen nada que ver
con los sueños de la vigilia. Lo que anhelamos despiertos rara vez se nos
aparece en sueños, al menos de una forma positiva. Por ejemplo, en mi caso llevo años esperando el sueño donde me subo
en el caballo Pegaso y recorro tierras y mares. Nunca he volado dormido. Este
rocín no viene a mi dormitorio si tengo los ojos cerrados y la respiración
pausada.
¿Cuántos adolescentes que durante el día piensan en el amor de sus sueños, que besan apasionadamente sus labios dejando su marca en el viento, darían al mal postor media vida porque su amor apareciera en cualquier momento de la zona REM? ¡Ay, con cuanta pasión abrazarían esa nada generada por las neuronas cerebrales y no por una unión de óvulo y esperma! Y sin embargo, no sucede. La persona amada no aparece, excepto a algunos privilegiados, e incluso a estos se puede afirmar que en muy contadas ocasiones.
No todos los sueños de la vigila son de corte erótico, pero no quiero referirme aquí a esos sueños prosaicos consistentes en tener un coche mejor, un piso más grande, considero que eso no son sueños sino anhelos. El sueño debe poseer algo alado y algo de imposibilidad, ese humo que se desvanece en cuanto se intenta agarrar. El sueño debe participar de tigres que saltan sobre una mujer desnuda, como pintó Dalí. A esos sueños me entrego diariamente un rato.
Cuando
alguien mira un paisaje desde el pico elevado de una montaña ¿ve con sus ojos o
con los del sueño? Es indudable que existe el paisaje que ve, que le circunda,
que le conmueve, pero ¿todo lo que está viendo existe? ¿No habrá pequeñas
imágenes repartidas aquí y allá, asomando con timidez de muchacho asustadizo,
que no pertenecen a la realidad, pero que conforman ese toque onírico en la
realidad que conmueve al espectador?
A veces me pregunto ¿Qué soñaba un vikingo cuando veía el mar cubierto por la niebla? Quizás vio las imágenes de las valquirias siluetadas entre las nubes y soñó que eran nueve y que le esperaban para servirle una copa en el Walhalla. Quizás las vio con tanta certeza que creyó que era cierto y lo contó a sus compañeros y estos le creyeron porque mejor que ser polvo, pasto de los buitres, nada, es ser invitado a copas de hidromiel por doncellas tan hermosas que desafían a los sentidos.
Así el
hombre sueña en la vigilia lo que no aparece en sus sueños de durmiente. Busca
el consuelo que no encuentra despierto ni dormido. Sueña que es verdad eso de
que él es lo más importante del Universo. No sueña el pobre en su pobreza, ni
el rico en su riqueza, y que me perdone Calderón, sueña que tiene una oportunidad
distinta a la que la vida le brinda. No sueña otra vida, sino un complemento a
la que posee. Quizás también sueña que esta vida tiene un anexo post mortem,
pero en eso ya no entro.
La imaginación,
esa fuerza a la cual Aristóteles consideraba absolutamente necesaria para tener
pensamientos de calidad humana, genera en el hombre sueños positivos, hermosos,
pero también sueña monstruos y los transmite a la realidad. Y en la realidad
cobran forma y vida. No son productos de la Naturaleza, son productos humanos
que a fuerza de ser repetidos, de ser vistos con los ojos del alma o de la imaginación,
terminan adquiriendo una corporeidad distinta a la física, sí, pero indudablemente
corpórea. A veces, casi se les puede tocar.
Pero eso forma parte del juego de lo onírico en los sueños del despierto. Como afirmó Paul Valéry, - creo, - el blanco no puede existir sin el negro. La despreocupación de las valkirias risueñas está atemperada con la terrible amenaza de la llegada de Surf, quien durante la terrible batalla del Ragnarok quemará el Walhalla. La belleza de Galatea debe coexistir con la deformidad monstruosa de Polifemo. Así, incluso en sueños creados por la imaginación, el hombre, la mujer, compensa con contrarios la volición que motiva toda imagen de la mente.
Recuerdo
aquella anécdota de Picasso. El genio malagueño estaba pintando el retrato de
una mujer y alguien comentó que no se parecía a ella. Picasso respondió, “ya se
parecerá.” ´Sabía que el tiempo terminaría creando el parecido entre modelo y retrato.
Que los hombres encontrarían las similitudes en vez de las diferencias, o
sencillamente que el paso del tiempo haría que la modelo fuese la mujer del
retrato.
De igual forma que aceptamos sin comentarios ni asombros los mundos de la Divina Comedia o de los Sueños quevedianos, también aceptamos que imágenes creadas por nuestra mente formen parte de nuestro mundo real. Aunque sepamos que no es más que un sueño que mantenemos mientras seguimos despiertos.
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