Pues sí, me he enterado esta semana, mire usted por donde, de la existencia de un pájaro que es mudo, como aparentaba serlo en el cine, Harpo Marx. Supongo que esta curiosa ave también estará exenta de ese pecado propio de estúpidos que es la envidia, porque de no ser así esta desafortunada cigüeña sería de plumaje amarillo que es, según la tradición, el color de ese mal que solo daña a quien lo padece y no hace bien a nadie.
El pobre Jaribu está condenado a que los demás canten por él. Como
me sucede a mí, no por mi mala cabeza, sino por mi mal oído musical.
El jaribu vive en Sudamérica y pertenece a la especie de las cigüeñas.
Esas mismas que en otro tiempo anidaban en los campanarios de las iglesias
cuando a nadie le molestaban las campanas, entre otras cosas porque marcaban
las horas del día, avisaban del peligro, anunciaban las defunciones, los
nacimientos, las bodas, etc. Las campanas eran como el noticiero municipal,
pero en plan sonoro. Ahora están calladas. En mi barrio a un par de antipáticos
debió molestarles una campana que sonaba los domingos a las 12 horas para
llamar a los fieles a misa. Y como molestó a dos antipáticos, fastidiaron al
resto que sí nos agradaba su sonido. Una pulsación no demasiada democrática.
Supongo, porque suponer es gratuito, que la campana debió inventarse
cuando alguien se dio cuenta de que golpeando el interior de un vaso
campaniforme se producía un sonido. De aquí a poner el vaso al revés y buscar
la forma de instalar un palito que colgando golpeara los lados de la campana
debió haber un paso pequeño. Como ya
estoy suponiendo ¡qué más me da continuar! luego el hombre aprovechó la
campanita e inventó el cencerro para colgárselo a los animales. Así sabía dónde
estaba su animal y además producía un sonido armonioso, aunque no fuera una
pieza de Bach, mientras araba o cualquier otra labor de estas que no son
precisamente la quinta esencia de las variaciones.
Y un sacerdote avispado, de esos que se entretienen mirando el vuelo de
los pájaros, pensó que el cencerro podía avisar a los fieles para acudir a
misa, claro que no podía ser un cencerro común, sino que tendría que ser
enorme, una campana, vamos. Y ya de paso, nuestro avispado sacerdote tenía un
dos por uno, tenía su campana para llamar a los fieles y su campanario para
observar las aves y las estrellas más de cerca. Quizás también para murmurar
una oración a Niño Jesús en la Nochebuena.
El jaribu no puede hablar, pero el jaribu se las apaña golpeando cosas;
así se comunica, como si fuera el badajo de una campana y toda la naturaleza su
caja de resonancia. Aunque ahora pienso que es muy posible que yo esté
equivocado y el jaribu no sienta envidia del canto ajeno, sino que le parece
una costumbre horrible eso de vociferar y llenar el aire de sonido. Porque no
siempre es agradable aquello que nos agrada ni desagradable lo que nos
desagrada.
El jaribu se comunica como lo hacía el hombre primitivo y el indio norteamericano,
a base de golpear un objeto produciendo una serie de sonidos rítmicos que no
son palabras, pero sí imágenes de conocimiento de una situación. Aunque en este
caso, el objeto golpeador sea su pico y no un palo o una piedra. No me figuro a
esta enorme cigüeña llevando en su largo pico negro a un recién nacido. Más se
asemeja a un pájaro funerario con su cuello y pico oscuros que a una portadora
de felices noticias de natalidad. Pero no quiero dejarme influir por el
aspecto, porque como usted y yo debiéramos saber, las apariencias engañan.
Por cierto, y ya que estamos suponiendo, esto de la baja natalidad que sufre Europa ¿No será porque ya no hay cigüeñas en los campanarios? ¡A ver si todo el problema de las tasas negativas de población que tenemos en el primer mundo se debe a que ya no suenan las campanas porque a dos antipáticos les molesta, y las cigüeñas no reconocen los sitios donde anidar como antaño lo hacían! Porque mudan están las campanas como mudos están los jaribus, y cabe preguntarse como hizo Hemingway ¿Por quién doblan las campanas, ahora que permanecen mudas?
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