Silencio,
Señor, silencio, de soledad no digo nada. Así comienza un bellísimo
poema de Gloria Fuertes, esa mujer que nos dibujaba una sonrisa en el alma con
sus poemas infantiles llenos de ternura y saber hacer. Bonachona en su forma de
recitar sus poemas para niños pequeños y niños adultos ¡Qué falta de lucidez
tan grande, -para ser escrita con mayúsculas-, es despreciar un poema porque va
dirigido al público infantil! ¡Qué valor y corazón hay que poseer para escribir
un poema para un niño! Gloria Fuertes llenó un Universo con sus poemas
inolvidables para los niños.
Permítanme
utilizar el vocablo “excelsa” para calificar la labor de aficionar a los niños
a la poesía. Al menos, de dejar constancia en sus cabezas, que tanto están asimilando,
de la existencia de una parcela de la belleza y del saber que es la poesía. La
obra de Gloria Fuertes está ahí, siempre presente, manteniéndose lejos del
olvido gracias a sus poemas infantiles. Mientras que tantos otros supuestamente
profundos y confesos maltratadores de versos, que más parecen buhoneros
artificiales y cambalacheros de la gramática, han pasado al territorio del
olvido.
Pero he comenzado a hablar de Gloria Fuertes, citando uno de sus poemas para el lector adulto. Lo curioso es que durante años he recordado este poema con un comienzo distinto: Paz, Señor, paz, de soledad no digo nada. Que tampoco es un mal comienzo para un poema. Creo que el verso vino a mi cabeza con la alborada, paseando por el campo con Harry, mi amigo cánido. Y de seguro que a raíz de alguna trastada que hizo Harry, recité el verso. Y lo hice invocando la paz en lugar del silencio, como lo había hecho durante años.
Y este
error propio me llevó a reflexionar sobre otro común. El concepto de paz como
algo del que hemos sido despojados por culpa de la maldad del ser humano. El
concepto de paz como un derecho divino que el hombre ha mancillado y convertido
en una utopía, algo inalcanzable para sí mismo y para los demás. Y aquí está el
error. Viajé hasta la idea llevado de un verso inexistente de Gloria Fuertes, tan
inexistente como ese creer que el hombre ha roto la paz y quietud del Universo.
La paz no es una realidad, sino un proyecto
que anhelamos como el preso extiende sus manos hacia la ventana de la celda,
buscando la luz, la libertad. Porque la paz no existe realmente. Y si lo hace es
como una alternancia a la violencia. De esa certeza que de forma innata está en
nuestras almas surge la plegaria por la paz, ese saludo tan hermoso que los
cristianos se dan durante la misa, estrechando las manos de los que están
cercanos a ellos, sean conocidos o no, deseándoles la paz. Como hermoso es el
saludo por antonomasia de los árabes “salam aleikum”, la paz con vosotros. Todo
aquello que tiene que ver con el deseo de paz es hermoso, quizás por lo
irrealizable.
La paz es
casi una utopía. El hombre no ha destruido la paz, sino que la ha inventado, la
ha creado, como quizás ha creado otros elementos que forman parte de su mundo y
supone que eran anteriores a él.
El
Universo, ese espacio donde el hombre vive, no se formó como suponía Santo
Tomás de Aquino, suposición llena de filosofía poética, por el deseo de Dios de
crear. No hizo falta que pronunciara la palabra “hágase”, solo deseó que "sea". La
ciencia contemporánea supone que todo cuanto existe surgió de una gran explosión, llamada con
poca imaginación “Big Bang”, cuyo eco aún puede rastrearse en el Universo.
Aquella explosión tan digna de Dios como el deseo de que sea la cosa fue el
detonante de nuestro espacio actual. Nada pacífico, por cierto.
Cuestión al margen es la pegunta que me hago: si todo el Universo surgió de una inimaginable concentración de energía que podía tener el tamaño de la cabeza de un alfiler ¿En qué espacio existía? Una cabeza de alfiler es el origen de todas las galaxias actuales, sí, pero ¿Dónde estaba la cabeza de alfiler? Porque algo tiene que estar en algo. Es decir, algo que existe, por diminuto que sea, necesita un espacio que ocupar. Pero esta es una cuestión que la Ciencia aún no ha resuelto. Esto es lo anterior al Big Bang. El segundo anterior a la explosión cósmica y generadora del Universo.
Las
galaxias chocan y los cometas cruzan veloces por el espacio. La vida y la
muerte están presente de continuo en todo. Los nidos de estrellas y los
agujeros negros. En la Tierra, en ese delicado planeta que desde lejos parece
una pálida luz azul, todo devora a todo. Tenemos bacterias asesinas que
ejecutan a sus hermanas para conseguir sus objetivos; protozoos suicidas, como los
kamikazes japoneses de la segunda guerra mundial, que se sacrifican para que el
resto del pelotón pueda pasar una línea de defensa orgánica.
Mi amigo
José María, me contaba el otro día de las águilas, de como una pareja expulsa de
su territorio a sus hijos; si estos vuelven por un ataque de morriña, la lucha
entre padres e hijos será a muerte. Hablar de paz en la naturaleza es olvidar que,
por necesidades alimenticias, todos somos pasto de todos. Hasta los delicados herbívoros,
literalmente “comedores de hierba”, están arrancando sus hojas al árbol o a la
tierra. Posiblemente el árbol tenga una opinión tan negativa de una gacela como
esta puede tenerla de un tigre.
Todo en el Universo está en movimiento y nada sin una causa. Los huracanes son los responsables de que la Tierra se mueva, produciendo las estaciones climáticas. El mar, origen de la vida en nuestro planeta, no puede estarse quieto; precisamente la quietud del mar lleva a su muerte, a su disolución en otra cosa, a una violencia interior que le transforma en lo que no desea ser, que diría yo si tuviese algo de poeta o de bardo trasnochado.
Pero no
sólo se suplica una paz exterior, es decir, un lugar carente de violencia, vacío
de enemigos, se anhela la paz interior, ese estar en calma consigo mismo. Un armisticio
en el combate del yo con mi yo; a veces tan terrible que podemos pensar con
Albert Camus, si la pregunta más importante que se hace el hombre es seguir viviendo o no. Por ello, los musulmanes distinguen entre el gran hiyab y
el pequeño hiyab, siendo este el combate contra el enemigo exterior y aquel la lucha
contra mí mismo.
Pero lo que el hombre sueña tiene derecho a ser verdad. Si no existía la paz en el Universo, la hemos inventado. Ahora no solo es una posibilidad, es también un derecho, humano precisamente porque ha sido inventado por el hombre. El hombre que descubrió el silencio en un planeta casi carente de él, también ha inventado la paz para que sea su compañera o su amor imposible, al estilo del amor udrí, igual que inventó el gótico o la poesía.
Así que
Gloria Fuertes tenía razón, Silencio,
Señor, silencio. Y ya que estamos, y si es posible sin muchas molestias
ni quebraderos de cabezas, danos la paz.
Qué maravilla, señor director... ¿Cómo se puede decir tanto con tan pocas palabras...?
ResponderEliminarLo cierto es que el artículo era un poco más largo, pero lo he recortado para no cansar. Gracias por ocupar algo de tu tiempo con mis ocurrencias
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