Mi
padre andaba obsesionado con las mil y una noches, igual que lo anduvo toda su
vida, Borges. Hasta tal punto que me decía una y otra vez que me quedase con la
bella edición de las mil y una noches, en seis volúmenes que editó “El Círculo
de Amigos de la Historia”. Pero yo no quise llevármela mientras él vivía. Solo
tras su muerte, recogí aquella edición que no tiene nada de particular excepto
que mi padre deseaba que yo la conservara. Así, esta edición se volvió única
para mí en el Universo.
Hace
un año leí que el profesor granadino, que ejerce su docencia en la Universidad
de Málaga, Salvador Peña, estaba acumulando premios nacionales e
internacionales por su traducción al español de “las mil y una noches”. Esta
traducción fue publicada en 2018, por la editorial Verbum. Así que, saboreando
la idea de hacerme con los cuatro volúmenes, poco a poco, uno a uno, con
paciencia, dejando pasar el tiempo para que la espera la hiciese más deseable,
están instalándose los volúmenes de esta traducción en una de las estanterías
de mi biblioteca.
Y
encontré en este asunto una nota curiosa y triste, como si fuese la nota de un
buen blues. De esos que sabían tocar como nadie B. B. King o Muddy Waters. Paso
a explicarme si aún están leyendo este artículo tan personal.
La primera vez que leí una versión de “Las mil y una noches” fue una traducción de la que hizo del árabe al francés Antonie Galland. Esta traducción fue la primera publicación (1704) a un idioma occidental. Cuando leí esta versión, publicada por la editorial Sopena, yo podía tener alrededor de los catorce años. Luego llegó a mi casa la edición de Mardruz (la edición original de Mardruz, se publicó en 16 volumenes, entre 1899 y 1903), aquella que mi padre se empeñó en que yo poseyera algún día; el mundo para mí era aún joven, se levantaba si no la alborada, sí la hora del ángelus o del vermut. Los años pasaron y, rondaría los cuarenta años cuando compré la más que excelente traducción de Juan Vernet, editada por Planeta, y el computo de mi vida comparado con un día, estaba entonces cerca de la hora del almuerzo en el mundo Mediterráneo, las tres de la tarde. Ahora llega esta versión, ahora que el otoño ha blanqueado mis sienes, como más o menos cantó Carlos Gardel. Y siento que ya no habrá más versiones dignas de reseñar por mi parte. Ahí está la “blue note”.
He
sido el primer asombrado al ver la relación tan especial que mi vida ha ido
manteniendo con “Las mil y una noches”. Los árabes dicen que jamás se puede
concluir la lectura de esta obra portentosa. Quizás porque hay mil y una
versiones de las mil y una noches, siendo la única obra en la historia de la
literatura que está en continuo movimiento. Como ustedes saben, en los
manuscritos que encontró Galland, no figuraban los cuentos más famosos,
Aladino, Simbad o Alí Babá. Estos cuentos fueron añadidos por Galland,
sacándolos de otras fuentes. Incluso se comenta que algún cuento fue añadido de
su propia cosecha. Si fue así, Galland estuvo a la altura de la obra.
Más
adelante Mardruz quiso hacer su versión. Despotricó de la presentada por
Galland y dijo que aquella era una versión pacata y temerosa de ofender la
moral de los lectores. Mardruz prometía una versión más fidedigna de la obra.
El resultado es conocido como “la bella infiel”, pues la traducción de Mardruz
rebosa de una belleza de la que en ocasiones carece el original. Por supuesto,
Mardruz dejó los cuentos que Galland había añadido por cuenta propia. Y los
hizo más hermosos.
Luego,
cada cantidad de tiempo sale una versión “definitiva” de la obra, expurgando
cuentos y añadiendo otros. Y todas las versiones siempre es la versión. Esto no
sucede con ninguna otra obra en toda la historia de la literatura universal.
¿Qué
tienen estos cuentos para que, autóctonos o importados, sean necesarios en toda
cultura? Julian Marias, el gran filósofo
español, dijo que “cada cultura crea aquello que necesita”. La cuentística
popular es común a todos los pueblos; amparándonos en la frase de Marías,
podemos afirmar que todo hombre necesita escuchar cuentos. Si esto es cierto,
Caperucita Roja es mucho más importante que El árbol de la vida, de Pío Baroja.
Sin desmerecimiento alguno hacia esta excelente novela.
La cuentística popular cuando se ofrece en una serie ordenada de historias en torno a un argumento director ofrece el compendio de sabiduría que se ha ido depositando durante siglos sobre los relatos. De igual forma que se crean los estratos de suelo a base de polvo y otros elementos que se depositan sobre el manto original, cada mano que toca el cuento añade algo bueno o malo. El tiempo deja unas alteraciones y se lleva otras. A veces, esos elementos arrancados son depositados en otro manto, en otro cuento. Son esos elementos que chocan en algunas narraciones. El cuento popular puede ser leído por un niño y por un sabio. Esta es una gran cualidad que gozan muy pocas obras maestras.
Las
1001 y una noches, el Panchatantra, El Kalevala, Sendebar, etc., son
maravillosas colecciones donde la sabiduría se deposita de forma anónima, no
sólo por la carencia de autor, sino porque parece que quiere pasar sin ser
reconocida, como una celebridad del cine en medio de un mercado.
Un
verso leo en uno de los cuentos de esta obra inmortal, el de “Luna del Tiempo y
Plenilunio”, esa joven pareja de belleza prodigiosa, “Sus cabellos eran oscuros
como la noche del adiós”. En un principio pensé que la noche del adiós, se
refería a la despedida final entre dos amantes, pues la siguiente comparación
literaria trata de la unión amorosa. Algunos minutos después caí en la cuenta
de que esa noche del adiós, se refería a la última noche vivida, al fin de la
existencia.
Y, entonces, no pude por menos de evocar ese verso magnífico, decirlo en voz baja, musitándolo apenas, pero dejando que mis labios se movieran al pronunciar cada sílaba “Y habrá un día en que el ángel de la muerte te ofrezca su copa y no podrás resistirte a beberla”. Creo que el verso se encuentra en las magníficas Rubayyat de Omar Jayyam, el maravilloso poeta persa, el mismo origen de tantos cuentos de las mil y una noches.
Borges
se preguntaba qué libro quedaría sin terminar cuando llegara el momento de su
partida. Ignoro cual fue ese libro. Tampoco tengo interés en saberlo. Pero les
puedo decir qué obra no pudieron terminar jamás ni Borges ni mi padre, Las mil
y una noches. Como yo tampoco podré terminarla. Afortunadamente.
Precioso comentario , me trae tantos recuerdos.
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