De
Thais, la bellísima cortesana egipcia, me habló D. Antonio Mingote, en su
genial, divertida y ampliamente documentada “Historia de la gente”. Me contaba Mingote,
como en el siglo IV d. J. C., en la tebaida egipcia, vivió un santo anacoreta
llamado Pafnucio, de lo cual no se le puede culpar, que abandonó su retiro de
la vida, -que esto y no otra cosa significa “anacoreta”, palabra que tiene su
origen en la griega anakhoreté “me retiro”-, y fue hasta la ciudad de Alejandría,
impulsado por el deseo de apartar a la deslumbrante cortesana Thais, de la vida
de pecado en la que se hallaba y de ser perdición de los hombres.
Resultó
que la bellísima hetaira también era cristiana, mire usted por donde, y que
tras escuchar a Pafnucio, comprendió el gravísimo error de arrastrar una vida
de latrocinio. Así que, siguiendo instrucciones del santo eremita para purgar
sus pecados Thais regaló todas sus alhajas a los pobres, quemó las estatuas y
pinturas lascivas que poseía, quizás hasta derribó su casa y se retiró al
desierto donde vivió alejada de todo contacto con los humanos hasta su muerte
en olor de santidad. Esto es lo tocante a la leyenda. Preciosa, por cierto. Y
esto lo digo sin ironía alguna.
Y
ahora recuerdo que en mi infancia escuchaba cantar a mi abuela una historia
donde una niña es vendida a un prostíbulo, pero San Antonio escucha sus ruegos
y disfrazado de cliente saca a la niña de la casa de perdición. Es muy posible
que esta canción o romance antiguo que yo escuchaba embelesado cantar a mi
abuela, tenga su origen en la historia de la bellísima Thais. No olvidemos que
San Antonio es el gran padre espiritual de los anacoretas. Así que entre
solitarios del desierto quedan ambas historias.
La
monja Hroswita o Roswita, abadesa de Gandersheim, allá por el férreo siglo X, escribió
una versión teatral en latín de la historia de Thais y Pafnucio, el motor fue
que sus monjitas no tuviesen que aprender latín leyendo al impúdico Terencio,
quien, entonces, estaba considerado el culmen de la escritura latina. Tres
siglos más tarde, Santiago o Jacobo de la Voraginé, en su deliciosa “Leyenda
dorada”, recoge, entre otras muchas leyendas de santos, la historia de Thais.
Murillo tiene un cuadro que no sabemos si la retratada es María Magdalena o
Thais penitente. Es el que se reproduce al principio de este artículo. Me
emociona esta imagen donde la belleza se muestra humilde.
Más
adelante Anatole France escribió una novela basándose en la historia que acabo
de relatarles muy sucintamente. France alteró el argumento en aras de un
impulso vital, cargó las tintas contra el santo anacoreta a quien pinta acosado
en su retiro por el recuerdo de Thais, vuelve a buscarla al convento donde la
dejó casi emparedada, solo para encontrarla agonizante y enloquecer. Massenet,
compuso una ópera exquisita que se titula “Thais”, siguiendo el giro dado a la
historia por Anatole France. Es famosísimo el fragmento de esta ópera conocido
como “Las meditaciones de Thais”. No se la pierdan. Al final de este artículo les dejo un enlace para escuchar esta pieza musical tan hermosa.
Y
quiero comentar con ustedes que siempre he considerado que Pafnucio no necesitó
utilizar demasiada oratoria para convencer a Thais ¿Por qué? La razón es que aquella
muchacha cuya belleza hacia perder la cabeza a los hombres, tenía una esencia
distinta a lo que era. Ahora bien, el asunto de las esencias no tendría su
puesta a punto hasta el siglo XI de la mano de Ibn Bayya, o como se le ha conocido
en Occidente, Avempace. Y como faltaban tantos siglos para que Avempace o Ibn
Bayya hablase de estas cosas, los del siglo IV, santificaron a Thais.
En
realidad, Thais jamás fue una prostituta, sólo era alguien que ejerce de lo que
no es. Thais era una diosa del sexo en su forma de femme fatale, pero su
corazón pertenecía a la vida del abandono en el desierto. Supongo que era
prostituta de día y durante la noche contemplaba la luna en oración. Ahí estaba
ella en cuanto ella misma. -Entiéndase siempre que escribo desde patrones de
vista morales cristianos, para respetar el ambiente de la historia y así nos
evitamos tener que estar a cada paso explicando que “todo depende del color del
cristal con que se mira”-. La esencia de Thais era la de un eremita.
Ibn
Bayya habla en su obra ·La carta del adiós” de las esencias “aquello que toda
persona realmente es”. La esencia es la reducción absoluta de la personalidad a
una tendencia del espíritu que se muestra más poderosa que todas las demás, las
domina y empuja los actos de cada individuo, siempre que este puede
manifestarse tal cual es. Thais no es convencida por Pafnucio, porque ya está
convencida desde siempre. De igual forma, el destripador de Londres, para ser
un asesino no necesitó una infancia difícil, solo el brillo de la hoja de un cuchillo
abandonado sobre una mesa, quizás de la cocina…
Haciendo
comparaciones, esas que casi siempre son odiosas, podríamos establecer la
analogía entre la forma que tenemos de mostrarnos cada día en sociedad y
nuestro cuerpo, nuestros anhelos secretos serían análogos al alma; pero la
esencia es el reducto último, la célula de aquello que es lo que a cada hombre
le importa realmente. Y este importar realmente, como si se tratara de un átomo
en un agujero negro, recoge y conforma al mismo tiempo todo lo que somos.
Así,
algunas personas lo abandonan todo y siguen una vida completamente distinta no
solo a la que llevaban, sino, y esto es lo importante, a aquello que parecían
amar. El hecho para estas personas es responder a su esencia. Hace algunos
meses en este mismo blog publiqué un artículo que se llama “La vida apócrifa”,
sobre una idea de María Zambrano. No se debería confundir esa vida de otros que
vivimos con la esencia. Esta es imposible vivirla porque es una tendencia del
alma, sólo existe como fuerza espiritual y no como fenómeno físico. Si amo la
música por encima de todo, la Idea de la belleza será mi esencia, mi pasión la
música, mi vida apócrifa, quizás sea trabajar de domador de leones en un circo.
La
esencia está más allá y mucho más acá de lo que sueña la psicología moderna,
con su ello, su yo y su superyo. No se encuentra en la estructura de la
personalidad, sino que es la conformadora de la personalidad. Es decir, no se
encuentra en el alma, sino que es la célula sobre la que se montará el alma de
cada individuo. La contradicción entre la esencia y los actos pueden producir
no pocas frustraciones y enfermedades mentales.
Para
concluir desearía compartir con ustedes una curiosidad: La idea de escribir
este artículo que están acabando de leer fue la que me llevó a crear un blog de
este tipo. Lo lógico es que hubiese sido el primer artículo publicado, pero ha
habido veintidós artículos antes que este y algunos más en otro blog. Por fin,
escribo el artículo. Volver a revisar parte de lo que hace ya tantos años leí
en Ibn Bayya no ha tenido poca culpa en la tardanza.
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