Decía Baruch Spinoza que Dios había creado el mejor de los mundos posibles. En ocasiones me sucede como a Menéndez Pelayo, quien a la frase de que el Marqués de Santillana era el hombre de mejores entrañas de su tiempo, se preguntaba ¿Cómo serían todos los demás?
Marc Bloch en su
excelente “La sociedad feudal” menciona a un tal Erik, vikingo al que
sus compañeros de armas llamaban Erik el de los niños, porque no gustaba
de cabalgar con menores de edad ensartados en su lanza. Eso demuestra que Erik
tenía un corazón delicado. Es posible que alguna broma dada sobre este asunto
terminase con el cuello de algún compañero vikingo en el filo de la espada del
buen Erik.
Y es que los tiempos
cambian y también las costumbres de los hombres. En mis años de estudiante de
Historia, en la Universidad de Málaga, los profesores nos exhortaban contra los
peligros de ver el mundo antiguo con ojos contemporáneos. Es decir, seguir el
sabio consejo del evangelista de no verter vino nuevo en odres viejos (Marcos,
2:22) Lo que ayer podía ser un lugar común, y hasta una diversión, hoy causa horror
al espíritu de la época. Mutatis mutandis, cambiar lo que debe ser cambiado. Un
poco de latín siempre viene bien.
Todas las cosas pasan,
mutan, pero lo hacen de una forma delicada, silenciosa, porque los intereses de
los hombres siempre se parecen demasiado a sí mismos. Por eso el gesto
excéntrico permanece. Es admirado y aplaudido por las siempre alternativas
generaciones ¿No es algo curioso? Lo que era común en un tiempo se torna
obsoleto, incomprendido, repudiado por los tiempos siguientes. Un rechazo que
incluye las tendencias artísticas, las creencias, y lo noto especialmente en el
humor; pero el gesto excéntrico atraviesa los tiempos y parece que ni los años,
generaciones y expresiones pasan por él.
¿Qué es un excéntrico? La
RAE lo define como de carácter raro, extravagante. Esto en lo tocante a lo humano, en el aspecto
geométrico nuestra Academia nos da esta definición que está fuera del centro
o que tiene un centro diferente. Hay más definiciones, pero quedémonos con
estas dos. Descomponer la palabra es fácil; lo que inquieta no es ese que
está fuera del centro, sino esa otra definición que supone que
tiene un centro diferente.
Hay personas a las que
esta definición geométrica les cae como anillo al dedo. No los considero
excéntricos como a aquellos que se visten de una forma especial o que se ponen
a declamar versos cuando hay luna llena. El centro diferente no es una
“stravangaza” de diseño, es una cuestión mental. El paquete de las cosas que
realmente importan es distinto al de la mayoría de los humanos. No es un
incomprendido, es alguien diferente que se sabe señalado por esa misma
diferencia; pero no le enoja, no quiere ser comprendido, quiere que le dejen
tranquilo con sus cosas importantes. Y los demás que sigan con las suyas.
Elipse con el centro desplazado |
La extravagancia está en su naturaleza porque
su perspectiva de las cosas es distinta. Como si fuera el sueño de un físico
cuántico, él respira en otro Universo. El extravagante mental no se siente inferior
o superior a los demás, no se cree distinto al resto, y por tanto no hace
ostentación de la cualidad de extravagancia. No necesita ser distinto a los
demás. Su mentalidad es la de un hombre equilibrado, pero con otras prioridades
cuando anda por el camino de la vida. Este tipo de personas suelen caerme
especialmente simpáticas y gozo de la amistad de algunos de ellos.
Suelen ser gente
agradable y tirando a despistada. Sus conversaciones son interesantes y de
repente les entra una urgencia que nadie entiende, excepto ellos, y se marchan
porque tienen algo que hacer. Por lo demás, esa gente maravillosa no lleva un
pollo en la cabeza para llamar la atención.
Pero existe un tipo de
excéntrico falso que necesita manifestar su excentricidad. En realidad, si no
hay un público que aplauda no tiene gracia su manía o su gesto incomprensible,
algo parecido a eso de que si un árbol se cae y no hay nadie para escuchar el
golpe, no hace ruido. Si no hay espectadores, no tiene gracia la pluma roja
sujeta en el pelo verde esmeralda. Como el Teatro, este tipo de excéntrico
necesita un público. Suele darse bastante en algunos pseudo artistas que ponen
ese cebo para atraer admiradores. El individuo se transforma entonces en un
ente que necesita ser incomprendido, Esto es bastante común en el marketing de
algunas actividades. Hace siglos que los artistas se asignaron el rol de los
locos del circo (Basado en esto hay un ensayo excelente titulado Nacidos
bajo el signo de Saturno de Rudolf y Margot Wittkower).
Picasso pareció siempre
un jubilado que había salido de casa para comprar el pan. Se burló abiertamente
de quienes le propusieron participar en el juego excéntrico. Una de mis frases
favoritas del pintor malagueño es La inspiración sí, pero te tiene que coger
trabajando. Nada de un artista que de repente siente la llamada de las
Musas y corre hacia su estudio. Nada de eso porque el arte solo en muy contadas
ocasiones se produce de esa forma. No me resisto a contar la anécdota sucedida
cuando alguien le preguntó que cómo era posible que no tuviese ni un cuadro de
su autoría colgado en la pared de su casa, No puedo, -respondió-,
soy muy pobre para tener en mi casa un Picasso.
He conocido a gente
realmente excéntrica que jamás compondrán nada que tenga un mínimo valor
artístico, de hecho, jamás se preocuparán por hacerlo. También he conocido a
verdaderos artistas, -pocos, si he de ser sincero-, y la mayoría de ellos eran
gente normal que transitaban por esta vida con esas manías y cosas raras que
todos tenemos.
En no pocas ocasiones las
manifestaciones de excentricidad solo son fuegos artificiales para encubrir la
falta de talento. El verdadero excéntrico geométrico es único en su especie, como
ese pájaro Dodo, raphus cucullatus, por si hay algún exquisito entre los
lectores, ave que se pasa el tiempo corriendo en el cuento de Alicia en el
país de las maravillas, país donde el centro de todo sus habitantes está
fuera del centro.
El auténtico excéntrico
geométrico no necesita ser presentado porque todos le conocen ¿Recuerdan a
Sócrates? Un tipo bastante sencillo si creemos a Platón y a Jenofonte. Leí el
otro día que el rato antes de tomar la cicuta lo invirtió en recibir una clase
de persa, la lengua de los aqueménidas y de Zaratustra. Uno de sus discípulos, asombrado,
le preguntó que cómo era posible que estuviese gastando sus últimas horas de
esa forma. Sócrates le respondió Siempre he querido aprender persa. Es una
lengua que me gusta.
Evidentemente, la
anécdota es falsa, pero como dije en otro artículo de este blog, hay cosas que
merecen ser verdad y por tanto hay que admitirlas como tal. Esa es la verdad
del excéntrico, a veces también la del genio. Lo otro, la ostentación por
parecer lo que no es, solo es vivir en un infierno particular, como Raskolnikov,
el de Crimen y Castigo, vive su propio infierno hasta que finalmente es
descubierto como autor del crimen de la vieja usurera.
Cucullo non facit
monachum, o lo que es lo mismo, el hábito no hace al monje. Y ya que estamos en ello, no se pierdan los deliciosos conciertos para violín de Vivaldi, agrupados bajo el título de La stravaganza.
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