Esto viene a
colación de que leyendo un volumen de la Historia de la Iglesia en España, que
publicó la BAC, donde tan brillantes historiadores intervinieron, resulta que toda
la mala fama de inquisidor ¿hace falta añadir un epíteto? se la lleva en la
cultura popular Tomás de Torquemada, primer inquisidor general durante los
Reyes Católicos; pero considero que igual o peor que este fue el inquisidor de
Sevilla, Juan González de Manébrega, allá por 1500 y picos. Se montó en Sevilla,
el reflexivo no está colocado al alimón, un show vergonzante, en un auto de fe
gigantesco donde numerosas criaturas fueron a parar bien a la hoguera, bien a
la cárcel perpetua, azotes, sambenito o a otro de los castigos por delitos contra
la fe. Luego este repulsivo personaje se paseaba por el Guadalquivir en una
barca adornada con sedas y seguido por una corte de criados y poetastros. Estos
dos pájaros está claro que no mearon en lana, pero sólo uno de ellos,- el otro
goza del olvido o del casi olvido-, suena.
No creo en el Infierno, pero no estaría nada mal que estos individuos penasen allí, entre suplicios acordes a su delito, eternamente su culpa. No recuerdo quien afirmaba que el mayor triunfo del Diablo es que ya nadie cree en su existencia. Entre ellos yo. Aunque nunca se sabe, porque el Diablo tiene fama de ser un tipo listo y hay que reconocer que la jugada sería todo un golpe maestro de estrategia. Desde luego los inquisidores fueron sus muy fieles servidores, exista o no este ente maligno y metafísico.
La palabra
inquisición, que tiene su origen en la latina “inquerire”, es decir,
investigar, parece que sólo ha quedado para registrar unos hechos que sucedieron
en un pasado hoy lejano. Además, como el monopolio inquisitorial se le adjudica
a la Iglesia. el asunto queda zanjado. Pero junto a esta palabra podríamos
asociar otras, - como en esos juegos de cartas que pueden formar grupos -, así
a “Inquisición” podemos asociar “Tabú”, “Herejía” y “censura”.
El asunto
parece terreno exclusivo de historiadores, pero la brecha se vuelve a abrir
cuando se vive en un estado perenne de alarma espiritual, íntima, un miedo a no
decir lo que se debe decir, aunque sea lo lógico, aunque sea la verdad, sino lo
políticamente correcto. En mis años de adolescencia escuché a alguien en
televisión afirmar que durante el periodo franquista existían dos tipos de
censura: “la estatal, que era dura, y la íntima, que era la más dura”.
Actualmente hemos caído en la censura de lo políticamente correcto, de las
plataformas solidarias y las reivindicativas. Una autentica apuesta por volver
a estados totalitarios donde se nos diga no solo qué podemos decir, sino qué
podemos pensar.
Nuestras brillantes democracias con su uso excesivo del buenismo, de escuchar a todo tonto o tonta, que en esto ni en lo demás quiero hacer separación de sexos, ha creado una nueva inquisición, tan poderosa que Torquemada y Manébrega palidecerían de envidia.
Ya lo advertía Ortega y Gasset, en El Espectador, allá por los años
treinta, las democracias tienden a nivelar el rasero por lo bajo en lugar de
hacerlo por la excelencia. A este respecto traía a colación esta anécdota que
sucedió durante la Revolución francesa: una carbonera le gritó a una dama que iba
en carroza: “¡Cuando vengan los míos, tú también recogerás carbón!” Craso
error, advierte Ortega, debió decir: “¡Cuando lleguen los míos yo también iré
en carroza!”
Tontos ha
habido siempre y seguirán existiendo. Jesucristo dijo aquello de que “siempre
tendréis pobres entre vosotros”, y entiendo que por un rasgo piadoso no añadió
“y de tontos estaréis saturados”. El problema es que la estulticia ¡qué me
gusta esta palabra! no tenía su púlpito desde el que hacer proselitismo. Era
escuchada, sí, pero por su misma calidad de tontería sólo era tenida en cuenta
por los tontos. Como ese primo humanista que es el único personaje de toda la
novela que cree que Don Quijote es real.
Internet ha
facilitado ese púlpito desde el cual todo practicante de la estupidez puede dar
rienda suelta a su vocación expansionista. Se hace caso a toda estupidez que se
propone enmascarada bajo el deshonrado manto de la igualdad, los derechos
humanos o cualquiera de las otras ideas que hacen a la humanidad digna de
llamarse humana. Y desde Twitter, Facebook u otra red social se carga sin
vacilación sobre aquellos hombres que se ríen de las tonterías que proponen los
idiotas.
Pongamos
algunos ejemplos, ahora resulta que a un hombre negro, un color precioso, no se
le puede decir que es de color negro. Particularmente, yo, que soy tostadito
del sur de Andalucía, si fuera negro me parecería ofensivo que alguien me
llamase hombre de color, como han impuesto los descerebrados. Soy un hombre o
una mujer y mi color no tiene que ser cambiado por otro termino que es indeciso,
casi indecoroso.
En el idioma, pues el idiota no deja campo sin tocar, cuando hay un grupo de hombres y mujeres, emplear el término “nosotros” es contrario a la igualdad ¿saben que existe una cosa llamada “neutro”? como si al hablar de “las personas” los varones de esa reunión, se levantaran indignados por el uso de un femenino estando ellos presentes.
En lo
político, los gobiernos tienen que estar conformado en igualdad de sexos y no
por las personas más aptas para cada cargo. Según las nuevas normas regañar a
un niño porque se ha portado mal, no es enseñarle que hay que comportarse como
es debido, sino coartarle su libertada. Y así un largo etcétera de tonterías
que estamos viviendo y que cada día amenazan con colgarnos sambenitos si no
respetamos las normas de lo políticamente correcto que desde las redes sociales
dictan los idiotas.
Una nueva
inquisición se está tragando a la humanidad. Una inquisición no regida por
feroces partidarios de una religión, sino por descerebrados sin cultura, que
disparan contra cualquier cosa cuya defensa está de moda. Esa es la realidad,
cruel realidad; no asistimos a una defensa por creencias, sino a una
destrucción de elementos por seguir una moda que dice “disparen contra todo lo
que les parezca que atenta a este hecho. Disparen y luego pregunten”. Consigna
que se llevaba en tiempos de la guerra civil española.
Ayudados por
los canta mañanas de algunas plataformas, los gobiernos están creando una red
policial del pensamiento, como hubiese afirmado George Orwell, una castración
de las ideas desde una visión paternalista donde se le indica al pueblo qué es
lo bueno y qué es lo malo. Pero el problema es que yo ya soy mayorcito y si me
equivoco prefiero hacerlo yo solito a que me equivoquen los demás.
Jamás he
considerado a ninguna persona inferior por cuestión de sexo, color de piel o
religión, y he procurado ir por la vida sin ofender a nadie. Creo que la
mayoría pensamos así. Existe una minoría a la que nadie va a convencer de lo
contrario. Esa minoría de intransigentes, de estúpidos que piensan que son superiores
a los demás por cualquier cosa, porque en definitiva lo que les interesa es
sentirse superiores. No siento lástima por ellos ni podrán jamás ser mis
amigos.
Pero tampoco
lo son aquellos que están cogiendo a la humanidad por el cuello en aras de la
libertad, la igualdad, la fraternidad, montando un nuevo tribunal inquisitorial,
donde solo valgan las expresiones que ellos consideren expresables, donde las
ideas deban tener el formato que ellos deseen que tengan, y, sobre todo, donde
la cretinez sea la vara que medirá el comportamiento social. Imagino a más de
un miembro del Ku- Klux- Kan, aplaudiendo con lágrimas en los ojos.
Como dijo Groucho Marx, alguien que hoy sería vilipendiado por casi todos sus comentarios, “paren el mundo que yo me bajo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario