Decía Oscar Wilde que lo único que consuela al hombre por las tonterías que hace es el aplauso que él mismo se otorga por hacerlas. Siempre he considerado un poco vergonzoso el aplauso que se otorgan algunos individuos a sí mismos. Especialmente cuando el acto aplaudido puede ser una sinfonía del horror o del engaño.
Pero no voy a negar que yo soy también de los que de vez en cuando me doy unas palmaditas en la espalda, quizás en compensación con los crochet que a veces me atizo. Hay momentos en los que me siento orgulloso de mí mismo. Esos momentos no suceden cuando he realizado algo en beneficio propio, sino en el ajeno.
No soy un santo ni un filántropo, pero sí soy sincero en la medida de lo posible; porque tampoco soy el único que tras haber recogido el bastón que se le ha caído al anciano, se siente un poco más feliz. Recuerdo un fandango que cantaba Antonio “El sevillano”, para mi gusto el mejor cantaor de fandangos, que decía: “Diez céntimos le di a un pobre/ y me bendijo mi madre/ ¡Qué limosna tan chiquita/ para recompensa tan grande!”. Millones de personas en el mundo experimentan el placer de ayudar a los demás, un placer mucho más intenso que el del avaro de Moliere.
Considero que ayudar a los demás es tan beneficioso que se podría considerar una suerte de egoísmo por la cantidad de endorfinas que desata. Parece que las cuatro sustancias a las que debemos el estado de felicidad son la endorfina, dopamina, oxitocina y serotonina. La antítesis de los jinetes del Apocalipsis, quienes, por cierto, también eran cuatro. Pero como esos son unos antipáticos hoy no vamos a dar sus nombres.
Como cuatro eran los tres mosqueteros, Athos, Porthos, Aramis y D´artagnan. Las agrupaciones bajo el número cuatro gozan de un privilegio especial. Sin tener el elitismo del número tres, la intimidad del dos o el aburrimiento del uno, no participa tampoco de esa tendencia al bullicio que comienza a partir del número cinco y se dispara desde que se reúnen seis o más personas.
Tiene el número cuatro la capacidad de parecer el número perfecto para cierto tipo de asociaciones. Cuatro nombres son fáciles de recordar. Así no es de extrañar que durante la presentación de los Beatles en un programa de televisión, allá por los orígenes de una carrera que cambiaría la música y la sociedad, el presentador grita: ¡John! ¡Paul! y ya apenas se le escuchó el resto a causa de los gritos de los fans, George y Ringo. En este punto les recuerdo que ustedes se saben de memoria el nombre de los mosqueteros nombrados más arriba.
Cuatro son los lados del cuadrado, el elemento perfecto para algunos místicos y el más asentado de todas las figuras geométricas. Cuatro los lados de un ring de boxeo, aunque curiosamente se llaman “ring”, anillo. Como cuatro eran también las esquinitas que tenía mi cama y cuatro angelitos me la guardaban, que me cantaba/ recitaba mi madre de pequeño y yo dormía a pierna suelta pensando que tenía cuatro ángeles velando por mi seguridad ¿A dónde habrán ido aquellos ángeles? ¿Existieron alguna vez? ¿Siguen a mi lado los cuatro? Yo los veía pequeñitos, en actitud orante, pero terribles en fuerza y sabiduría.
En nuestra cultura el número cuatro es representado por un símbolo que parece una silla invertida; pero los antiguos romanos debían representarlo como “IV”, y había un problema con esto, esas dos letras romanas eran precisamente el comienzo de “Ivpiter”, nombre del Señor del Universo grecolatino, así que para evitar problemas con el Todopoderoso los romanos ponían cuatro palitos seguidos “IIII”, cosa que con cualquier otra cifra estaría prohibida. Recuerden que ningún número romano podía repetirse más de tres veces consecutivamente.
Y siempre se ha dicho que para solucionar un imposible la cuestión se reducía a “cuadrar el círculo”. Me llama poderosamente la atención que con la importancia que ha tenido el número tres en nuestra simbología mística, el círculo se cuadre convirtiéndose en un cuadrado. Ignoro de donde viene esta reminiscencia del cuadrado como elemento subsanador de lo irrealizable.
¡Y ahora pienso que a ver si resulta que
cuando se realiza una buena acción o se ayuda a otro sin pedir nada a cambio,
el Universo te recompensa con cuatro veces el valor de lo realizado! Y llegan
esos cuatro angelitos que guardaban mi cama y me muestran la sonrisa de mi
madre. Si eso fuera posible, diría como los cuatro de Liverpool, “Leti t be”.
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