viernes, 18 de septiembre de 2020

DE ESPAÑA Y LOS ESPAÑOLES

 


Aristóteles decía que es natural al hombre el deseo de conocimiento. Aristóteles pensaba, como el ladrón en el refranero español, que todos los humanos son de su condición. El trabajo de conocer a veces es agotador, otras caprichoso y en no pocas ocasiones desagradable.

En el templo de Delfos, en la isla griega del mismo nombre, donde el dios Apolo pronunciaba su oráculo por medio de unos versos mistéricos que salían por los delicados labios de su sacerdotisa y luego eran escritos y entregados al consultor, estaba escrito en el frontispicio de la entrada: “Conócete a ti mismo.”

Me parece que este adagio debe figurar en el ranking de las máximas a tener en cuenta. De igual forma que estoy seguro de que todos deberíamos llevar tatuados en el brazo el divino pensamiento de Jesús de Nazaret, “todo hombre es tu hermano.”

Como acabo de exponer una de las cualidades que puede poseer el conocimiento es su desagradabilidad. Por eso, en ocasiones, se niega ese conocimiento o, lo que es peor, se manipula.  Y el asunto de España, su existencia como entidad orgánica, como un espacio donde sus habitantes tienen una tradición común, un espíritu que puede considerase pueblo diferente de otros pueblos, ha sido tratado en ocasiones con demasiado miedo.

El titular de que España siempre ha sido un conjunto de naciones que no tenían nada en común y que andaban divididas y sólo tras el matrimonio de los Reyes Católicos, se juntó, muy a pesar de esos pueblos, en una sola entidad política, ha gozado desde hace algún tiempo de prestigio. Todo lo expuesto anteriormente sobre los RRCC y la unidad de España es mentira. Y también es verdad. Cuando la Generalitat afirma en su página web que “el condado de Cataluña absorbió al Reino de Aragón”, también es mentira. Y no deja de tener su verdad.


¿Conocen el paradigma del gato de Schrödinger que está muerto y no? Pues eso. Pero hay una cosa extraña que a gente como los romanos o los griegos no les parecía raro, estos geógrafos e historiadores del mundo antiguo, consideraban a Hispania, como una unidad de pueblos que están en perenne discordia entre ellos.

Me pregunto, si el matrimonio de Isabel y Fernando significó la unión de España, entonces, casi mil años antes, el rey godo Leovigildo (m. h. 586 d. C.), quien pagó de su bolsillo becas para que algunos jóvenes estudiantes de su país puedan perfeccionar sus conocimientos estudiando en la lejana y casi mítica Bizancio, ¿sobre qué territorio gobernaba? ¿Qué país era el de aquellos jóvenes becados? Cuando los bizantinos entran en el sur de la península ibérica ¿por qué los godos consideran que es una invasión contra todo su territorio?


El dolor que se experimenta durante toda la Edad Media por la pérdida del reino en su plenitud a mano de los árabes, se encuentra testimoniado en numerosos escritos. En la General Estoria, escrita por el monarca castellano Alfonso X y su escuela de sabios (siglo XIII), hay un lamento continuo y un deseo de recomposición de su país. Lo cual, por cierto, no encuentro en documentos de al- Andalus, excepto en el dolor de Ibn Hazm, el gran sabio poeta autor de “El collar de la paloma”, quien se desesperaba ante la disgregación del califato andalusí en pequeñas células que no serían capaces, como así ocurrió, de sobrevivir a los ataques cristianos.

¿Por qué Ibn Hazm sabía que de esta atomización del califato en reinos de Taifas vendría la conquista de los territorios musulmanes por los reinos cristianos de la península, igualmente atomizados? La respuesta es clara, porque estos, los reinos cristianos, querían reconquistar lo que fue suyo y al- Andalus, con todo su amor por esta tierra, siempre se consideró como una bandería en tierra ajena.

Desde el reino de Aragón, el suspiro por la unidad de España es continuo. Alfonso I, rey de Aragón, se intitula con no poco orgullo, a raíz de su boda con Urraca, reina de Castilla, “Imperator totius Hispaniae”, es decir, “rey de todas las Españas” o “rey de toda España”, allá por el siglo XI y primer tercio del XII. El muestrario podría ser tan amplio que hay materia para escribir libros y libros, como han sido escritos, demostrando estos argumentos. A mi queridísimo lector les remito a ellos.

Pero nada hay tan español como negar que se es español. El problema de España es que nadie se ha preocupado de ella, excepto un grupo de locos heroicos que de vez en cuando asoman aquí y allá; que tienen muy claro que un país no es un territorio, sino la gente que lo habita; que la tierra que habito no es el cortijo o el latifundio de unos pocos, sino el espacio donde podemos y debemos vivir en libertad. Pero, esto implica además del respeto al otro y sus ideas, que la verdad sea la guía de los actos públicos. Como creo que dijo Churchill, “puedo no estar de acuerdo con sus ideas, pero moriré porque usted tenga la libertad de expresarlas”.


Y hablando de ingleses, de la pérfida Albión, la diferencia entre las miras de nuestros gobernantes hacia su pueblo y la de los ingleses, pongamos por caso, se puede ejemplificar en una pequeña muestra: mientras que los ingleses inventaron el agua tónica para que a sus soldados enfermos de malaria en la India, no les supiese tan mal la quinina, su majestad la reina regente de España y el gobierno español durante 1895- 1898, es decir, la guerra de Cuba, envió a sus marinos, pobres muchachos de zonas rurales que no pudieron pagar la redención del servicio, en barcos de madera contra los acorazados estadounidenses.

Lo bueno es que, a la vuelta, -tras la derrota vendida muy cara por aquellos jóvenes agricultores que habían sido arrancados de sus hogares-, a los tullidos por la guerra, y menos aún a los que quedaron milagrosamente sanos, ni siquiera se les pagó las soldadas que se les debía. Les abandonaron en los puertos, nadie fue a recibirlos,  102 guerreros que murieron de enfermedad en el mismo puerto  fueron arrojados en una fosa común sin conocimiento de sus familiares, aún siguen dormidos en la fosa de Puerto Real, Cádiz, y más tarde, a todos esos héroes que habían luchado supuestamente por su país, pero en realidad por los intereses de unos pocos, les negaron hasta la opción de pedir limosna, única salida que les quedaba. Ese fue el pago del gobierno español a los que lucharon por los intereses de una élite supuestamente española y que tengo por seguro que se daba golpes en el pecho por su país, en los salones sociales.

Es en este momento de la historia de España que surgen los nacionalismos. No es extraño que nadie quiera quedarse en un sitio donde huele tan mal.

Y sigue oliendo mal. A podredumbre, a miseria, a mala gestión, a tener un sillón de plata, por incómodo que sea, aunque para ello noventa conciudadanos se vean obligados a dormir en el suelo. Lo peor es que de esos noventa conciudadanos, no pocos entre ellos consideran que esta bien eso de dormir en el suelo y admiran el sillón de plata. Y ahora, el otro lado, para que nadie quede contento con mi artículo, un país donde en lugar de la admiración por aquel que triunfa en los negocios y en el arte, lo que se propaga es la envidia; en lugar de aprender del que consigue el éxito, se predica el desprecio propio de los imbéciles y mediocres hacia los triunfadores, no tiene una solución fácil.

Lo he comentado antes, no es raro que alguien se quiera ir de un lugar donde el trato, sea cual sea su destino, es tan duro. Y, sin embargo, detrás de esta tupida maraña que nos han echado encima, hay un pueblo, y por pueblo entiendo a todos los que estamos en un mismo espacio, trabajador, dotado de un poder imaginativo increíble, de una voluntad y capacidad organizativa que asombra al mundo. Bismarck, el gobernante alemán, dijo en cierta ocasión: “España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido”. 

Amo a mi gente. Soy español sin chauvinismo o con un poquito, cosa que nunca viene mal. Me gusta el castellano, el catalán, adoro el gallego, tengo que aprender algo de euskera y me he sentido cómodo en Barcelona, Madrid, Sevilla y dejé un trozo de corazón en Galicia. Estoy deseando conocer el resto de mi tierra.

Cuando algún compatriota me dice que no se siente español, pienso “él se lo pierde”. Evidentemente, no entro en corregir los sentimientos de los demás. Suscribo que aunque nacidos en el mismo territorio, no son de mi país, aquellos que pisotean a mis conciudadanos, que les roban y prohíben lo que les corresponde, que le niegan la cultura, si la quieren, y que solo creen que España son ellos y sus intereses, ellos y sus ideas políticas, ellos y sus crímenes, ellos y su religión, ellos que jamás vistieron al pobre porque ni siquiera le miraron, como cantó la inolvidable Mari Trini, que tanto gustaba a mi padre.

 

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