Hace
demasiado tiempo que no leo a Oscar Wilde. Es un buen amigo con quien gusto de
conversar largamente. Su largo y maravilloso poema “La Esfinge”, me sigue
sobrecogiendo como lo hizo con aquel muchacho de veinte años que era yo, la
primera vez que leí el poema. Decía Borges, que Wilde no era el mejor de los
escritores, pero sí el más encantador También dijo el argentino refiriéndose al
irlandés que lo más asombroso de Wilde era que siempre tenía razón.
Mientras
escribo esto he recordado que tengo las obras completas de Wilde en inglés. Así
que será un buen regalo de reyes, buscar el ejemplar en mi biblioteca y releer
algunas de sus obras. Nunca dejo de leer ese breve e intenso poema sobre la Anunciación.
Porque, como Borges acaba de afirmar, Wilde tiene razón. El anuncio de la venida
del Salvador al mundo, no se realiza mediante toda una parafernalia de fuegos de
artificios celestiales, sino que es enviado Gabriel, quizás el más tímido y
dulce de los arcángeles para anunciar a una muchacha adolescente, quizás María
no tiene más de catorce años, que va a ser la madre de Dios.
Porque
todo lo que se refiere al natalicio de Jesús está rodeado de humildad. Supongo
que no les cuento nada nuevo. Como si Dios, ese mismo que ha creado un Universo
que contiene miles de millones de estrellas, quisiera demostrar que lo
importante es ser humilde, que no se menosprecie a nadie por su origen o nacimiento.
Como gustaba de decir mi padre, hay un adagio, quizás andaluz que afirma que el
Niño de Dios nació en un pesebre; donde menos se espera salta la liebre.
Y
la continuación sigue llena de humildad. Incluso ya comenzamos con el “no juzgues,
si no quieres ser juzgado”. San José duda de su esposa, pero, y esto se llama ser
buena gente, ve que es una niña, que el castigo para la adúltera es la muerte
por lapidación. San José entonces calla. Acepta lo que supone su vergüenza,
silenciosamente, como el gran hombre que es ¡Cuántas veces se necesita de una
grandeza de corazón para aceptar una humillación y así salvar una vida o una
honra! Es en ese momento cuando San José se gana el llamarse “padre putativo de
Jesús”. Por cierto, que este P. P. que se ponía en los murales o cuadros a los
píes de San José, es lo que ha dado lugar a que todos los José sean Pepe.
La
cuestión es que, sin saber muy a ciertas por qué, parten de la carpintería y se
ponen en camino hacia Belén o algún lugar que no está claro. Belén, no era más
que una pequeña población, sin importancia alguna. No era Jerusalén, ni
siquiera Nazaret, era un lugar pequeñito, quizás acogedor, pero pequeñito. Allí
va a nacer el Mesías. No en la Roma, señora de pueblos, ni en la Atenas, gloria
de la cultura, tampoco en Persépolis, fundada por Darío el Grande, capital del
poderoso imperio persa.
¿No
se tiene la impresión de que a Belén, a la posada donde acaba de nacer el
Mesías, no se llega de cualquier forma ni con cualquier vestidura? Tengo la
impresión de que para llegar a Belén a visitar al Niño, hay que ir o a píe o en
un burrito sabanero. No se puede cabalgar en un lujoso corcel ricamente
enjaezado. En este último caso me parece que jinete y cabalgadura sufrieran ese
camino que relataba Lorca sobre Córdoba, lejana y mora, afirmando que aunque
supiera todos los caminos nunca llegaría a Córdoba. También Lord Dunsaney contó
en uno de sus relatos de unos guerreros que buscaban la ciudad de Carcasona
durante toda su vida, como buscaron el Santo Grial los guerreros de Arturo de
Bretaña.
Y
me parece que tampoco se puede ir vestido de cualquier forma, no se puede acudir
con ricas vestiduras de terciopelo o seda milanesa o china. Hay que llevar una
pelliza de cabra o de oveja, que eso es lo que le gusta a la familia que ha
encontrado refugio en un pesebre. Donde una mula y un buey, mire usted que dos animales,
habiendo regios leones, tigres aristocráticos, panteras de piel casi azulada,
majestuosos elefantes, mire usted que una mula y un buey. No me extraña que
solo se acerquen pastores y otras gentes humildes.
También
se han acercado tres magos, a los que Beda el Venerable, que vivió entre los siglos
VII y VIII, hará reyes, pero visto lo visto ya sabemos que ciertos personajes no
habrían llegado jamás al pesebre. Así que en lugar de reyes, estos magos es posible
que no fueran más que ilusionistas, de esos que sacan una paloma de la
chistera, y que fueron, no llevando incienso, oro ni mirra ¿de dónde iban a
sacar ellos semejantes cosas? sino algún truco desusado donde surgía un ramo de
flores de un zurrón remendado.
¡Qué
quieren que les diga! Ese es mi Dios. El de los humildes. El que nace en un pesebre
y luego en la cruz, pide perdón para los que le han crucificado. El que
detesta la violencia, el que predica que nada hay más fuerte ni poderoso que el
amor. No digo yo que Jesús sea el hijo de Dios, tampoco lo afirmaba él, pero sí
digo que si hay votaciones, cuenta con mi voto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario