jueves, 24 de diciembre de 2020

HACIA BELÉN VA UNA BURRA...

 


Hace demasiado tiempo que no leo a Oscar Wilde. Es un buen amigo con quien gusto de conversar largamente. Su largo y maravilloso poema “La Esfinge”, me sigue sobrecogiendo como lo hizo con aquel muchacho de veinte años que era yo, la primera vez que leí el poema. Decía Borges, que Wilde no era el mejor de los escritores, pero sí el más encantador También dijo el argentino refiriéndose al irlandés que lo más asombroso de Wilde era que siempre tenía razón.

Mientras escribo esto he recordado que tengo las obras completas de Wilde en inglés. Así que será un buen regalo de reyes, buscar el ejemplar en mi biblioteca y releer algunas de sus obras. Nunca dejo de leer ese breve e intenso poema sobre la Anunciación. Porque, como Borges acaba de afirmar, Wilde tiene razón. El anuncio de la venida del Salvador al mundo, no se realiza mediante toda una parafernalia de fuegos de artificios celestiales, sino que es enviado Gabriel, quizás el más tímido y dulce de los arcángeles para anunciar a una muchacha adolescente, quizás María no tiene más de catorce años, que va a ser la madre de Dios.



Porque todo lo que se refiere al natalicio de Jesús está rodeado de humildad. Supongo que no les cuento nada nuevo. Como si Dios, ese mismo que ha creado un Universo que contiene miles de millones de estrellas, quisiera demostrar que lo importante es ser humilde, que no se menosprecie a nadie por su origen o nacimiento. Como gustaba de decir mi padre, hay un adagio, quizás andaluz que afirma que el Niño de Dios nació en un pesebre; donde menos se espera salta la liebre.

Y la continuación sigue llena de humildad. Incluso ya comenzamos con el “no juzgues, si no quieres ser juzgado”. San José duda de su esposa, pero, y esto se llama ser buena gente, ve que es una niña, que el castigo para la adúltera es la muerte por lapidación. San José entonces calla. Acepta lo que supone su vergüenza, silenciosamente, como el gran hombre que es ¡Cuántas veces se necesita de una grandeza de corazón para aceptar una humillación y así salvar una vida o una honra! Es en ese momento cuando San José se gana el llamarse “padre putativo de Jesús”. Por cierto, que este P. P. que se ponía en los murales o cuadros a los píes de San José, es lo que ha dado lugar a que todos los José sean Pepe.

La cuestión es que, sin saber muy a ciertas por qué, parten de la carpintería y se ponen en camino hacia Belén o algún lugar que no está claro. Belén, no era más que una pequeña población, sin importancia alguna. No era Jerusalén, ni siquiera Nazaret, era un lugar pequeñito, quizás acogedor, pero pequeñito. Allí va a nacer el Mesías. No en la Roma, señora de pueblos, ni en la Atenas, gloria de la cultura, tampoco en Persépolis, fundada por Darío el Grande, capital del poderoso imperio persa.



¿No se tiene la impresión de que a Belén, a la posada donde acaba de nacer el Mesías, no se llega de cualquier forma ni con cualquier vestidura? Tengo la impresión de que para llegar a Belén a visitar al Niño, hay que ir o a píe o en un burrito sabanero. No se puede cabalgar en un lujoso corcel ricamente enjaezado. En este último caso me parece que jinete y cabalgadura sufrieran ese camino que relataba Lorca sobre Córdoba, lejana y mora, afirmando que aunque supiera todos los caminos nunca llegaría a Córdoba. También Lord Dunsaney contó en uno de sus relatos de unos guerreros que buscaban la ciudad de Carcasona durante toda su vida, como buscaron el Santo Grial los guerreros de Arturo de Bretaña.

Y me parece que tampoco se puede ir vestido de cualquier forma, no se puede acudir con ricas vestiduras de terciopelo o seda milanesa o china. Hay que llevar una pelliza de cabra o de oveja, que eso es lo que le gusta a la familia que ha encontrado refugio en un pesebre. Donde una mula y un buey, mire usted que dos animales, habiendo regios leones, tigres aristocráticos, panteras de piel casi azulada, majestuosos elefantes, mire usted que una mula y un buey. No me extraña que solo se acerquen pastores y otras gentes humildes.

También se han acercado tres magos, a los que Beda el Venerable, que vivió entre los siglos VII y VIII, hará reyes, pero visto lo visto ya sabemos que ciertos personajes no habrían llegado jamás al pesebre. Así que en lugar de reyes, estos magos es posible que no fueran más que ilusionistas, de esos que sacan una paloma de la chistera, y que fueron, no llevando incienso, oro ni mirra ¿de dónde iban a sacar ellos semejantes cosas? sino algún truco desusado donde surgía un ramo de flores de un zurrón remendado.

¡Qué quieren que les diga! Ese es mi Dios. El de los humildes. El que nace en un pesebre y luego en la cruz, pide perdón para los que le han crucificado. El que detesta la violencia, el que predica que nada hay más fuerte ni poderoso que el amor. No digo yo que Jesús sea el hijo de Dios, tampoco lo afirmaba él, pero sí digo que si hay votaciones, cuenta con mi voto.


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