viernes, 16 de octubre de 2020

LA OBRA QUE NUNCA ACABA

 


         Mis amigos saben que mi padre me dejó en herencia tres cosas, el amor por la poesía, y en especial por la Divina Comedia, una edición de “las mil y una noches” traducida al español por Blasco Ibáñez, de la que hiciera del árabe al francés, Joseph C. Mardruz, y una imposibilidad genética para hacer dinero. Este último obsequio bien pudo ahorrárselo.

Mi padre andaba obsesionado con las mil y una noches, igual que lo anduvo toda su vida, Borges. Hasta tal punto que me decía una y otra vez que me quedase con la bella edición de las mil y una noches, en seis volúmenes que editó “El Círculo de Amigos de la Historia”. Pero yo no quise llevármela mientras él vivía. Solo tras su muerte, recogí aquella edición que no tiene nada de particular excepto que mi padre deseaba que yo la conservara. Así, esta edición se volvió única para mí en el Universo.

Hace un año leí que el profesor granadino, que ejerce su docencia en la Universidad de Málaga, Salvador Peña, estaba acumulando premios nacionales e internacionales por su traducción al español de “las mil y una noches”. Esta traducción fue publicada en 2018, por la editorial Verbum. Así que, saboreando la idea de hacerme con los cuatro volúmenes, poco a poco, uno a uno, con paciencia, dejando pasar el tiempo para que la espera la hiciese más deseable, están instalándose los volúmenes de esta traducción en una de las estanterías de mi biblioteca.

Y encontré en este asunto una nota curiosa y triste, como si fuese la nota de un buen blues. De esos que sabían tocar como nadie B. B. King o Muddy Waters. Paso a explicarme si aún están leyendo este artículo tan personal.

 La primera vez que leí una versión de “Las mil y una noches” fue una traducción de la que hizo del árabe al francés Antonie Galland. Esta traducción fue la primera publicación (1704) a un idioma occidental. Cuando leí esta versión, publicada por la editorial Sopena, yo podía tener alrededor de los catorce años. Luego llegó a mi casa la edición de Mardruz (la edición original de Mardruz, se publicó en 16 volumenes, entre 1899 y 1903), aquella que mi padre se empeñó en que yo poseyera algún día; el mundo para mí era aún joven, se levantaba si no la alborada, sí la hora del ángelus o del vermut. Los años pasaron y, rondaría los cuarenta años cuando compré la más que excelente traducción de Juan Vernet, editada por Planeta, y el computo de mi vida comparado con un día, estaba entonces cerca de la hora del almuerzo en el mundo Mediterráneo, las tres de la tarde. Ahora llega esta versión, ahora que el otoño ha blanqueado mis sienes, como más o menos cantó Carlos Gardel. Y siento que ya no habrá más versiones dignas de reseñar por mi parte. Ahí está la “blue note”.


He sido el primer asombrado al ver la relación tan especial que mi vida ha ido manteniendo con “Las mil y una noches”. Los árabes dicen que jamás se puede concluir la lectura de esta obra portentosa. Quizás porque hay mil y una versiones de las mil y una noches, siendo la única obra en la historia de la literatura que está en continuo movimiento. Como ustedes saben, en los manuscritos que encontró Galland, no figuraban los cuentos más famosos, Aladino, Simbad o Alí Babá. Estos cuentos fueron añadidos por Galland, sacándolos de otras fuentes. Incluso se comenta que algún cuento fue añadido de su propia cosecha. Si fue así, Galland estuvo a la altura de la obra.

Más adelante Mardruz quiso hacer su versión. Despotricó de la presentada por Galland y dijo que aquella era una versión pacata y temerosa de ofender la moral de los lectores. Mardruz prometía una versión más fidedigna de la obra. El resultado es conocido como “la bella infiel”, pues la traducción de Mardruz rebosa de una belleza de la que en ocasiones carece el original. Por supuesto, Mardruz dejó los cuentos que Galland había añadido por cuenta propia. Y los hizo más hermosos.

Luego, cada cantidad de tiempo sale una versión “definitiva” de la obra, expurgando cuentos y añadiendo otros. Y todas las versiones siempre es la versión. Esto no sucede con ninguna otra obra en toda la historia de la literatura universal.

¿Qué tienen estos cuentos para que, autóctonos o importados, sean necesarios en toda cultura?  Julian Marias, el gran filósofo español, dijo que “cada cultura crea aquello que necesita”. La cuentística popular es común a todos los pueblos; amparándonos en la frase de Marías, podemos afirmar que todo hombre necesita escuchar cuentos. Si esto es cierto, Caperucita Roja es mucho más importante que El árbol de la vida, de Pío Baroja. Sin desmerecimiento alguno hacia esta excelente novela.

La cuentística popular cuando se ofrece en una serie ordenada de historias en torno a un argumento director ofrece el compendio de sabiduría que se ha ido depositando durante siglos sobre los relatos. De igual forma que se crean los estratos de suelo a base de polvo y otros elementos que se depositan sobre el manto original, cada mano que toca el cuento añade algo bueno o malo. El tiempo deja unas alteraciones y se lleva otras. A veces, esos elementos arrancados son depositados en otro manto, en otro cuento. Son esos elementos que chocan en algunas narraciones. El cuento popular puede ser leído por un niño y por un sabio. Esta es una gran cualidad que gozan muy pocas obras maestras.




Las 1001 y una noches, el Panchatantra, El Kalevala, Sendebar, etc., son maravillosas colecciones donde la sabiduría se deposita de forma anónima, no sólo por la carencia de autor, sino porque parece que quiere pasar sin ser reconocida, como una celebridad del cine en medio de un mercado.

Un verso leo en uno de los cuentos de esta obra inmortal, el de “Luna del Tiempo y Plenilunio”, esa joven pareja de belleza prodigiosa, “Sus cabellos eran oscuros como la noche del adiós”. En un principio pensé que la noche del adiós, se refería a la despedida final entre dos amantes, pues la siguiente comparación literaria trata de la unión amorosa. Algunos minutos después caí en la cuenta de que esa noche del adiós, se refería a la última noche vivida, al fin de la existencia.

Y, entonces, no pude por menos de evocar ese verso magnífico, decirlo en voz baja, musitándolo apenas, pero dejando que mis labios se movieran al pronunciar cada sílaba “Y habrá un día en que el ángel de la muerte te ofrezca su copa y no podrás resistirte a beberla”. Creo que el verso se encuentra en las magníficas Rubayyat de Omar Jayyam, el maravilloso poeta persa, el mismo origen de tantos cuentos de las mil y una noches.


Borges se preguntaba qué libro quedaría sin terminar cuando llegara el momento de su partida. Ignoro cual fue ese libro. Tampoco tengo interés en saberlo. Pero les puedo decir qué obra no pudieron terminar jamás ni Borges ni mi padre, Las mil y una noches. Como yo tampoco podré terminarla. Afortunadamente.


viernes, 18 de septiembre de 2020

DE ESPAÑA Y LOS ESPAÑOLES

 


Aristóteles decía que es natural al hombre el deseo de conocimiento. Aristóteles pensaba, como el ladrón en el refranero español, que todos los humanos son de su condición. El trabajo de conocer a veces es agotador, otras caprichoso y en no pocas ocasiones desagradable.

En el templo de Delfos, en la isla griega del mismo nombre, donde el dios Apolo pronunciaba su oráculo por medio de unos versos mistéricos que salían por los delicados labios de su sacerdotisa y luego eran escritos y entregados al consultor, estaba escrito en el frontispicio de la entrada: “Conócete a ti mismo.”

Me parece que este adagio debe figurar en el ranking de las máximas a tener en cuenta. De igual forma que estoy seguro de que todos deberíamos llevar tatuados en el brazo el divino pensamiento de Jesús de Nazaret, “todo hombre es tu hermano.”

Como acabo de exponer una de las cualidades que puede poseer el conocimiento es su desagradabilidad. Por eso, en ocasiones, se niega ese conocimiento o, lo que es peor, se manipula.  Y el asunto de España, su existencia como entidad orgánica, como un espacio donde sus habitantes tienen una tradición común, un espíritu que puede considerase pueblo diferente de otros pueblos, ha sido tratado en ocasiones con demasiado miedo.

El titular de que España siempre ha sido un conjunto de naciones que no tenían nada en común y que andaban divididas y sólo tras el matrimonio de los Reyes Católicos, se juntó, muy a pesar de esos pueblos, en una sola entidad política, ha gozado desde hace algún tiempo de prestigio. Todo lo expuesto anteriormente sobre los RRCC y la unidad de España es mentira. Y también es verdad. Cuando la Generalitat afirma en su página web que “el condado de Cataluña absorbió al Reino de Aragón”, también es mentira. Y no deja de tener su verdad.


¿Conocen el paradigma del gato de Schrödinger que está muerto y no? Pues eso. Pero hay una cosa extraña que a gente como los romanos o los griegos no les parecía raro, estos geógrafos e historiadores del mundo antiguo, consideraban a Hispania, como una unidad de pueblos que están en perenne discordia entre ellos.

Me pregunto, si el matrimonio de Isabel y Fernando significó la unión de España, entonces, casi mil años antes, el rey godo Leovigildo (m. h. 586 d. C.), quien pagó de su bolsillo becas para que algunos jóvenes estudiantes de su país puedan perfeccionar sus conocimientos estudiando en la lejana y casi mítica Bizancio, ¿sobre qué territorio gobernaba? ¿Qué país era el de aquellos jóvenes becados? Cuando los bizantinos entran en el sur de la península ibérica ¿por qué los godos consideran que es una invasión contra todo su territorio?


El dolor que se experimenta durante toda la Edad Media por la pérdida del reino en su plenitud a mano de los árabes, se encuentra testimoniado en numerosos escritos. En la General Estoria, escrita por el monarca castellano Alfonso X y su escuela de sabios (siglo XIII), hay un lamento continuo y un deseo de recomposición de su país. Lo cual, por cierto, no encuentro en documentos de al- Andalus, excepto en el dolor de Ibn Hazm, el gran sabio poeta autor de “El collar de la paloma”, quien se desesperaba ante la disgregación del califato andalusí en pequeñas células que no serían capaces, como así ocurrió, de sobrevivir a los ataques cristianos.

¿Por qué Ibn Hazm sabía que de esta atomización del califato en reinos de Taifas vendría la conquista de los territorios musulmanes por los reinos cristianos de la península, igualmente atomizados? La respuesta es clara, porque estos, los reinos cristianos, querían reconquistar lo que fue suyo y al- Andalus, con todo su amor por esta tierra, siempre se consideró como una bandería en tierra ajena.

Desde el reino de Aragón, el suspiro por la unidad de España es continuo. Alfonso I, rey de Aragón, se intitula con no poco orgullo, a raíz de su boda con Urraca, reina de Castilla, “Imperator totius Hispaniae”, es decir, “rey de todas las Españas” o “rey de toda España”, allá por el siglo XI y primer tercio del XII. El muestrario podría ser tan amplio que hay materia para escribir libros y libros, como han sido escritos, demostrando estos argumentos. A mi queridísimo lector les remito a ellos.

Pero nada hay tan español como negar que se es español. El problema de España es que nadie se ha preocupado de ella, excepto un grupo de locos heroicos que de vez en cuando asoman aquí y allá; que tienen muy claro que un país no es un territorio, sino la gente que lo habita; que la tierra que habito no es el cortijo o el latifundio de unos pocos, sino el espacio donde podemos y debemos vivir en libertad. Pero, esto implica además del respeto al otro y sus ideas, que la verdad sea la guía de los actos públicos. Como creo que dijo Churchill, “puedo no estar de acuerdo con sus ideas, pero moriré porque usted tenga la libertad de expresarlas”.


Y hablando de ingleses, de la pérfida Albión, la diferencia entre las miras de nuestros gobernantes hacia su pueblo y la de los ingleses, pongamos por caso, se puede ejemplificar en una pequeña muestra: mientras que los ingleses inventaron el agua tónica para que a sus soldados enfermos de malaria en la India, no les supiese tan mal la quinina, su majestad la reina regente de España y el gobierno español durante 1895- 1898, es decir, la guerra de Cuba, envió a sus marinos, pobres muchachos de zonas rurales que no pudieron pagar la redención del servicio, en barcos de madera contra los acorazados estadounidenses.

Lo bueno es que, a la vuelta, -tras la derrota vendida muy cara por aquellos jóvenes agricultores que habían sido arrancados de sus hogares-, a los tullidos por la guerra, y menos aún a los que quedaron milagrosamente sanos, ni siquiera se les pagó las soldadas que se les debía. Les abandonaron en los puertos, nadie fue a recibirlos,  102 guerreros que murieron de enfermedad en el mismo puerto  fueron arrojados en una fosa común sin conocimiento de sus familiares, aún siguen dormidos en la fosa de Puerto Real, Cádiz, y más tarde, a todos esos héroes que habían luchado supuestamente por su país, pero en realidad por los intereses de unos pocos, les negaron hasta la opción de pedir limosna, única salida que les quedaba. Ese fue el pago del gobierno español a los que lucharon por los intereses de una élite supuestamente española y que tengo por seguro que se daba golpes en el pecho por su país, en los salones sociales.

Es en este momento de la historia de España que surgen los nacionalismos. No es extraño que nadie quiera quedarse en un sitio donde huele tan mal.

Y sigue oliendo mal. A podredumbre, a miseria, a mala gestión, a tener un sillón de plata, por incómodo que sea, aunque para ello noventa conciudadanos se vean obligados a dormir en el suelo. Lo peor es que de esos noventa conciudadanos, no pocos entre ellos consideran que esta bien eso de dormir en el suelo y admiran el sillón de plata. Y ahora, el otro lado, para que nadie quede contento con mi artículo, un país donde en lugar de la admiración por aquel que triunfa en los negocios y en el arte, lo que se propaga es la envidia; en lugar de aprender del que consigue el éxito, se predica el desprecio propio de los imbéciles y mediocres hacia los triunfadores, no tiene una solución fácil.

Lo he comentado antes, no es raro que alguien se quiera ir de un lugar donde el trato, sea cual sea su destino, es tan duro. Y, sin embargo, detrás de esta tupida maraña que nos han echado encima, hay un pueblo, y por pueblo entiendo a todos los que estamos en un mismo espacio, trabajador, dotado de un poder imaginativo increíble, de una voluntad y capacidad organizativa que asombra al mundo. Bismarck, el gobernante alemán, dijo en cierta ocasión: “España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido”. 

Amo a mi gente. Soy español sin chauvinismo o con un poquito, cosa que nunca viene mal. Me gusta el castellano, el catalán, adoro el gallego, tengo que aprender algo de euskera y me he sentido cómodo en Barcelona, Madrid, Sevilla y dejé un trozo de corazón en Galicia. Estoy deseando conocer el resto de mi tierra.

Cuando algún compatriota me dice que no se siente español, pienso “él se lo pierde”. Evidentemente, no entro en corregir los sentimientos de los demás. Suscribo que aunque nacidos en el mismo territorio, no son de mi país, aquellos que pisotean a mis conciudadanos, que les roban y prohíben lo que les corresponde, que le niegan la cultura, si la quieren, y que solo creen que España son ellos y sus intereses, ellos y sus ideas políticas, ellos y sus crímenes, ellos y su religión, ellos que jamás vistieron al pobre porque ni siquiera le miraron, como cantó la inolvidable Mari Trini, que tanto gustaba a mi padre.

 

jueves, 10 de septiembre de 2020

LA PAZ ¿UTOPÍA O CREACIÓN?

 

Silencio, Señor, silencio, de soledad no digo nada. Así comienza un bellísimo poema de Gloria Fuertes, esa mujer que nos dibujaba una sonrisa en el alma con sus poemas infantiles llenos de ternura y saber hacer. Bonachona en su forma de recitar sus poemas para niños pequeños y niños adultos ¡Qué falta de lucidez tan grande, -para ser escrita con mayúsculas-, es despreciar un poema porque va dirigido al público infantil! ¡Qué valor y corazón hay que poseer para escribir un poema para un niño! Gloria Fuertes llenó un Universo con sus poemas inolvidables para los niños.

Permítanme utilizar el vocablo “excelsa” para calificar la labor de aficionar a los niños a la poesía. Al menos, de dejar constancia en sus cabezas, que tanto están asimilando, de la existencia de una parcela de la belleza y del saber que es la poesía. La obra de Gloria Fuertes está ahí, siempre presente, manteniéndose lejos del olvido gracias a sus poemas infantiles. Mientras que tantos otros supuestamente profundos y confesos maltratadores de versos, que más parecen buhoneros artificiales y cambalacheros de la gramática, han pasado al territorio del olvido.

Pero he comenzado a hablar de Gloria Fuertes, citando uno de sus poemas para el lector adulto. Lo curioso es que durante años he recordado este poema con un comienzo distinto: Paz, Señor, paz, de soledad no digo nada. Que tampoco es un mal comienzo para un poema. Creo que el verso vino a mi cabeza con la alborada, paseando por el campo con Harry, mi amigo cánido. Y de seguro que a raíz de alguna trastada que hizo Harry, recité el verso. Y lo hice invocando la paz en lugar del silencio, como lo había hecho durante años.


Y este error propio me llevó a reflexionar sobre otro común. El concepto de paz como algo del que hemos sido despojados por culpa de la maldad del ser humano. El concepto de paz como un derecho divino que el hombre ha mancillado y convertido en una utopía, algo inalcanzable para sí mismo y para los demás. Y aquí está el error. Viajé hasta la idea llevado de un verso inexistente de Gloria Fuertes, tan inexistente como ese creer que el hombre ha roto la paz y quietud del Universo.

 La paz no es una realidad, sino un proyecto que anhelamos como el preso extiende sus manos hacia la ventana de la celda, buscando la luz, la libertad. Porque la paz no existe realmente. Y si lo hace es como una alternancia a la violencia. De esa certeza que de forma innata está en nuestras almas surge la plegaria por la paz, ese saludo tan hermoso que los cristianos se dan durante la misa, estrechando las manos de los que están cercanos a ellos, sean conocidos o no, deseándoles la paz. Como hermoso es el saludo por antonomasia de los árabes “salam aleikum”, la paz con vosotros. Todo aquello que tiene que ver con el deseo de paz es hermoso, quizás por lo irrealizable.

La paz es casi una utopía. El hombre no ha destruido la paz, sino que la ha inventado, la ha creado, como quizás ha creado otros elementos que forman parte de su mundo y supone que eran anteriores a él.

El Universo, ese espacio donde el hombre vive, no se formó como suponía Santo Tomás de Aquino, suposición llena de filosofía poética, por el deseo de Dios de crear. No hizo falta que pronunciara la palabra “hágase”, solo deseó que "sea". La ciencia contemporánea supone que todo cuanto existe surgió de una gran explosión, llamada con poca imaginación “Big Bang”, cuyo eco aún puede rastrearse en el Universo. Aquella explosión tan digna de Dios como el deseo de que sea la cosa fue el detonante de nuestro espacio actual. Nada pacífico, por cierto.

Cuestión al margen es la pegunta que me hago: si todo el Universo surgió de una inimaginable concentración de energía que podía tener el tamaño de la cabeza de un alfiler ¿En qué espacio existía? Una cabeza de alfiler es el origen de todas las galaxias actuales, sí, pero ¿Dónde estaba la cabeza de alfiler? Porque algo tiene que estar en algo. Es decir, algo que existe, por diminuto que sea, necesita un espacio que ocupar. Pero esta es una cuestión que la Ciencia aún no ha resuelto. Esto es lo anterior al Big Bang. El segundo anterior a la explosión cósmica y generadora del Universo.

Las galaxias chocan y los cometas cruzan veloces por el espacio. La vida y la muerte están presente de continuo en todo. Los nidos de estrellas y los agujeros negros. En la Tierra, en ese delicado planeta que desde lejos parece una pálida luz azul, todo devora a todo. Tenemos bacterias asesinas que ejecutan a sus hermanas para conseguir sus objetivos; protozoos suicidas, como los kamikazes japoneses de la segunda guerra mundial, que se sacrifican para que el resto del pelotón pueda pasar una línea de defensa orgánica.

Mi amigo José María, me contaba el otro día de las águilas, de como una pareja expulsa de su territorio a sus hijos; si estos vuelven por un ataque de morriña, la lucha entre padres e hijos será a muerte. Hablar de paz en la naturaleza es olvidar que, por necesidades alimenticias, todos somos pasto de todos. Hasta los delicados herbívoros, literalmente “comedores de hierba”, están arrancando sus hojas al árbol o a la tierra. Posiblemente el árbol tenga una opinión tan negativa de una gacela como esta puede tenerla de un tigre.

Todo en el Universo está en movimiento y nada sin una causa. Los huracanes son los responsables de que la Tierra se mueva, produciendo las estaciones climáticas. El mar, origen de la vida en nuestro planeta, no puede estarse quieto; precisamente la quietud del mar lleva a su muerte, a su disolución en otra cosa, a una violencia interior que le transforma en lo que no desea ser, que diría yo si tuviese algo de poeta o de bardo trasnochado.


Pero no sólo se suplica una paz exterior, es decir, un lugar carente de violencia, vacío de enemigos, se anhela la paz interior, ese estar en calma consigo mismo. Un armisticio en el combate del yo con mi yo; a veces tan terrible que podemos pensar con Albert Camus, si la pregunta más importante que se hace el hombre es seguir viviendo o no. Por ello, los musulmanes distinguen entre el gran hiyab y el pequeño hiyab, siendo este el combate contra el enemigo exterior y aquel la lucha contra mí mismo.

Pero lo que el hombre sueña tiene derecho a ser verdad. Si no existía la paz en el Universo, la hemos inventado. Ahora no solo es una posibilidad, es también un derecho, humano precisamente porque ha sido inventado por el hombre. El hombre que descubrió el silencio en un planeta casi carente de él, también ha inventado la paz para que sea su compañera o su amor imposible, al estilo del amor udrí, igual que inventó el gótico o la poesía.

Así que Gloria Fuertes tenía razón, Silencio, Señor, silencio. Y ya que estamos, y si es posible sin muchas molestias ni quebraderos de cabezas, danos la paz.


miércoles, 2 de septiembre de 2020

SUAVE ATARDECER EN OTOÑO

 



    En Málaga, esta ciudad que, sin chauvinismo barato, cada día está más hermosa, tenemos un proverbio local que afirma: “En cuanto pasa la Feria (se celebra en agosto) se ha acabado el verano”. Y así se siente ya en el aire, en las plantas y en el respirar. La canícula está pasada, y la cigarra comienza a afinar su instrumento, mientras la laboriosa hormiga, entre hoja y hoja que lleva al hormiguero, rebusca en su memoria dónde guardó la ropa de entretiempo.

En Málaga no existe ropa de invierno ¿Para qué? No tenemos solsticios. Aquí pasamos en unos días de esa suerte de primavera intensa que nosotros llamamos verano a ese otoño que se extiende lánguidamente hasta marzo. De la camisa de manga corta a ¡Caramba! ¡Ha venido de repente el frío! ¡Mire usted, que ayer estaba en camisa y hoy llevo el abrigo!

Y así todos los años. Como si para nosotros, esto de pasar del calor al frío en dos días fuese un asunto nuevo. Málaga vive en un continuo juego de equinoccios. Desconocemos la rigurosidad invernal y del verano absoluto sólo tenemos noticias en contadas ocasiones. Para nosotros los malagueños esos cuentos donde el espíritu del invierno golpea con sus zapatos hechos de granizo los tejados de los edificios suenan a magia.

Pero he aquí que ya ha pasado la Feria. La misma que este año no ha tenido lugar debido a esa enfermedad que además de terrible es muy antipática. Hasta hace unos meses las enfermedades dejaban sin vida al paciente, se limitaban a eso; esta desagradable enfermedad quita a su víctima los parientes y amigos. Es decir, se lo quita todo. Pero sobre esto han escrito plumas, que se decía antes, más pongámonos al día, teclados muchos más inteligentes y notables que el mío.

Pero ya está llegando el otoño. 


Los colores comienzan a virar hacia una pátina enigmática dominada por un gris que no es mediocre sino una luz que brilla de otra forma. Las calles comienzan a poblarse de niños que llevan en sus maletas conocimientos que permanecerán en sus cerebros todas sus vidas y muchos de ellos jamás serán utilizados, los conocimientos; bueno… en muchos casos tampoco los cerebros.

Las tardes empiezan a salpimentarse con un aroma decadente. 


    Hasta los mismos árboles pierden sus hojas, pero con ellas se crea una alfombra de abandono sobre el suelo. Es ese abandono que tiene el art déco, el mismo que poseía Oscar Wilde o los grabados de Aubrey Beardsley, y toda la obra del Alma Mater. 


    Hay un cierto dejar que las cosas naveguen por sí solas, un no intervenir como actor en nuestra propia vida, sino más bien como un espectador interesado en el drama o comedia, no se sabe a ciencia cierta qué es, que se está representando. El otoño no posee ese spleen de París que afirmaba Baudelaire, no es un hastío, es un abandono elegante, yo diría que con un toque aristocrático. En otoño es cuando deben comenzar las grandes pasiones, pero no debe cometerse el perjurio de que tengan su culminación en esta época del año.



No debe tener una lluvia intensa, debe ser una llovizna fina, de esas que ensucian los cristales justo después que se han acabado de limpiar.



El hombre que ha hecho toda medida a su semejanza dispone las estaciones como el tránsito vivido desde el comienzo de la primavera hasta el fin del invierno, es decir desde que es un retoño hasta que la vejez acaba con su vida. Primavera, verano, otoño e invierno, son sinónimos de estaciones vitales de la existencia del ser humano. Juventud, madurez, vejez ¡Un momento! ¡Falta una estación! Efectivamente, falta el otoño. Porque esa estación o parte de la vida se define de la misma forma en las dos cuestiones. Tras la madurez, representada por el verano, llega el otoño, llega la sabiduría, representada por el propio otoño.

Ya no se tiene la soberbia de la juventud, tampoco los desasosiegos respecto al futuro, de la madurez; las hojas han caído del árbol que somos, las hojas ya no preocupan a las ramas que forman parte de nuestro ser, ya se ha dejado la prisa hasta por ser, aún no está la angustia de seguir siendo que vendrá con la vejez, hay una laxitud que impone la sabiduría de quien se ha desprendido del lastre de la vida y solo desea que le lleve al azar algún viento caprichoso. 


Y sin descartar que ese viento lo lleve hasta la gruta oscura de un monstruo bicéfalo, pero eso será una nueva aventura a donde le ha llevado el azar, no sus propios pasos.

Porque andar, lo que se dice andar, se realiza cuando se tiene un camino que lleva hacia una meta, un objetivo que marca el final del viaje. La mujer o el hombre otoñal ya no anda, viaja; viaja sin cuaderno de bitácora ni brújula que le comprometa. Viaja con una sonrisa placentera en los labios que ha formado el placer del propio viaje y el placer de sonreír. Viaja como un fardo más, como un elemento más de la cubierta del barco.

Heráclito afirmó que nadie podía bañarse dos veces en el mismo rio. Toda vida es irrepetible. La del lector que ahora lee esto, y la mía que escribo este artículo sin saber a ciencia cierta si les miento o estoy convencido de lo que he escrito. Por eso es tan importante vivir la vida. Para mi tengo, pero esto es una suposición íntima, que no existe otra oportunidad, a pesar de las promesas de las religiones y de visionarios del más allá. Aunque, como dijo Pascal, "yo apuesto por Dios, porque si no existe no pasa nada y si existe, gano la partida". En primer lugar apuesto por vivir como si no hubiese nada más que esta existencia, y esto no debe contradecir la frase de Pascal. 

También,  estoy convencido de algo, la mujer o el hombre que en el momento del otoño de su vida aún no ha aprendido a ser feliz, ha perdido las dos estaciones anteriores y es una testarudez sin sentido vivir el invierno.




jueves, 23 de julio de 2020

EL ENIGMA DE LAS PUERTAS


 


Álvaro Cunqueiro escribió un maravilloso artículo, como todos los de Álvaro Cunqueiro, donde contaba de un trovador gallego del siglo XIII, Francisco Esquío, que recorrió el camino desde Santiago de Compostela hasta Lugo para ver a su amada y entró en la ciudad portando una flor en la mano para la dama de sus sueños. En recuerdo de este hecho y por instigación de Cunqueiro, el ayuntamiento lucense hizo grabar una inscripción en la porta Miña de Lugo, donde puede leerse en gallego que por allí entró el trovador Francisco Esquío con una flor en la mano para ver a su amada ¿Quién que viaje a Lugo, no se fotografiará junto a la Porta Miña? Solo un hombre o mujer sin corazón podrá dejar de hacerlo.

 
Pienso que la inscripción más famosa en el frontispicio de una puerta es aquella que lee Dante Alighieri a las puertas del Infierno en su “Divina Comedia”, “
Lasciate ogne speranza, voi ch’entrate “On, tú que entras, abandona toda esperanza” Con razón al divino poeta le tiemblan las piernas, mientras que el alma de Virgilio, el poeta romano no menos divino, imagino que posa su mano fraterna sobre el hombro del florentino para insuflarle fuerza en el alma. Por cierto, el famoso “Il pensieroso” de Rodin, no es otro que Dante en el momento que debe tomar la decisión de atravesar la puerta maldita o quedarse fuera.

Esto de las puertas es un asunto curioso. La puerta no es solo un impedimento para penetrar en un recinto, también es un celoso guardián de lo que se esconde en el interior. Por eso hubo puertas que planteaban enigmas para ser abiertas y otras que conducían a lugares insospechados. A mí particularmente me divierte esa puerta del juego de la Oca que no conduce a parte alguna, en un juego, curiosamente, minado de signos mistéricos. No me son menos simpáticas esas puertas que se abren y dan paso a un campo abierto, muy amadas por los surrealistas y los aficionados a la marihuana.

Una puerta cerrada es algo tan inquietante que las normas de caballerosidad antiguas proponían que abrir la puerta y entrar a un habitáculo desconocido debía hacerlo en primer lugar el caballero para proteger a la dama. Muy divertida era también la norma de que al subir por una escalera, el caballero debía ir delante para no ver los tobillos de la descendiente de Eva; al igual que a la bajada por si la dama daba un traspiés tener un sitio mullido sobre el que caer, es decir la espalda del noble descendiente de Adán, quien muy posiblemente, el caballero no Adán, se dejase la nariz contra el suelo. Pero de esto hablaremos otro día.

De puertas inaccesibles sabía el poeta romano Ovidio, contemporáneo de Virgilio, quien en uno de los poemas de su “Arte de amar”, se queda sin poder disfrutar de su amada porque nadie le abre la puerta para pasar al interior de la casa. A pesar de sus ruegos, la puerta se muestra sorda e imperturbable y se queda cerrada. Parecido es lo que cuenta el poeta Propercio, contemporáneo de Ovidio, a quien la puerta no se le abre, pero es porque guarda a su amada, la de Propercio, y nuestro poeta sospecha que además también protege a un mocito pinturero que le está haciendo el amor a la dama. Y esto es lo que mosquea a nuestro ilustre poeta romano. Así que le dedica algunos improperios a la puerta y ya que estaba allí y por si estaba escuchando, también le regala algunos epítetos a Cinthia, su inmortal y en ocasiones infiel amada.

Me recuerdo muy joven leyendo las quejas de Ovidio a la puerta. Y lo original que me pareció entonces el asunto. Años más tarde me enteré de que en realidad era un motivo para ejecutar con variantes, la gracia estaba en la variante, dentro de la lírica romana a la que soy tan aficionado. Cualquier día tengo que darles un poco la paliza y charlar sobre poesía y poetas romanos, pero hoy no será ese el asunto.

Por una puerta inesperada entré en el beso famoso que se dan San Joaquín y Santa Ana, ante la Puerta Magnífica, al saber Joaquín que su esposa, Ana, ya entrada en años, estaba embarazada. En su seno portaba nada menos que a la Virgen María. 

El felicísimo esposo no puede resistir la tentación y al escuchar la noticia corre en busca de su esposa, la cual está corriendo en busca de su amado cónyuge y ambos se encuentran en las afueras de Jerusalén, junto a la Puerta Magnífica ¡Para qué luego diga Hollywood que esta escena típica de final de comedia romántica, la inventaron ellos!

He dicho que entré por la puerta de atrás porque primero escuché la composición de Liszt para piano, inspirada en la contemplación del cuadro de Giotto, luego vi el cuadro de Giotto, y finalmente conocí la historia que está recogida en el protoevangelio o evangelio apócrifo de Santiago. Este curioso Evangelio escrito hacia el 120 d. J. C. es la fuente principal para el conocimiento de la infancia de la Virgen María. Lo cual dejo aquí para ilustración de marianos y curiosos.

De mis puertas la preferida es la que esculpió el artista renacentista Ghiberti y cuya imagen reproduzco, no podía ser menos, en este artículo. Es conocida como la puerta del Paraíso y dicho nombre se lo impuso nada más y nada menos que Miguel Ángel Buonarotti, al contemplar la grandeza artística de la obra. 

Es una de las puertas del Baptisterio de Florencia. La obra se compone de diez escenas del Antiguo Testamento y para muchos es una de las cumbres del arte de todos los tiempos. Tras una inundación en Florencia, se decidió guardar la puerta en el Museo dell´Opera del Duomo y colocar en el baptisterio una réplica. Así que si quieren ver el original ya saben a dónde ir ¡Ah, Florencia, algún día tengo que visitarte!

Algunas puertas escondían terribles secretos como las puertas del castillo de Barba Azul. En ocasiones el juego es elegir entre tres puertas y cada una de ellas tiene colgado un letrero que parece indicativo de lo que se guarda en la habitación; pero, como ustedes saben, en la mayoría de las ocasiones se trata de un engaño. Así, estas puertas eran peligrosamente juguetonas. Y luego, están las caprichosas. Esas que solo se abren cuando les da la gana, simulando que la culpa es del pestillo, siempre tiene que haber niños que paguen los platos rotos, o que se ha hinchado por una inundación que nadie recuerda.

Pero la más caprichosa de todas, desde mi punto de vista, es la puerta que abre la caverna del tesoro de los cuarenta ladrones. Esta puerta malcriada solo se abre si se pronuncia su frase favorita: “Ábrete, Sésamo.” Y entonces, ella, toda solicita, se abre, quizás con un gesto de rubor al forastero. ¡Disculpen, pero no puedo resistirme a incluir este cartel tan kitsh, para una película basada en el cuento de Alí Babá y los cuarenta ladrones! Sepan que mi hermano tiene buena parte de culpa de esta inclusión porque, como el que aquí escribe, adora este tipo de carteles.

De todas las puertas que he conocido la más diabólica es la que atraviesa Alicia para entrar en el País de las Maravillas. Digo esto porque la de Dante mencionada al comienzo de este artículo, contenía una advertencia; la de Alicia no avisa, sencillamente deja pasar a un mundo terrible donde el conejo vive eternamente pendiente del reloj y jamás tiene tiempo porque siempre llega tarde ¿Les suena? Otros están condenados a vivir siempre en la misma hora, lo cual podría traducirse como esclavizados también por el tiempo, sumado a todo esto, pájaros que emprenden carreras absurdas en círculos y gobiernos que lo único que prometen es “¡Que le corten la cabeza!” Con razón muchos de mis amigos cuando se abre la puerta del libro de Alicia, la cierran con horror. El País de las Maravillas se parece demasiado a nuestro tiempo.


jueves, 16 de julio de 2020

JARIBU, LA CIGÜEÑA MUDA


      Pues sí, me he enterado esta semana, mire usted por donde, de la existencia de un pájaro que es mudo, como aparentaba serlo en el cine, Harpo Marx. Supongo que esta curiosa ave también estará exenta de ese pecado propio de estúpidos que es la envidia, porque de no ser así esta desafortunada cigüeña sería de plumaje amarillo que es, según la tradición, el color de ese mal que solo daña a quien lo padece y no hace bien a nadie. 

El pobre Jaribu está condenado a que los demás canten por él. Como me sucede a mí, no por mi mala cabeza, sino por mi mal oído musical.


El jaribu vive en Sudamérica y pertenece a la especie de las cigüeñas. Esas mismas que en otro tiempo anidaban en los campanarios de las iglesias cuando a nadie le molestaban las campanas, entre otras cosas porque marcaban las horas del día, avisaban del peligro, anunciaban las defunciones, los nacimientos, las bodas, etc. Las campanas eran como el noticiero municipal, pero en plan sonoro. Ahora están calladas. En mi barrio a un par de antipáticos debió molestarles una campana que sonaba los domingos a las 12 horas para llamar a los fieles a misa. Y como molestó a dos antipáticos, fastidiaron al resto que sí nos agradaba su sonido. Una pulsación no demasiada democrática.


En la Edad Media las campanas eran tan importantes que tenían sus propios nombres. Incluso hay por ahí canciones populares donde se establece un pequeño dialogo entre las campanas de pueblos colindantes. Eran conocidas por sus sonidos. Ninguna campana podía sonar igual que la del pueblo o la ciudad cercana, entre otras cosas porque esto podía llamar a confusión y tocando a arrebato darle un madrugón innecesario a los vecinos de otra población. Siempre me he sentido sobrecogido por el sonido de las campanas, incluso por su propia imagen que es la de una copa invertida.


A veces tenía la campana un uso inusitado como cuenta la leyenda de las campanas de Huesca, donde Ramiro II el monje, rey de Aragón, cortó las cabezas a doce nobles rebeldes y las utilizó de badajo para escarmiento del resto. Mientras las cabezas hacían sonar las campanas, Ramiro gritaba: ¡Sí suenan! ¡Sí suenan! Todo esto se había desencadenado porque algunos nobles, para cuestionar la autoridad de aquel abad metido a rey, se burlaron de las campanas que Ramiro había donado a una iglesia de Huesca, afirmando que no sonaban. Como puede verse, Ramiro no aceptaba bien las críticas.


Algunos siglos antes Almanzor había hecho transportar las campanas de Santiago de Compostela a hombros de esclavos cristianos para fundirlas y convertirlas en lámparas que iluminaran el interior de la mezquita de Córdoba. Siglos más tarde, cuando Al- Andalus cayó, esas mismas lámparas fueron devueltas a Santiago a hombros de esclavos musulmanes para ser convertidas otra vez en campanas. Esto es una imagen que simboliza magníficamente la importancia sentimental de la campana para el hombre medieval, quien es, no lo olvidemos, el abuelo de nuestra Europa contemporánea.


Supongo, porque suponer es gratuito, que la campana debió inventarse cuando alguien se dio cuenta de que golpeando el interior de un vaso campaniforme se producía un sonido. De aquí a poner el vaso al revés y buscar la forma de instalar un palito que colgando golpeara los lados de la campana debió haber un paso pequeño.  Como ya estoy suponiendo ¡qué más me da continuar! luego el hombre aprovechó la campanita e inventó el cencerro para colgárselo a los animales. Así sabía dónde estaba su animal y además producía un sonido armonioso, aunque no fuera una pieza de Bach, mientras araba o cualquier otra labor de estas que no son precisamente la quinta esencia de las variaciones.

Y un sacerdote avispado, de esos que se entretienen mirando el vuelo de los pájaros, pensó que el cencerro podía avisar a los fieles para acudir a misa, claro que no podía ser un cencerro común, sino que tendría que ser enorme, una campana, vamos. Y ya de paso, nuestro avispado sacerdote tenía un dos por uno, tenía su campana para llamar a los fieles y su campanario para observar las aves y las estrellas más de cerca. Quizás también para murmurar una oración a Niño Jesús en la Nochebuena.

El jaribu no puede hablar, pero el jaribu se las apaña golpeando cosas; así se comunica, como si fuera el badajo de una campana y toda la naturaleza su caja de resonancia. Aunque ahora pienso que es muy posible que yo esté equivocado y el jaribu no sienta envidia del canto ajeno, sino que le parece una costumbre horrible eso de vociferar y llenar el aire de sonido. Porque no siempre es agradable aquello que nos agrada ni desagradable lo que nos desagrada.


El jaribu se comunica como lo hacía el hombre primitivo y el indio norteamericano, a base de golpear un objeto produciendo una serie de sonidos rítmicos que no son palabras, pero sí imágenes de conocimiento de una situación. Aunque en este caso, el objeto golpeador sea su pico y no un palo o una piedra. No me figuro a esta enorme cigüeña llevando en su largo pico negro a un recién nacido. Más se asemeja a un pájaro funerario con su cuello y pico oscuros que a una portadora de felices noticias de natalidad. Pero no quiero dejarme influir por el aspecto, porque como usted y yo debiéramos saber, las apariencias engañan.

Por cierto, y ya que estamos suponiendo, esto de la baja natalidad que sufre Europa ¿No será porque ya no hay cigüeñas en los campanarios? ¡A ver si todo el problema de las tasas negativas de población que tenemos en el primer mundo se debe a que ya no suenan las campanas porque a dos antipáticos les molesta, y las cigüeñas no reconocen los sitios donde anidar como antaño lo hacían! Porque mudan están las campanas como mudos están los jaribus, y cabe preguntarse como hizo Hemingway ¿Por quién doblan las campanas, ahora que permanecen mudas?



miércoles, 8 de julio de 2020

EN EL TERRENO DE LO ONÍRICO

 

Como vivir es un ejercicio tan complicado tenemos que inventar cosas para que sea más liviano este caminar en ocasiones deambulante, en otras en línea recta ¡qué aburrimiento!, a veces haciendo círculos para no volver al mismo sitio o dando un gran rodeo para llegar a ninguna parte. No voy a descubrir ningún secreto si afirmo que también se camina en sueños.

En ocasiones soñar es una forma de evasión, un deseo de no existir, una evanescencia que se presenta como un analgésico contra el dolor de la existencia, que afirmaría cualquier poeta romántico. Pero, soñar en demasía, y quien escribe sabe bastante de esto, puede llevarnos a no vivir, a no existir, a olvidar lo que hay alrededor. A veces los sueños más hermosos tienen un trágico despertar. Abrir los ojos y ver que tus hijos han crecido mientras tú estabas en el monte Athos, nunca has estado allí, rezando con unos monjes inexistentes, no tiene gracia.

El sueño, en este caso el físico, ese que por la noche nos vence, eso que se llama dormir, era considerado por los antiguos griegos hermano de la Muerte. Morfeo, dios del sueño, y Thanatos, la personificación de la Muerte, eran hermanos. Ciertamente nada se parece más a estar muerto que estar dormido. Con una excepción, dormido soñamos.

Lo curioso, no sé si han percatado, es que los sueños del dormido no tienen nada que ver con los sueños de la vigilia. Lo que anhelamos despiertos rara vez se nos aparece en sueños, al menos de una forma positiva. Por ejemplo, en mi caso  llevo años esperando el sueño donde me subo en el caballo Pegaso y recorro tierras y mares. Nunca he volado dormido. Este rocín no viene a mi dormitorio si tengo los ojos cerrados y la respiración pausada.

¿Cuántos adolescentes que durante el día piensan en el amor de sus sueños, que besan apasionadamente sus labios dejando su marca en el viento, darían al mal postor media vida porque su amor apareciera en cualquier momento de la zona REM? ¡Ay, con cuanta pasión abrazarían esa nada generada por las neuronas cerebrales y no por una unión de óvulo y esperma! Y sin embargo, no sucede. La persona amada no aparece, excepto a algunos privilegiados, e incluso a estos se puede afirmar que en muy contadas ocasiones.

No todos los sueños de la vigila son de corte erótico, pero no quiero referirme aquí a esos sueños prosaicos consistentes en tener un coche mejor, un piso más grande, considero que eso no son sueños sino anhelos. El sueño debe poseer algo alado y algo de imposibilidad, ese humo que se desvanece en cuanto se intenta agarrar. El sueño debe participar de tigres que saltan sobre una mujer desnuda, como pintó Dalí. A esos sueños me entrego diariamente un rato.

Cuando alguien mira un paisaje desde el pico elevado de una montaña ¿ve con sus ojos o con los del sueño? Es indudable que existe el paisaje que ve, que le circunda, que le conmueve, pero ¿todo lo que está viendo existe? ¿No habrá pequeñas imágenes repartidas aquí y allá, asomando con timidez de muchacho asustadizo, que no pertenecen a la realidad, pero que conforman ese toque onírico en la realidad que conmueve al espectador?

A veces me pregunto ¿Qué soñaba un vikingo cuando veía el mar cubierto por la niebla? Quizás vio las imágenes de las valquirias siluetadas entre las nubes y soñó que eran nueve y que le esperaban para servirle una copa en el Walhalla. Quizás las vio con tanta certeza que creyó que era cierto y lo contó a sus compañeros y estos le creyeron porque mejor que ser polvo, pasto de los buitres, nada, es ser invitado a copas de hidromiel por doncellas tan hermosas que desafían a los sentidos.

Así el hombre sueña en la vigilia lo que no aparece en sus sueños de durmiente. Busca el consuelo que no encuentra despierto ni dormido. Sueña que es verdad eso de que él es lo más importante del Universo. No sueña el pobre en su pobreza, ni el rico en su riqueza, y que me perdone Calderón, sueña que tiene una oportunidad distinta a la que la vida le brinda. No sueña otra vida, sino un complemento a la que posee. Quizás también sueña que esta vida tiene un anexo post mortem, pero en eso ya no entro.

La imaginación, esa fuerza a la cual Aristóteles consideraba absolutamente necesaria para tener pensamientos de calidad humana, genera en el hombre sueños positivos, hermosos, pero también sueña monstruos y los transmite a la realidad. Y en la realidad cobran forma y vida. No son productos de la Naturaleza, son productos humanos que a fuerza de ser repetidos, de ser vistos con los ojos del alma o de la imaginación, terminan adquiriendo una corporeidad distinta a la física, sí, pero indudablemente corpórea. A veces, casi se les puede tocar.

Pero eso forma parte del juego de lo onírico en los sueños del despierto. Como afirmó Paul Valéry, - creo, - el blanco no puede existir sin el negro. La despreocupación de las valkirias risueñas está atemperada con la terrible amenaza de la llegada de Surf, quien durante la terrible batalla del Ragnarok quemará el Walhalla. La belleza de Galatea debe coexistir con la deformidad monstruosa de Polifemo. Así, incluso en sueños creados por la imaginación, el hombre, la mujer, compensa con contrarios la volición que motiva toda imagen de la mente.

Recuerdo aquella anécdota de Picasso. El genio malagueño estaba pintando el retrato de una mujer y alguien comentó que no se parecía a ella. Picasso respondió, “ya se parecerá.” ´Sabía que el tiempo terminaría creando el parecido entre modelo y retrato. Que los hombres encontrarían las similitudes en vez de las diferencias, o sencillamente que el paso del tiempo haría que la modelo fuese la mujer del retrato.

De igual forma que aceptamos sin comentarios ni asombros los mundos de la Divina Comedia o de los Sueños quevedianos, también aceptamos que imágenes creadas por nuestra mente formen parte de nuestro mundo real. Aunque sepamos que no es más que un sueño que mantenemos mientras seguimos despiertos.