viernes, 29 de abril de 2022

LA EDUCACIÓN DEL ALMA

 


Quizás se supo alguna vez, pero ya no lo recordamos, -es lo más parecido a no lo sé-, en qué momento de la Historia el hombre comenzó a pensar que no era solo un cuerpo, sino que su entidad estaba compuesta de una doble toga, de dos entes muy parecidos, pero no iguales. Algunos sapiens sapiens consideran que somos un dúo compuesto de un cuerpo físico y también de algo que no se puede ver, pero que condiciona la visión de las cosas, el alma. Y esta queda, como el amor, el odio, la cobardía, el valor, etc. en otra forma de existencia en el Universo.

Para que esta parte invisible sea llamada metafísica habrá que esperar a que se ordenen los libros de Aristóteles y que alguien no sepa como llamar a esas obras del estagirita que tratan sobre cosas intangibles. Finalmente, como estas obras estaban después de los libros de la Física, se optará por llamarlos Metafísica, o lo que es lo mismo Más allá de la Física. Parecido a lo que le sucedió al río de mi ciudad, Málaga la bella, y que fue que los árabes, hartos aquí y acullá de poner nombres preciosos a los elementos, le pusieron Guadalmedina, que transcrito al español es Río de la ciudad. Ni estos ni aquel se rompieron la cabeza en demasía.

Si el alma existe lo ignoro, aunque para mí tengo que sí. Otra cosa es su inmortalidad. Eso se lo dejo para el Más allá, en el caso hipotético de que exista. Pero que hay una sustancia que conforma la personalidad de cada individuo, y que esa sustancia o no elemento registrable no se encuentra plenamente en un hecho físico como es el cerebro, estoy convencido. Descartes situó el alma en la glándula pineal. Vaya usted a saber por qué.

Como todo “algo” que existe, el alma tiene un proceso de nacimiento, un camino hacia la entelequia, es decir la plenitud de la forma, un desgaste y finalmente, una muerte. Cuando estuve delante de “Los niños de la concha” de Murillo, percibí algo que no estaba en ninguna reproducción por muy lograda que esta fuera. Había una energía que salía del cuadro, no medible con los sentidos físicos, pero que sí conecta con los metafísicos. Es por eso que no tenemos palabras para expresar ciertas emociones. Las palabras son hechos físicos, están en otro orden distinto de existencia al de las emociones. Solo la música es capaz de hablar en el lenguaje emotivo y explicarlo.



Y me pregunto si el hombre descubrió la existencia de su alma al mismo tiempo que descubría la existencia de la música. Es posible que a la sucesión ordenada de golpes sobreviviera un temblor inusitado en el homínido, un crujir en su pensamiento que anunció el advenimiento de una realidad nueva hasta entonces tan desconocida como la temperación de los golpes que estaba dando sobre un objeto. A son del ritmo primigenio, llamada por los golpes, como muchísimos siglos después Beethoven llamó al destino con las primeras notas que dan comienzo a su quinta sinfonía, el alma se mostró al homínido. Una faceta inexplorada iniciaba su curso.

El alma, como la inteligencia, necesita ser alimentada y educada, dos conceptos si no opuestos, sí diferenciados. Estoy seguro de que hay hombres cuyas almas están enfermas, como en los hospitales están enfermos los cuerpos, pero no hay hospitales para el ánima. La solución viene a veces de forma inesperada, brusca, como un disparo, y el ente deja de existir. No es un suicidio, es la muerte natural de un alma enferma. En la actualidad el alma no interesa. De hecho, la idea es que no existe el alma, la tendencia, cada vez a velocidad más vertiginosa, es que solo el cuerpo, lo que labora, produce dividendos y cotiza en Hacienda, existe. Lo otro es cosa de religiosos o de románticos trasnochados. Y mientras tanto se carga la bala en la recámara.

El nivel de suicidios ha aumentado tanto que da miedo y nadie quiere hablar de este problema por miedo a reconocer que nos estamos equivocando a la hora de colocar el foco en lo importante. El alma tiene que ser educada, debe ser llevada a niveles superiores, igual que en los estudios deseamos que los alumnos consigan cada vez superar más cursos. El alma no es un ente abstracto que enmudece en un lugar abandonado del desván. Al contrario, nada más presente en el hombre que el alma. Esa cosa tan temida y deseada, esa cosa tan admirable y tenebrosa, el alma, empuja a cada momento hacia acciones, porque la acción es una muestra de vida. Solo los muertos no reaccionan a estímulos.

El alma debe ser estimulada hacia cotas más altas, hacia espacios inexplorados, debe ser invitada a salir a la calle y señorear el Universo. Tiene que descubrir que el único problema y la única misión que tiene el hombre es el trabajo sobre sí mismo. Tiene que descubrir qué es la felicidad y la infelicidad propia. Tiene que descubrir las dos caras de la moneda que es todo ser humano y que, por lo tanto, es él mismo. Y esas dos caras están contenidas en lo que llamo alma, igual que en el cuerpo están las vísceras.



¿Quién se dejaría morir de inanición? Y se deja morir el alma por falta de alimento. La verdad última de cada individuo se deja morir plácidamente, de igual forma que se seda a los enfermos terminales. En este caso lo entiendo, en aquel me causa asombro. Y, a veces, es peor aún, pues el alimento es putrefacción, carroña. Buena parte de las mal llamadas redes sociales son inmensos restaurantes de comida anímica en mal estado. Comida para buitres e hienas. Somos lo que comemos. Así que no es de extrañar que veamos un mundo donde los carroñeros señorean las calles. Siempre los ha habido. Esto no es nuevo. Nihil novum sub sole, que dice el Eclesiastés bíblico, nada hay nuevo bajo el sol. Aunque ahora la comida emponzoñada llega directamente a la mesa.

El filósofo Byung-Chul Han ha comentado en un libro reciente titulado “No cosas” (2021) la importancia de lo táctil, de lo cercano pero real, como si el alma necesitara de su opositor, de lo que está más acá de la Física. Chul Han plantea que la pérdida de cosas materiales está noqueando nuestros sentidos, que delante de las cosas se coloca la información de la cosa en sí y se la elimina. Y esto es muy malo. Me gusta emplear ese término: malo. Como diría un niño a la hora de definir algo nocivo o de definir al Diablo.

La función del alma es la de señalar y desbrozar el camino para si misma, para su plena realización. Pero nada se hace sin trabajo y nada se consigue en su plenitud. Recuerden aquel viejo adagio que afirma “Ten cuidado con lo que pides porque los dioses te lo pueden conceder”. Dos cosas para enseñar al alma: qué pedir y que no siempre, aunque se desee con todo fervor, se consigue aquello que se deseó con todo esfuerzo.



 

miércoles, 12 de enero de 2022

UNA SOLA OPORTUNIDAD


 

Una de las dos leyes más famosas de Murphy afirma que si algo puede salir mal, saldrá mal. La otra habla de una tostada y de la mantequilla. Y, como a usted le pasa, yo tampoco recuerdo ninguna otra de las restantes leyes de Murphy. 

Murphy es un pesimista de esos que hacen profesión de fe de su visión negativa de la existencia y de sus avatares. Estoy seguro de que le hubiese encantado firmar la autoría de la frase Un pesimista es un optimista bien informado. Pesimista viene de pessimus, un latinazo que significa que la cosa había ido a lo peor partiendo de peor; optimista viene de optimus, que en latín era una exclamación que se usaba para felicitar por un buen espectáculo, algo así como nuestro ¡Bravo! o ese castizo ¡Olé! que viene de la exclamación ¡Allah! que lanzaban los de al- Ándalus cuando un poema era del gusto de la audiencia.

La gravedad del pesimista ha sido considerada en ocasiones como algo no exento de humor. Ignoro si esa gravedad es la que, siguiendo la ley de Newton, obliga a los que padecen este género oblicuo de conexión con la existencia, a andar encorvados y con la cabeza cabizbaja. El optimista suele andar orondo y feliz ¿Verdad, mi querido lector, que al primero le ha vestido de riguroso negro y el segundo lleva ropa de color? El optimista posee una visión oblicua de la existencia no alejada de la de su antagonista. Ambos caminan por el borde de ese paréntesis entre dos nada que es la vida, según frase de Mario Benedetti.


Al final, solo los que confían en un más allá que está después de este más acá, tienen derecho a plantearse qué es esto de vivir. Para aquellos que no creemos en Paraísos celestiales, ni reencarnaciones post mortem o estrafalarias metempsicosis en bichos, -ignoro si también en modesta flor de cactus-, ni en esa nueva añagaza que presenta ahora la Ciencia desde su brazo metafísico, es decir desde la física cuántica, que son los Universos paralelos, plantearnos qué es la vida se torna en un absurdo.

Pero mi entorno humano suele echarse las manos a la cabeza afirmando con desesperación que “esto”, su vida, debe tener un sentido. Desde sus creencias, -unos-, desde su ateísmo, -otros-, hay un convencimiento de que la existencia humana, cada existencia humana, tiene una significación en el Universo. Y orillean su pensamiento en los bordes del determinismo teológico.

En ese aspecto se destaca que una vida es exitosa cuando tiene cosechado algunos éxitos. Pero yo afirmo que ninguna vida es exitosa; todas, como cualquier cosa en el Universo, terminan en la nada. El éxito de Cervantes es disfrutado por aquellos que estamos vivos, no por Cervantes, quien ya no es ni siquiera polvo. Todas las angustias y desvelos que experimentó Felipe II no servirán para darle otra vez ni un cronón para volver a respirar por sus extintos pulmones. Desgraciadamente, John Lennon jamás volverá a cantar una canción. Tampoco la escuchará.


Ahora que la muerte ya no es una cuestión que les sucede a otros, sino que está comenzando a ser un asunto tan particular que me va la vida en ello, comienzo a mirar las cosas no por lo que valen, sino por lo que voy a perder cuando no pueda verlas. No es lo mismo vender que comprar. La juventud y la madurez tienen tendencia a la malversación del tiempo y de la belleza. El tiempo y lo que la vida regala solemos malvenderlos, a veces ni tan siquiera al mejor postor.

Se afirma que hay hombres que desperdician su tiempo persiguiendo una quimera. Yo a esos solo tengo que desearles suerte. Están empleados en algo tan necesario, lógico y hermoso como perseguir lo imposible. Y finalmente, no obtendrán nada, ni siquiera el tiempo que invirtieron ¡Oh, qué cosa tan lamentable! Dirán los banqueros y próceres de la Tierra; pero estos tampoco se llevarán nada cuando la pálida Parca, les de a beber su copa y, como dice el maravilloso Omar Jayyam, en sus maravillosas Rubayyat, no puedan negarse a beberla. Y se irán de esta vida, no tan desnuditos como vinieron a ella, pues entonces tenían toda la vida por delante, sino que ni siquiera se irán porque lo que es nada no puede ir a ningún sitio. Ni su dinero ni su poder serán ya suyos. La nada no tiene algo. Solo usted y yo, hoy, poseemos el mayor tesoro del Universo, la vida.


martes, 21 de diciembre de 2021

VENCIDOS SÍ, PERO NO DERROTADOS

 


Para estas navidades me estoy regalando, -yo siempre me regalo algo por Navidad-, aprenderme el poema de León Felipe, Vencidos. Luego lo trabajaré, como en su día hice con otros poemas, -especialmente contento quedé de las Serranillas del Marqués de Santillana-, hasta encontrarles la modulación adecuada al recitarlo. Es un trabajo duro y hermoso. 

Aunque yo no soy de esos que piensan como mi adorado Virgilio, Labor improbus omnia vincit, que traducido al español viene nuestro poeta a sentenciar que el trabajo duro venció todos los obstáculos; estoy convencido de que el esfuerzo bien empleado allana el camino hacia el “posible” éxito. La serendipia, esa palabreja que ahora se ha puesto de moda, no suele darse en el mundo de las Musas.

 


¡Qué versos tan hermosos los de León Felipe! La primera vez que escuché el poema Vencidos, fue en la versión que Joan Manuel Serrat hizo en uno de los discos fundamentales de la música moderna española, Mediterráneo. Entonces, como ahora, me sobrecogió la intensidad del poema, Ahora, como entonces, considero que la música de Serrat le queda como anillo al dedo al poema de León Felipe. Luego, tal vez días, meses o años después, Así es mi vida, piedra, como tú, cantó Paco Ibáñez. Otro poema de León Felipe. Solo dos poemas musicados de forma extraordinaria fueron un feliz incentivo para leer la excelente obra de nuestro poeta.

Ando yo repensando el poema de León Felipe, donde canta, me gusta emplear el término cantor para los poetas, a D. Quijote y a sí mismo. Ando pensando ese desdoblamiento que sufre el protagonista del poema, donde es al mismo tiempo la contemplación y lo contemplado.

El protagonista del poema es D. Quijote, que regresa a través de la terrible estepa castellana, que dijera Manuel Machado, a su lugar. Vuelve obligado por la condición que le impusiera el caballero de la Blanca Luna, cuando D. Quijote acepta su desafío en la playa de Barcino, dicha condición no es otra que si D. Quijote es derrotado deberá volver a su aldea y no tomar las armas durante un año. Además, tendrá que admitir que Dulcinea es menos hermosa que la dama de su rival. Y aquí viene uno de los momentos más grandes e intensos de la literatura de todos los tiempos y mundos posibles, cuando D. Quijote es derrotado y el caballero de la Blanca Luna, -como ustedes saben no es otro que el Bachiller Sansón Carrasco, disfrazado de caballero andante-, le pide, poniéndole la lanza sobre la visera, que reconozca que su dama es más hermosa que Dulcinea del Toboso. Citemos literalmente del capítulo XLIIII, de la segunda parte del Quijote:

Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:

—Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra.

 

Palabras hermosas dignas de un héroe. Dignas de Cervantes. Así, vencido, vuelve el caballero a su casa y así le ve pasar León Felipe. Va el caballero vencido, pero con toda su dignidad intacta, vencido pero un gigante, quizás más grande que nunca. Así el poeta le sueña y se metamorfosea en el caballero andante que pasa por el rectángulo de su ventana. Y se produce una metempsicosis que une al lector del poema con el ilustre hidalgo que luchó contra gigantes convertidos en molinos de vientos. En ese momento todos somos D. Quijote porque ese momento existe siempre en toda vida. No en uno sino en muchos momentos repetidos se ha de abandonar la playa de Barcino y volver a casa, vencido.


Y es la grandeza de la derrota saber aceptarla. Porque la verdadera derrota no es la falta de éxito, sino el olvido de aquello por lo que se ha luchado. La zorra de la fábula es una derrotada no porque tras dar muchísimos saltos no alcanza las uvas, dejando en muy mal lugar a Virgilio y su verso, sino porque se marcha afirmando que están verdes. Tras esta afirmación todo el esfuerzo anterior queda como una estupidez. D. Quijote es vencido, no derrotado. Cantaba Joaquín Sabina hace ya algunos años que a ti y a mí nos gusta el verbo fracasar, en una bellísima canción titulada Conductores suicidas. La única derrota es despreciar aquello por lo que se ha luchado.

Quizás se pueda decir que D. Quijote, tras volver a su aldea o lugar, propone convertirse en pastor y también se lo propone a sus amigos. Pero es que Alonso Quijano, que durante un año no puede ser D. Quijote, no quiere tener que ser Alonso Quijano durante todo un año, -hasta que pueda volver a ser D. Quijote-, por eso propone convertirse en el pastor Quijotiz y a Sancho Panza en el pastor Pancino.

Porque sepan vuesas mercedes que me leen que yerran todos los que consideren que Alonso Quijano se vuelve loco al convertirse en D. Quijote. Alonso Quijano, un anciano que ha llevado una existencia gris, vacía, en un lugar de la Mancha sin nombre ni interés, sin más aliciente que las conversaciones con el cura y el barbero, atendido por una dueña bastante pesada y atendiendo a una sobrina que ya podía estar casada, Alonso Quijano que ha ido un par de veces para ver, sin ser visto, a Aldonza Lorenzo, de quien está secretamente enamorado, pero es un amor imposible porque él es un viejo y Aldonza está en la flor de la vida, Alonso Quijano, digo y sentencio, realiza el mayor acto de cordura al volverse loco y convertirse en D. Quijote ¿Qué vida le esperaba a Alonso Quijano? ¡Qué vida ha tenido siendo el más grande caballero que vieron los siglos, el nunca vencido D. Quijote de la Mancha!

El horizonte de Alonso Quijano era siempre la misma linde de la Mancha. D. Quijote no tiene fronteras, el Universo se le queda chico. Por eso crea mundos paralelos donde pueda vivir sus hazañas a las que no puede bastar cuenta cierta, que diría Jorge Manríquez. Alonso Quijano no puede amar a la labriega y juvenil Aldonza Lorenzo, porque, aunque podría pactar un matrimonio de conveniencia, él sabe que un viejo con una muchacha son cuernos para hoy y para mañana; pero D. Quijote no tiene edad y por tanto es el digno caballero que ama y es amado por la sin par Dulcinea del Toboso.


Por eso, en ocasiones me pregunto con tristeza ¿por qué no tengo el valor de Alonso Quijano y me vuelvo loco? Y entonces, a través de la ventana miro al caballero vencido que está pasando por la manchega llanura. Y León Felipe le pide hazme un sitio en tu montura/ caballero derrotado, donde la derrota se convierte en un signo de admiración, en una muestra de grandeza, de la humanidad que dignifica la palabra humano. Llévame a la grupa contigo/ caballero del honor.

Ser un soñador es maravilloso; ocultar los sueños porque no se han cumplido es una infamia; continuarlos cuando se ha demostrado que se carece de actitud para su consumación es asunto de necios. Pasolini, encarnando al pintor Giotto, se pregunta al final de su maravillosa versión cinematográfica de El Decamerón, ¿por qué crear una obra cuando es más bello simplemente soñarla?

D. Quijote es el sueño de Alonso Quijano. Y Alonso Quijano es la pesadilla tácita de D. Quijote de la Mancha, quien se define a sí mismo como caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso. (Primera parte, capítulo VIII) Finalmente, como a León Felipe, la única esperanza que nos queda a algunos es la grupa de Rocinante.



martes, 28 de septiembre de 2021

LA STRAVAGANZA




         Decía Baruch Spinoza que Dios había creado el mejor de los mundos posibles. En ocasiones me sucede como a Menéndez Pelayo, quien a la frase de que el Marqués de Santillana era el hombre de mejores entrañas de su tiempo, se preguntaba ¿Cómo serían todos los demás?

Marc Bloch en su excelente “La sociedad feudal” menciona a un tal Erik, vikingo al que sus compañeros de armas llamaban Erik el de los niños, porque no gustaba de cabalgar con menores de edad ensartados en su lanza. Eso demuestra que Erik tenía un corazón delicado. Es posible que alguna broma dada sobre este asunto terminase con el cuello de algún compañero vikingo en el filo de la espada del buen Erik.

Y es que los tiempos cambian y también las costumbres de los hombres. En mis años de estudiante de Historia, en la Universidad de Málaga, los profesores nos exhortaban contra los peligros de ver el mundo antiguo con ojos contemporáneos. Es decir, seguir el sabio consejo del evangelista de no verter vino nuevo en odres viejos (Marcos, 2:22) Lo que ayer podía ser un lugar común, y hasta una diversión, hoy causa horror al espíritu de la época. Mutatis mutandis, cambiar lo que debe ser cambiado. Un poco de latín siempre viene bien.

Todas las cosas pasan, mutan, pero lo hacen de una forma delicada, silenciosa, porque los intereses de los hombres siempre se parecen demasiado a sí mismos. Por eso el gesto excéntrico permanece. Es admirado y aplaudido por las siempre alternativas generaciones ¿No es algo curioso? Lo que era común en un tiempo se torna obsoleto, incomprendido, repudiado por los tiempos siguientes. Un rechazo que incluye las tendencias artísticas, las creencias, y lo noto especialmente en el humor; pero el gesto excéntrico atraviesa los tiempos y parece que ni los años, generaciones y expresiones pasan por él.

¿Qué es un excéntrico? La RAE lo define como de carácter raro, extravagante.  Esto en lo tocante a lo humano, en el aspecto geométrico nuestra Academia nos da esta definición que está fuera del centro o que tiene un centro diferente. Hay más definiciones, pero quedémonos con estas dos. Descomponer la palabra es fácil; lo que inquieta no es ese que está fuera del centro, sino esa otra definición que supone que tiene un centro diferente.

Hay personas a las que esta definición geométrica les cae como anillo al dedo. No los considero excéntricos como a aquellos que se visten de una forma especial o que se ponen a declamar versos cuando hay luna llena. El centro diferente no es una “stravangaza” de diseño, es una cuestión mental. El paquete de las cosas que realmente importan es distinto al de la mayoría de los humanos. No es un incomprendido, es alguien diferente que se sabe señalado por esa misma diferencia; pero no le enoja, no quiere ser comprendido, quiere que le dejen tranquilo con sus cosas importantes. Y los demás que sigan con las suyas.

Elipse con el centro desplazado


 La extravagancia está en su naturaleza porque su perspectiva de las cosas es distinta. Como si fuera el sueño de un físico cuántico, él respira en otro Universo. El extravagante mental no se siente inferior o superior a los demás, no se cree distinto al resto, y por tanto no hace ostentación de la cualidad de extravagancia. No necesita ser distinto a los demás. Su mentalidad es la de un hombre equilibrado, pero con otras prioridades cuando anda por el camino de la vida. Este tipo de personas suelen caerme especialmente simpáticas y gozo de la amistad de algunos de ellos.

Suelen ser gente agradable y tirando a despistada. Sus conversaciones son interesantes y de repente les entra una urgencia que nadie entiende, excepto ellos, y se marchan porque tienen algo que hacer. Por lo demás, esa gente maravillosa no lleva un pollo en la cabeza para llamar la atención.

Pero existe un tipo de excéntrico falso que necesita manifestar su excentricidad. En realidad, si no hay un público que aplauda no tiene gracia su manía o su gesto incomprensible, algo parecido a eso de que si un árbol se cae y no hay nadie para escuchar el golpe, no hace ruido. Si no hay espectadores, no tiene gracia la pluma roja sujeta en el pelo verde esmeralda. Como el Teatro, este tipo de excéntrico necesita un público. Suele darse bastante en algunos pseudo artistas que ponen ese cebo para atraer admiradores. El individuo se transforma entonces en un ente que necesita ser incomprendido, Esto es bastante común en el marketing de algunas actividades. Hace siglos que los artistas se asignaron el rol de los locos del circo (Basado en esto hay un ensayo excelente titulado Nacidos bajo el signo de Saturno de Rudolf y Margot Wittkower).



Picasso pareció siempre un jubilado que había salido de casa para comprar el pan. Se burló abiertamente de quienes le propusieron participar en el juego excéntrico. Una de mis frases favoritas del pintor malagueño es La inspiración sí, pero te tiene que coger trabajando. Nada de un artista que de repente siente la llamada de las Musas y corre hacia su estudio. Nada de eso porque el arte solo en muy contadas ocasiones se produce de esa forma. No me resisto a contar la anécdota sucedida cuando alguien le preguntó que cómo era posible que no tuviese ni un cuadro de su autoría colgado en la pared de su casa, No puedo, -respondió-, soy muy pobre para tener en mi casa un Picasso.

He conocido a gente realmente excéntrica que jamás compondrán nada que tenga un mínimo valor artístico, de hecho, jamás se preocuparán por hacerlo. También he conocido a verdaderos artistas, -pocos, si he de ser sincero-, y la mayoría de ellos eran gente normal que transitaban por esta vida con esas manías y cosas raras que todos tenemos.

En no pocas ocasiones las manifestaciones de excentricidad solo son fuegos artificiales para encubrir la falta de talento. El verdadero excéntrico geométrico es único en su especie, como ese pájaro Dodo, raphus cucullatus, por si hay algún exquisito entre los lectores, ave que se pasa el tiempo corriendo en el cuento de Alicia en el país de las maravillas, país donde el centro de todo sus habitantes está fuera del centro.



El auténtico excéntrico geométrico no necesita ser presentado porque todos le conocen ¿Recuerdan a Sócrates? Un tipo bastante sencillo si creemos a Platón y a Jenofonte. Leí el otro día que el rato antes de tomar la cicuta lo invirtió en recibir una clase de persa, la lengua de los aqueménidas y de Zaratustra. Uno de sus discípulos, asombrado, le preguntó que cómo era posible que estuviese gastando sus últimas horas de esa forma. Sócrates le respondió Siempre he querido aprender persa. Es una lengua que me gusta.

Evidentemente, la anécdota es falsa, pero como dije en otro artículo de este blog, hay cosas que merecen ser verdad y por tanto hay que admitirlas como tal. Esa es la verdad del excéntrico, a veces también la del genio. Lo otro, la ostentación por parecer lo que no es, solo es vivir en un infierno particular, como Raskolnikov, el de Crimen y Castigo, vive su propio infierno hasta que finalmente es descubierto como autor del crimen de la vieja usurera.



Cucullo non facit monachum, o lo que es lo mismo, el hábito no hace al monje. Y ya que estamos en ello, no se pierdan los deliciosos conciertos para violín de Vivaldi, agrupados bajo el título de La stravaganza.


miércoles, 26 de mayo de 2021

LA DECISIÓN DE EVA


Me interesa ese dilema que se plantea el hombre, saber.

La ignorancia cuando no se debe a un defecto psíquico insalvable o porque la ciencia aún no tiene respuesta es culpa de cada hombre. De forma individual cada persona elige entre seguir en el desconocimiento o atreverse a saber. Esto afirma Kant. Mi amiga Ana Luz, con quien tantas conversaciones interesantes he tenido, y que sé que es una de las lectoras asiduas de este blog, en cierta ocasión me dijo que para algunos tipos de personas quizás lo mejor es no saber. Viven más tranquilos. Algo que desde luego no va con mi inteligente y curiosa amiga.

El miedo al conocimiento es algo natural en el hombre. Tan natural como el deseo de saber, que esto último ya lo dijo Aristóteles en su momento. Adquirir conocimiento sobre un ente o un hecho origina un sabor amargo en ocasiones. La verdad, aquello que no tiene más remedio que mostrar su veracidad, aunque después pueda tener distintas matizaciones, es una granada en las manos de un niño que está jugando a tirar piedras.



Hace unas semanas me he visto en la disyuntiva de saber la verdad, o una proporción grande de la verdad, sobre un hecho histórico. Pero también tenía la opción de seguir en la placentera ignorancia. Escogí saber. Pero esta decisión acarrea consecuencias y entre ellas el sabor amargo de perder el convencimiento de una creencia, de una idea, de una fe o de un concepto. Es evidente que hablo de aquella verdad que viene a sustituir por derecho a una mentira conocida, cómoda, amable y ampliamente aceptada. Esa mentira tan amable, en ocasiones incluso protectora, es sustituida por una verosimilitud de los hechos que deja desnudo a su poseedor frente al un mundo que hasta ese momento le era familiar. Una desnudez intima. Como toda desnudez.

El problema del conocimiento como una especie de lacra peligrosa, una opción con consecuencias impredecibles ya se planteaba en uno de los libros más antiguos de la Historia de la Humanidad, la Biblia. El conocimiento era un problema que jamás al parecer inquietó a Adán. Él vivía tan placenteramente en el Paraíso. Quizás un pelín aburrido, pero no parece que fuera hombre de cavilaciones profundas. A Adán le faltaba un televisor con un buen partido de fútbol y una lata de cerveza bien fría. Con eso el padre de la humanidad, según la tradición bíblica, no se hubiese metido en complicaciones. La serpiente tenía claro que con Adán no había futuro. -Por cierto, según el mito original Adán y Eva fueron creados al mismo tiempo; lo de la costilla es un añadido posterior de la tradición yavhista que alteró Génesis, II v. 16, convirtiéndolo en Génesis II, v. 16-18.


Pero allí estaba Eva, paseándose toda desnudita por aquel Edén, que fue el primer centro nudista del mundo. Eva sí tenía interés en el conocimiento, ella sí quería respuestas a sus preguntas, no le bastaba con la versión de Yahvé. Por eso cuando la serpiente le habló del árbol del bien y del mal, Eva pidió una manzana y luego se la dio a comer a Adán. Y se abrieron sus ojos. dice el Génesis, y el castigo por la desobediencia fue la expulsión del Paraíso. En realidad, una vez que se sale de la placenta solo queda aprender a sobrevivir o estar en un perenne letargo. Esto último no lo considero Paraíso, sino abulia. Mantener los ojos cerrados para no ver la realidad, la verdad es algo siempre latente, es como cerrar los ojos para, no viéndole, no ser devorado por el tigre que está a nuestro lado. Es la técnica del avestruz. Un animal absolutamente torpe para el camuflaje.





En este punto adoro a los maravillosos visionarios místicos. Nadie más osados que ellos, pues se atrevieron a mirar lo que es imposible de ver: el rostro de Dios. Mujeres como Hildegarda de Bigen o Santa Teresa, hombres como San Juan de la Cruz, osaron no solo comer del árbol del bien y del mal, sino incluso mirar de frente al Creador del árbol.

Horacio, el maravilloso poeta romano del siglo I, dice en una epístola “Sapere audete. ¡Incipam!” Atrévete a saber ¡Comienza! Y mi adorado Felipe, el entrañable amiguito de Mafalda, tras leer la máxima escrita en el frontispicio de Delfos, Conócete a ti mismo, se pregunta angustiado ¿Y si no me gusto? Aunque, unos más y otros menos, casi todo el mundo anda satisfecho consigo mismo. No conozco a nadie que afirme de sí mismo que es una mala persona, y puedo asegurarles que he conocido a unas cuantas. De esas que dejarían a Cruella de Vil, al cuidado de unos cachorritos dálmatas.



Así estamos en lo tocante a la voluntad de saber, debatiéndonos siempre entre el deseo y el temor. Cuando sabemos la verdad que sustituye a esa mentira amada que era parte del aliento vital en nuestras vidas, la sensación es desagradable. Hay un deje de tristeza en el aire que se cuela de forma íntima en nuestros pulmones. Se abandona el colchón mullido que la tradición, el interés o la ignorancia, la aparente amistad habían preparado para nuestro uso y disfrute.

Con la sustitución de una verdad espuria sucede como con esa canción que cantamos a solas y que suponemos que lo hacemos maravillosamente, incluso se ha mejorado el original. Un día llega un músico y nos lanzamos alegres, inocentes, peregrinos del arte, a cantar mientras el músico toca las notas en su instrumento. Y sucede lo trágico, risible para los demás, pero es una tragedia interior para quien lo sufre, tan interior como los pulmones o el páncreas, sucede que las notas que cantamos no se corresponden con las reales, sucede que estamos desafinando. Entonces, la canción nos abandona porque la melodía que toca el músico es la real, la nuestra no era más que la ilusión de un aficionado que carece de talento.



¡Lástima! ¡Eras tan hermosa entonces! Pero, ahora, debo dejarte porque la verdadera canción está sonando en mis oídos, aunque mi voz jamás podrá entonarla. 

jueves, 8 de abril de 2021

ARTE Y MONOTEÍSMO

 



Hace un par de semanas que tuve la excelente idea de volver a repasar las aventuras de Tintín, la maravillosa obra de Hergé. Esto es algo que suelo hacer cada tiempo y no permito que este, el tiempo, se dilate demasiado. En mi biblioteca las obras completas de Tintín y Milú están en una estantería debajo de la que sostiene a Homero, Virgilio, César, Safo y un largo etcétera de autores grecorromanos.  Un clásico en vecindad con los clásicos. Cada vez que Tintín se pone a navegar me demoro en cada viñeta. También invierto y gano en cada demora cuando Tintín y Milú suben las escaleras de un edificio. Me detengo, me hace detenerme, igual que me obliga a parar frente a sus grabados la exquisita obra de Hiroshige.



¿Algún día en las escuelas los cómics, que en mis tiempos de púber eran tebeos, formarán parte de la asignatura de Historia del arte? ¿Qué hay escondido en esas ilustraciones, en esos guiones, que impide su plena consideración artística? ¿Por qué se considera la lectura del cómic, tebeo cuando yo era niño, algo nimio, propio de niños y adolescentes? Yo, lector apasionado de cómic, eso mismo que conocí como tebeo, digo con Virgilio en su primera Geórgica: Hinc canere incipiam (Aquí comienza mi canto)

El problema radica en el sistema de valoración de la obra de arte. Ustedes saben que uno de los mayores negocios, en blanco y en negro hablando en términos de inspector de Hacienda, es la compra, venta, rapto, pérdida, adquisición, encargo, etc. de la obra de arte. Como no se puede comprar la Torre Eiffel, se compra un Van Gogh, que es más pequeño y cabe mejor en el salón. Eso no excluye que, tras la visita a París, se compre una reproducción de la Torre Eiffel. Un souvenir de Francia (La palabra souvenir, etimológicamente viene del latín sub y venire, que querría decir algo parecido a traer algo al presente desde los sótanos de la memoria. Como acaban de comprobar mis traducciones latinas no son demasiado fiables) Ustedes y yo tenemos un souvenir de algún sitio, pero no tiene más valor que el puramente sentimental, el de souvenir. Otra cosa es si poseemos un Van Gogh.


Volvamos al mundo del tebeo y a la pregunta sobre qué imposibilita a este arte su reconocimiento en las escuelas, universidades y otros sectores de la intelectualidad del momento. Voy a responder con una pregunta ¿Cuántas veces puede usted comprar, -no vale la respuesta ninguna porque no tengo el dinero suficiente-,Las señoritas de Avignon”, de Pablo Picasso? Supongamos que a usted no le sucede como al pintor malagueño, quien afirmó que no podía permitirse el lujo de tener un Picasso en su casa, supongamos que usted sí puede permitirse ese lujo; en este caso, solo podrá comprar dicho cuadro una vez. Solo existe un original. Se pueden adquirir miles de reproducciones de la obra, pero solo hay un original y ese es el que vale millones, ese es el que solo una élite puede permitirse el lujo de colgar en su salón. Este es el hilo de Ariadna que nos va a conducir a la salida del laberinto.

 Ahora bien, ¿Cuántos ejemplares puede comprar de Las siete bolas de cristal, de Tintín? Tantos como encuentre en el mercado. Creo que ya saben por dónde van los tiros. El valor de una obra de arte que se puede guardar en un salón, con independencia de su valor artístico, estriba en su carácter de único ejemplar de su especie. No tiene gemelo. “La fragua de Vulcano” de Velázquez, no tiene otra “Fragua de Vulcano” de Velázquez. Es la única “Fragua de Vulcano o la indiscreción” de Velázquez en todo el Universo. Como Yahveh ha de ser el único dios para el pueblo de Israel. Veremos más adelante como van coincidiendo estos dos caminos.



Otro ejemplo, tomemos como referencia el maravilloso manuscrito del “Libro de Kells”. Una obra de rara exquisitez realizada por monjes irlandeses a comienzos del siglo IX. El valor de un ejemplar autentico es incalculable. Entre otras cosas porque ejemplares auténticos solo existe uno. Pero si estos monjes hubiesen tenido una imprenta y realizado una edición numerada de 300 libros de Kells, -sigamos imaginando-, y solo quedasen 200 ejemplares ¿Su valor bajaría en el mercado? Indudablemente, sí. Tras este paseo por el mundo de lo maravilloso, volvamos al tebeo.

Cuando “Mauss” de Art Spiegelman, ganó el premio Pulitzer, a todos los amantes del tebeo nos dio un salto el corazón ¡Por primera vez un cómic ganaba un premio que estaba considerado por los intelectuales como dotado de un prestigio especial! Me apresuro a aclarar que el caso de “Mauss” fue una raya en el agua. Hasta la presente no ha habido más premios Pulitzer ni nada que se le parezca para un cómic. Todo lo más, algunas palmaditas en la espalda. Aunque se haya pagado una cifra astronómica por el boceto de una portada de Tintín. Pero por lo que se ha pagado la enorme cantidad no fue por la bellísima portada que realizó Hergé para “El loto azul”, sino porque era el boceto, único en su especie, de la portada que dibujó Hergé para “El loto azul”. Esto es muy importante.


El mundo antiguo no tenía esa concepción de lo único como elemento que otorga una importancia extremada a la obra de arte. En el mundo antiguo, -excepto las armas de Aquiles, pero estas fueron causa de disputa por su belleza, no olvidemos que el escudo es obra del propio dios Hefestos- la unicidad no era motivo de un aprecio especial. Tampoco lo fue durante la Edad Media. Ni siquiera a nivel personal. El individuo estaba sumido en el espíritu de colectividad y esto llevaba a que el objeto de arte no tuviese una consideración especial por ser único en su especie. Incluso las reliquias de los santos se multiplicaban sobre la misma reliquia y todo el mundo confiaba en el poder propedéutico de la copia.

Porque la idea de lo único no era un concepto claro en el mundo antiguo y medieval. Téngase en cuenta una cosa, hasta mediados del siglo X, el cero como símbolo de carencia absoluta, como un número más, no existía. Grecia, Roma y la alta Edad Media lo desconocían.  Al- Juarasiní importó este elemento aritmético, al parecer de la India, igual que la sandía, del que los antiguos sí es cierto que tenían una vaga idea, pero no un concepto definido. Sí existía el uno, pero incluso este uno podía fácilmente convertirse en dos o tres o cuatro o todo lo que hiciese falta. La pérdida absoluta no estaba en el imaginario de la colectividad. Todo sobreviene a partir del concepto de lo único que es imposible de copiar o reproducir. Lo único que es imposible de copiar o reproducir es Yahveh, el dios bíblico.

Cuando Moisés, allá por el siglo XII antes de Jesucristo, trajo a los israelitas el culto a un dios único, el pueblo elegido y aturdido tuvo que dar formar a un concepto insólito. La idea de un dios único era nueva para la humanidad. Todas las creencias religiosas anteriores a la aparición de Moisés habían formado panteones de dioses y diosas que ayudaban a comprender nuestro planeta y nuestra existencia. Aunque no es mi deseo entrar en esta materia, era tan extraña la figura de un dios único, que Yahveh no afirma ser el único dios, sino que quiere ser el único dios a quien Israel adore.

De hecho, la larga disputa entre Moisés y el faraón de Egipto para la salida del pueblo judío de la tierra del Nilo, y el consiguiente envío de las diez plagas que culminan con la terribilísima aparición del ángel exterminador, se debe a que “Yahveh endureció el corazón del faraón para mostrar su poder”. Es decir, Yahveh quiere medirse con los dioses egipcios y vencerlos. En la maravillosa película “Los diez mandamientos” de Cecil B. de MIlle, el faraón interpretado por Yul Brinner, lleva a su hijo muerto por el ángel exterminador ante uno de los dioses egipcios y le interpela para que demuestre que es más poderoso que Yahveh, devolviendo la vida al muchacho. Por supuesto, el ídolo ni dice ni hace nada.


La unicidad seguía siendo un concepto tan extraño que el cristianismo afirmó la existencia de un solo Dios verdadero ¡Con tres personas distintas! No es de extrañar, por tanto, que los musulmanes afirmaran, con muchas ganas de guasa, que jamás se debía tener a un cristiano como contable, pues para un cristiano tres es igual a uno. Finalmente, el islam eliminó cualquier otra presencia o manifestación divina junto a Dios.

Yahveh había conseguido al fin quedarse solo tras siglos de combate contra el concepto de lo múltiple como idea primaria en el hombre. Ahora la idea de lo único tomaba una notoriedad desaforada pues representaba la misma idea de Dios, Alfa y Omega de todas las cosas. Todas las cosas estaban representadas en lo único y este representaba a todas las cosas en un peligroso juego a punto de caer en el panteísmo. Las tres grandes religiones del Libro no se cansaban de exponer que la unicidad y la omnipotencia eran los atributos más importantes de la divinidad. A principios del siglo XIV, cuando Dante Alighieri termina su Divina Comedia, el proceso estaba ya en marcha, la prueba de esto es la individualización sin descanso que el poeta, sublime poeta, hace de las almas en el infierno. Luego, en el Paraíso, la individualidad se muestra con los bordes difusos. La promesa de un castigo o un premio post mortem necesitaba de una diferenciación. El más allá ya no era ese lugar oscuro y polvoriento por donde caminaban las almas sin rumbo fijo ni determinación alguna. Cada alma era personal e intransferible, además de irrepetible, como lo era el mismo Dios. Así que cada una tenía su premio o su castigo personal.

 La cultura occidental prerrenacentista construyó el puente que va desde el Carpe diem (Vive el momento) que aconsejaba con desesperación el divino Horacio o aquel “Collige, virgo, rosas”, (Coge niña las rosas… y después continúa el poema aconsejando que lo haga antes de que sea demasiado tarde), de Ausonio, a que todo esfuerzo se hiciera para conseguir el pasaporte para una vida eterna en el Más allá. La idea obsesiva de no desparecer como individualidad se fue gestando lentamente en el espíritu de occidente.



La idea del uno irreemplazable se instaló en las almas de los hombres. El hombre renacentista acentúa el espíritu de ser él y no otra cosa, como diría Unamuno, hasta la esperanza de verse en bronce cuando sus días terminaran. Justo en el momento del despegue de la individualidad como concepto para la posteridad, el arte se hace imprescindible a los ojos de los patricios de la época. Los banqueros italianos quieren tener un Botticelli colgado en su salón. Querían la belleza, pero no cualquier tipo de belleza, sino una que fuese privada y de solo uso para sí mismo. Una belleza que confería al propietario la oportunidad de mostrar su poder sobre la sociedad. Por eso el grabado, a pesar de su innegable belleza, tuvo menos consideración que el lienzo o el mural. Cualquier otro podía tener un grabado de Durero.

Entiéndase que no hablo de la obra de arte, sino de su valor en el mercado. Cuando vi en el museo del Prado “Los niños de la concha”, de Murillo, me temblaron las piernas y tuve que buscar un asiento. Había visto cientos de veces esta obra, pero ahora, delante del cuadro original, aquello era otra cosa muy distinta a todo lo que, siendo la misma imagen, había visto anteriormente. Existe realmente una energía desde el cuadro original hacia el espectador, que hace únicas en su especie a ciertas obras de arte. Y se comprende entonces porque Van Gogh es único.

La música no se podía tener en propiedad privada, tampoco la poesía, pero la escultura y sobre todo la pintura, sí. La batalla final quedó ganada cuando se pasó del mural al lienzo. El propietario, a veces un mecenas, se llevaba la obra consigo si cambiaba de domicilio. Y podía también contratar a algunos desalmados para que le robasen al vecino el Murillo que tenía en el dormitorio. Luego lo escondía en el sótano y solo él podía contemplar a Yahveh, porque solo hay un original de ese Murillo. Pobres cómics sin valor tirados en la calle y mojados por la lluvia, convertidos en papel inservible y luego en nada. Vosotros no sois hijos de Yahveh, sino de un dios menor.

miércoles, 17 de febrero de 2021

MUTATIS MUTANDIS

 



No sé cuándo mi ilusión fue mayor, si la primera vez que vi un títere o la primera vez que jugué con uno de ellos. De pequeño mis padres me llevaban en algunas ocasiones a ver las representaciones de los “títeres de cachiporra”. Aquello debía ser un espectáculo muy simple, un tinglado semejando una caja o una casa con una apertura frontal por donde deambulaban los títeres realizando su función y unos bancos corridos para que los niños se sentaran. Un argumento mínimo y una escenificación básica.

Algo muy simple, como debe ser. Ningún títere de cachiporra debe ser un objeto de diseño con un acabado primoroso. Un títere de cachiporra no puede ir en directo a un museo, antes debe ganarse el corazón de su auditorio.



Aquellos títeres, con su argumento simple, donde un personaje malvado se lleva algo del protagonista, la chica, el perro, una joya, y entonces el héroe, -en Málaga el inolvidable Peneque el valiente, pero en mis tiempos era Chacolín-, acude al rescate, preguntando a la chiquillería ¿Por dónde se ha ido el malvado? Y todos gritábamos con una voz tan potente como durante la Edad Media, gritaban los monjes de Cluny el canto gregoriano para salvar almas del Purgatorio, “por allíííííííí”, no pueden salir jamás de mi corazón. Su recuerdo permanece indeleble entre mis cosas queridas.

La cuestión era llegar al combate frontal donde los cachiporrazos se repartían entre el bueno y el malo. Finalmente, con el aplauso emocionado de aquel pueriauditorio (me acabo de inventar la palabra) y los gritos de admiración por la labor del héroe, Chacolín, -o Peneque en nuestros tiempos-, vencía al malvado, que por lo general era un tipo con bigote y mal encarado o un terrible lobo. Luego el héroe rescataba a la chica o recuperaba lo sustraído. A veces, ambas cosas.

De aquellas humildes puestas en escena, mire usted por donde, salió la obra que revolucionaría el teatro en Occidente. Evidentemente, estoy hablando de “Ubú rey”, la terrible obra de Alfred Jarry, estrenada en el Thëatre de L´Oeuvre, el 10 de diciembre de 1896. No es que Jarry se inspirara en los títeres de cachiporra, sino que el propio autor defiende que se debe representar con títeres. Jarry hizo una inversión del asunto y el protagonista era el malvado. El padre Ubú es la imagen un dictador sin un asomo de escrúpulo. Ubú rey había marcado un nuevo estilo, un camino distinto no sólo para el teatro.



Después de esta obra maestra, llegaría, casi cincuenta años más tarde, el teatro del absurdo con “La cantante calva” de Eugene Ionesco, también “Esperando a Godot” de Samuel Becket, y también, también, también, etc. etc. etc.

Por cierto, el primer taco o palabra mal sonante pronunciada en un escenario la dijo el padre Ubú, quien grita “¡Merdra!” (observen a la “r” intentando salvar los muebles de la moralina) en cuanto se descorre el telón. Gracias a esto, las películas estadounidenses de los últimos veinte años han podido cambiar la posibilidad de diálogos inteligentes por aluviones de tacos a cada cual más desagradable.

Creo que fue en Ubú rey donde por primera vez oí hablar de patafísica. Desde luego el inventor de semejante ciencia es Alfred Jarry. El doctor Faustroll, otro personaje de Jarry, es profesor de patafísica. Si la Metafísica es “aquello que está más allá de la física”, nombre que se debe a los libros de Aristóteles que se encontraban después de su tratado sobre la Física, el invento de Jarry, la patafísica, se descompone etimológicamente más o menos como “aquello que está alrededor de lo que está más allá de la física”



En realidad, se trata de la ciencia de soñar las soluciones imposibles, la unión de principios contrario y no recuerdo ya si se buscaba la triangulación del círculo, porque un buen patafísico jamás buscaría la cuadratura. Como yo siempre he tenido mi vena dedicada al absurdo, la patafísica, cada vez que me la encuentro por ahí, me divierte con sus cosas y me uno durante un tiempo a estos filósofos impresentables porque nadie admitirá ser presentado. Siempre he pensado que el gran sacerdote o el santo cuya imagen preside cualquier sesión de patafísica es Groucho Marx. Sus frases destilan todo el saber de esta ciencia arcana (en realidad, inventada a finalísimos del siglo XIX)

Patafísicos fueron André Bretón, Pablo Picasso, Marcel Duschamp, Eugene Ionesco y un buen número de personajes famosos y anónimos. En la canción de los Beatles “Maxwell´s Silver Hammer”, aparece Joan, una chica estudiante de patafísica que será la primera víctima, al menos en la canción, del terrible martillo de plata de Maxwell. Pero Joan es lo de menos, lo interesante es que McCartney también coqueteaba con la ciencia de Durmiendo se trabaja mejor, formen comités del sueño.



En el Mayo francés se solicitaba “Seamos realistas, pidamos lo imposible” o “la imaginación al poder”. Existe un hilo rojo, blanco, verde o del color que deseen, pero existe, entre Jarry y el Mayo francés. Tampoco el movimiento surrealista habría existido sin la patafísica, ni mucho menos el movimiento Dadá, el único realmente patafísico.

¡Miren a donde nos han llevado los títeres de cachiporra! Andando el camino, nos vamos asombrando de como un patito resulta ser el bisabuelo de un rinoceronte, animalito este a quien Marco Polo confundió con un unicornio. Resulta que no es tan imposible el efecto mariposa, ya saben, eso de que el aleteo de una mariposa en un lugar del mundo puede provocar un huracán en el otro lado.

Quizás, algún día, este que les escribe de vez en cuando no sepa cuantos fueron los años de soledad de Gabriel García Márquez, es muy posible que no recuerde que los poemas de la oficina son debidos al genio de Benedetti, pero nunca olvidaré a Chacolín. No puedo permitirme el lujo emocional de olvidarlo.