miércoles, 4 de marzo de 2020

HOGAR, DULCE HOGAR




Leo que la uva moscatel, esa misma que da la exquisita pasa y ese vino Málaga al que era tan aficionado D´artagnan, recibe su nombre por su sabor a mosquete o rosa silvestre. Mi amiga Mili se pregunta divertida a quién se le pudo ocurrir la idea de comer rosas silvestres. Yo le respondo que el hambre se da mucha maña para improvisar el menú mientras se hace el camino.

Sobre el hambre escribió, sin nombrarlo, Goethe, en su “Hermann Y Dorotea.” Bellísimo poema que tiene anhelos de novela corta magistral. Y lo consigue. En medio de la vida bonachona y de relajo al sol de un amable pueblecito, quizás la localidad de Pössneck una caravana de exiliados cruza el camino. Todo pueblo que se exilia, que huye está condenado a la desgracia y al hambre. El contraste muestra mejor la tonalidad del color opuesto. Seguramente, algún parroquiano del amable pueblecito, piensa que esos míseros exiliados son unos palizas.
Mísero es una palabra que tiene su origen etimológico en la latina “miser” que no significa otra cosa, ni nada menos, que “desdichado.” Sin falsos aspavientos, Goethe muestra la miseria humana ¡Ay, de los vencidos!
Schumann, que terminó de la cabeza peor que estoy yo, pero denme tiempo y a ver qué pasa, compuso una obertura basada en esta obra de Goethe. Tras el tema épico, hay un trasfondo dolorido. Siempre es así. Como también está la historia de amor, porque siempre es así, entre Hermann y Dorotea. Un idilio ingenuo con andadura épica, en palabras de Rafael Cansinos Assens, tan injustamente olvidado en nuestros días.
Ahora pienso que Goethe pudo inspirarse, sin que Goethe fuera consciente de ello, en el comienzo de la primera bucólica de Virgilio, esa que contiene el maravilloso verso, entre otros versos maravillosos, “Tu, Tityre, lentus in umbra.” Verso inmortal por sí mismo y por la repetición mental de todo estudiante de latín.
Tú, Titiro, tendido a la sombra, le dice Melibeo, quien marcha al exilio, mientras el pastor Titiro permanece en la felicidad que da el hogar, la sombra del árbol conocido, la tierra a la que pertenecemos. Eso y no otra cosa es el “lentus in umbra” virgiliano.
Cada vez que arriba una patera a mis costas, me repito el verso.
Por eso, cuando pruebo el vino dulce de Málaga, me siento Títiro. Si encarta me pongo a la sombra y medito en el devenir humano, en la indomable rueda del destino que hace de un rey hoy, mañana un mendigo. Esa misma rueda que en el siglo XIX envió a las vides malacitanas una enfermedad, la filoxera, que estuvo a un silbido de dejarnos sin pasas ni vino dulce.

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