Confieso que no hace
mucho conocí a María Zambrano. Confieso que me impresionó sobremanera y
confieso que no he dejado de amar el pensamiento de este filósofo desde el
momento en que leí un párrafo escrito por su mano.
María Zambrano, como
tantos otros intelectuales de su época, se vio obligada al exilio tras la
derrota de la República en la guerra civil española de 1936- 1939. No fue su
vida fácil, todo lo contrario, pero, a lo poco que yo sé, sí fue una vida
autentica, siendo siempre ella misma y dedicada a lo que amaba.
Aquello que se ama es lo
que narra de nosotros qué es lo que somos en esencia. Nuestra primera y última
verdad sobre nosotros mismos está grabado con buril firme en nuestras
inclinaciones y deseos. María Zambrano habla de la vida apócrifa, aquella que
vivimos sin que seamos parte ilusionada de ella. Aquella que nos vemos
obligados a vivir, sin que sea en verdad nuestra vida.
Porque vivir es una tarea
fácil, lo realmente desastroso de la existencia es no poder dedicarnos a lo que
amamos.
Cuando escucho a alguien
quejarse de que no sabe qué hacer en su día de descanso, se me ponen los vellos
de punta. Los días laborales, excepto un selecto grupo de elegidos por la
gloria, el hombre se dedica a tareas que nada tienen que ver con él, cosas
ajenas, espurias a sus verdaderos intereses. Vive la vida de otro que es
idéntico físicamente a él, habla con su misma voz, se pone su ropa y duerme en
su misma cama, pero cuyos intereses son ajenos a su corazón.
Luego, hay un rato al día
o unos días a la semana en que se sienta frente a su trabajo de marquetería o a
su tabique a medio construir y continua la labor verdadera. Hobby llaman a esto
¿Hobby? “Vida” es la palabra real. Cuando nos dedicamos a lo que amamos, somos.
Mientras tanto, el resto es una farsa, una opereta bufa mal construida con
decorados lamentables y actores secundarios que desafinan.
Los hindúes hablan del
velo de Maya, que encubre la auténtica realidad. Los japoneses llamaron a un
estilo de pintura exquisito que tomaba el día a día cotidiano, ukiyo- e, es
decir, el mundo flotante, irreal. Aquello a lo que pertenecemos sin que nos
pertenezca. Tolstoi en algún artículo denunció la enorme estafa que es “la
redención por el trabajo.” Siempre me he opuesto a esa frase eclesiástica que
afirma, para consuelo de la gente en general y de los más menesterosos en
particular, que este mundo es un valle de lágrimas.
Hay mucho de marketing en
el concepto de la sociedad, mucho de engaño. El derecho a ser feliz parece que
tuviésemos que solicitarlo a hurtadillas, con temor a ser descubiertos, y es el
principal objetivo del hombre (me niego a estar todo el tiempo hablando de
hombres y mujeres, jirafas y jirafos). Como dijo Borges: "He cometido el peor de
los pecados, no he sido feliz.”
Y la felicidad parece un
pecado que se comete con cierta indecencia porque hay deleite en cometerlo. La
felicidad nada tiene que ver con la vida apócrifa. Está la vida de esclavo, la
suele llevar más de un magnate que tiene el poder y el capital para dedicarse a
lo que ama; la del prisionero, aquellos que día a día tenemos que volver a
cumplir las obligaciones para pagar la hipoteca, sacar adelante a los hijos,
etc. Y otras vidas de similar contenido.
No llamemos a eso “vida”,
por favor. Al menos, ya que todos somos engañadores y engañados, no pongamos
también cara de idiotas para la foto.
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