Prosigue
la leyenda japonesa recogida por Fukuyiro Wakatsuki, y que tituló “La chica
resplandeciente” que Kaguya Himé, solicitó de los cinco pretendientes objetos
imposibles de lugares que no existen. Con semejantes pretensiones no es extraño
que la muchacha se quedase soltera.
Tras esto, el propio emperador se enamora de
Kaguya, tras verla una sola vez. Pero Kaguya no es un ser normal, el emperador
la ve desvanecerse en el aire y sólo a sus suplicas vuelve a aparecer en forma
corpórea.
La
chica resplandeciente pertenece al pueblo que habita la Luna y, tras haber
expiado una culpa que no se aclara, debe volver con su pueblo. La hermosa
Kaguya Himé retarda el momento que le ofrecen los selenitas para vestir la
túnica de plumas que le hará volver a la Luna, pues esa misma túnica también le
hará olvidar su vida en la Tierra, esto es, a sus padres adoptivos y al
emperador, de quien está enamorada. Los selenitas tienen prisa, pero no la
hermosa Kaguya Himé.
“Cuando
haya Luna llena, miradla para acordaros de mí” suplica a sus padres adoptivos,
“Yo voy a olvidaros eternamente a mi pesar.” Y luego viste la túnica de plumas
y es llevada hasta la hermosa Luna. La misma que yo contemplo algunas noches,
arrobado, aplaudiendo desde mi corazón cuando se muestra plena de belleza. Soy
uno de esos lunáticos. Espero de todo corazón que deba a mis padres este amor a
la Luna.
Con
mis amigos he comentado alguna vez que en todos los idiomas que conozco para
nombrar a la Luna existe una palabra hermosa. Luna, Moon, Lune, Selene. Mi
preferida para designarla es en árabe clásico, “kámar” Los hombres sienten que
no se la puede designar de cualquier forma, que hay que encontrar la palabra
que nos hable de la Belleza.
Para
los antiguos griegos, la Luna era una diosa virgen y que gustaba de la caza.
Junto con su cortejo de maravillosas ninfas, se metía en los arroyos a
chapotear desnuda como su mamá la trajo al mundo. Cierto día un mancebo tuvo la
mala fortuna de ver a la dama sin ropa y esta le convirtió en lobo. Cosas que
pasan cuando se trata con seres sobrenaturales.
Pero
esto refleja también uno de esos aspectos preocupantes de la Luna, su capacidad
para producir emociones y alterar la realidad. La luna sangrienta es una
amenaza que se percibe como si desde siempre hubiésemos sabido de su
existencia. La calma se oculta temerosa cuando la Luna aparece como un disco
rojo premonitorio en el azul de la noche, transformada de una dama vestida con
gasa blanca o amarilla a la que deseamos poseer, en una femme fatale, en un
dios psicopompo o conductor de las almas de los muertos.
El
mar, ese otro elemento inquieto e inquietante, suele tenerla como su amada
predilecta, sucumbiendo a sus caprichos, levantándose a sus ordenes o
recogiéndose humilde si ella así lo desea. Sólo la Luna es capaz de ordenar
semejantes cosas al mar.
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