martes, 10 de marzo de 2020

LA MUCHACHA RESPLANDECIENTE (I)



Una leyenda o historia sin mayúscula que comienza de esta manera “Había un hombre llamado Taketori no Okima, que significa, el viejo que recoge bambú.” está condenada a ser una buena historia. El protagonista de esta leyenda japonesa encuentra dentro de una caña de bambú a una niña que emite luz por sí misma. Coloca a la pequeña en la palma de su mano y se la lleva a casa, pleno de felicidad porque no tenía hijos y ahora esta pequeña se convertiría en su hija. Ni qué contar tiene la enorme alegría que esto significa para su esposa. 
Luego la historia se complica porque la niña se convierte en mujer en el breve plazo de tres días y tiene muchos pretendientes; pero sólo cinco de ellos perseveran manteniendo la guardia noche y día. Por supuesto son cinco personajes de alto linaje. Y estos cinco caballeros nobles, gracias a su paciencia, esperan la recompensa de obtener la mano de la bella y misteriosa Kaguya Himé, que así se llama la moza japonesa.

Esta historia de la perseverancia amorosa, - una variedad del estado de paciencia, me recuerda aquella de la poetisa Ono no Komachi y su enamorado Fukakura no Shosho.
Este permaneció en la puerta de la casa de la poetisa durante un número indeterminado de días como prueba de su amor constante. Prueba exigida por Komachi.
Algo parecido le fue exigido al emperador Enrique IV en Canossa, quién por el asunto de las investiduras a los obispos, y por haber llamado algunas lindezas fuera de tono al heredero de San Pedro, hubo de esperar en la nieve, no a la delicada poetisa japonesa, sino al fiero y anciano papa Gregorio, para que este levantara la excomunión que había lanzado sobre el joven emperador. Asunto este de las investiduras que a pesar de la espera quedó sin resolver.
Mi padre solía decir que la paciencia es la madre de todas las virtudes. El hombre paciente sabe a qué atenerse, quizás contemplando lo que a otro habría hecho abandonar. La paciencia se conjuga bien con el silencio, que es un elemento propiciatorio de la sabiduría. Quien mucho habla, escucha poco y menos aprende. Por lo general, los habladores son gente con prisa, inquietos hasta para perder el tiempo.
Otra forma de paciencia es esa que el inabarcable poeta romano Virgilio, nos dejó en uno de sus versos “labor improbus Omnia vincit” o lo que es lo mismo “El trabajo duro venció a todas las dificultades.” El lector habrá notado que me permito ciertas licencias en mis traducciones latinas al español. Volviendo a la frase de Virgilio, esa es la paciencia de quien se sabe no dotado especialmente para alguna labor, pero cada día dedica horas a mejorar en ese campo, aun sabiendo que habrá, finalmente, un tope, un non plus ultra, hasta donde llegará su capacidad, pero ese tope siempre estará tan lejos que no llegarán sus días para verlo alcanzado.
A veces la paciencia sólo es una muestra de que se sabe esperar el momento. El guerrero en el combate debe ser paciente, soportar la lucha hasta que vea un descuido en la guardia de su enemigo. Otra cosa es el caso de Maquiavelo, para quien la paciencia no existía y lo que se debía era crear el descuido del oponente.
Son formas de entender la existencia, esa cosa tan breve que a los vivos se nos antoja inextinguible.



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