jueves, 23 de julio de 2020

EL ENIGMA DE LAS PUERTAS


 


Álvaro Cunqueiro escribió un maravilloso artículo, como todos los de Álvaro Cunqueiro, donde contaba de un trovador gallego del siglo XIII, Francisco Esquío, que recorrió el camino desde Santiago de Compostela hasta Lugo para ver a su amada y entró en la ciudad portando una flor en la mano para la dama de sus sueños. En recuerdo de este hecho y por instigación de Cunqueiro, el ayuntamiento lucense hizo grabar una inscripción en la porta Miña de Lugo, donde puede leerse en gallego que por allí entró el trovador Francisco Esquío con una flor en la mano para ver a su amada ¿Quién que viaje a Lugo, no se fotografiará junto a la Porta Miña? Solo un hombre o mujer sin corazón podrá dejar de hacerlo.

 
Pienso que la inscripción más famosa en el frontispicio de una puerta es aquella que lee Dante Alighieri a las puertas del Infierno en su “Divina Comedia”, “
Lasciate ogne speranza, voi ch’entrate “On, tú que entras, abandona toda esperanza” Con razón al divino poeta le tiemblan las piernas, mientras que el alma de Virgilio, el poeta romano no menos divino, imagino que posa su mano fraterna sobre el hombro del florentino para insuflarle fuerza en el alma. Por cierto, el famoso “Il pensieroso” de Rodin, no es otro que Dante en el momento que debe tomar la decisión de atravesar la puerta maldita o quedarse fuera.

Esto de las puertas es un asunto curioso. La puerta no es solo un impedimento para penetrar en un recinto, también es un celoso guardián de lo que se esconde en el interior. Por eso hubo puertas que planteaban enigmas para ser abiertas y otras que conducían a lugares insospechados. A mí particularmente me divierte esa puerta del juego de la Oca que no conduce a parte alguna, en un juego, curiosamente, minado de signos mistéricos. No me son menos simpáticas esas puertas que se abren y dan paso a un campo abierto, muy amadas por los surrealistas y los aficionados a la marihuana.

Una puerta cerrada es algo tan inquietante que las normas de caballerosidad antiguas proponían que abrir la puerta y entrar a un habitáculo desconocido debía hacerlo en primer lugar el caballero para proteger a la dama. Muy divertida era también la norma de que al subir por una escalera, el caballero debía ir delante para no ver los tobillos de la descendiente de Eva; al igual que a la bajada por si la dama daba un traspiés tener un sitio mullido sobre el que caer, es decir la espalda del noble descendiente de Adán, quien muy posiblemente, el caballero no Adán, se dejase la nariz contra el suelo. Pero de esto hablaremos otro día.

De puertas inaccesibles sabía el poeta romano Ovidio, contemporáneo de Virgilio, quien en uno de los poemas de su “Arte de amar”, se queda sin poder disfrutar de su amada porque nadie le abre la puerta para pasar al interior de la casa. A pesar de sus ruegos, la puerta se muestra sorda e imperturbable y se queda cerrada. Parecido es lo que cuenta el poeta Propercio, contemporáneo de Ovidio, a quien la puerta no se le abre, pero es porque guarda a su amada, la de Propercio, y nuestro poeta sospecha que además también protege a un mocito pinturero que le está haciendo el amor a la dama. Y esto es lo que mosquea a nuestro ilustre poeta romano. Así que le dedica algunos improperios a la puerta y ya que estaba allí y por si estaba escuchando, también le regala algunos epítetos a Cinthia, su inmortal y en ocasiones infiel amada.

Me recuerdo muy joven leyendo las quejas de Ovidio a la puerta. Y lo original que me pareció entonces el asunto. Años más tarde me enteré de que en realidad era un motivo para ejecutar con variantes, la gracia estaba en la variante, dentro de la lírica romana a la que soy tan aficionado. Cualquier día tengo que darles un poco la paliza y charlar sobre poesía y poetas romanos, pero hoy no será ese el asunto.

Por una puerta inesperada entré en el beso famoso que se dan San Joaquín y Santa Ana, ante la Puerta Magnífica, al saber Joaquín que su esposa, Ana, ya entrada en años, estaba embarazada. En su seno portaba nada menos que a la Virgen María. 

El felicísimo esposo no puede resistir la tentación y al escuchar la noticia corre en busca de su esposa, la cual está corriendo en busca de su amado cónyuge y ambos se encuentran en las afueras de Jerusalén, junto a la Puerta Magnífica ¡Para qué luego diga Hollywood que esta escena típica de final de comedia romántica, la inventaron ellos!

He dicho que entré por la puerta de atrás porque primero escuché la composición de Liszt para piano, inspirada en la contemplación del cuadro de Giotto, luego vi el cuadro de Giotto, y finalmente conocí la historia que está recogida en el protoevangelio o evangelio apócrifo de Santiago. Este curioso Evangelio escrito hacia el 120 d. J. C. es la fuente principal para el conocimiento de la infancia de la Virgen María. Lo cual dejo aquí para ilustración de marianos y curiosos.

De mis puertas la preferida es la que esculpió el artista renacentista Ghiberti y cuya imagen reproduzco, no podía ser menos, en este artículo. Es conocida como la puerta del Paraíso y dicho nombre se lo impuso nada más y nada menos que Miguel Ángel Buonarotti, al contemplar la grandeza artística de la obra. 

Es una de las puertas del Baptisterio de Florencia. La obra se compone de diez escenas del Antiguo Testamento y para muchos es una de las cumbres del arte de todos los tiempos. Tras una inundación en Florencia, se decidió guardar la puerta en el Museo dell´Opera del Duomo y colocar en el baptisterio una réplica. Así que si quieren ver el original ya saben a dónde ir ¡Ah, Florencia, algún día tengo que visitarte!

Algunas puertas escondían terribles secretos como las puertas del castillo de Barba Azul. En ocasiones el juego es elegir entre tres puertas y cada una de ellas tiene colgado un letrero que parece indicativo de lo que se guarda en la habitación; pero, como ustedes saben, en la mayoría de las ocasiones se trata de un engaño. Así, estas puertas eran peligrosamente juguetonas. Y luego, están las caprichosas. Esas que solo se abren cuando les da la gana, simulando que la culpa es del pestillo, siempre tiene que haber niños que paguen los platos rotos, o que se ha hinchado por una inundación que nadie recuerda.

Pero la más caprichosa de todas, desde mi punto de vista, es la puerta que abre la caverna del tesoro de los cuarenta ladrones. Esta puerta malcriada solo se abre si se pronuncia su frase favorita: “Ábrete, Sésamo.” Y entonces, ella, toda solicita, se abre, quizás con un gesto de rubor al forastero. ¡Disculpen, pero no puedo resistirme a incluir este cartel tan kitsh, para una película basada en el cuento de Alí Babá y los cuarenta ladrones! Sepan que mi hermano tiene buena parte de culpa de esta inclusión porque, como el que aquí escribe, adora este tipo de carteles.

De todas las puertas que he conocido la más diabólica es la que atraviesa Alicia para entrar en el País de las Maravillas. Digo esto porque la de Dante mencionada al comienzo de este artículo, contenía una advertencia; la de Alicia no avisa, sencillamente deja pasar a un mundo terrible donde el conejo vive eternamente pendiente del reloj y jamás tiene tiempo porque siempre llega tarde ¿Les suena? Otros están condenados a vivir siempre en la misma hora, lo cual podría traducirse como esclavizados también por el tiempo, sumado a todo esto, pájaros que emprenden carreras absurdas en círculos y gobiernos que lo único que prometen es “¡Que le corten la cabeza!” Con razón muchos de mis amigos cuando se abre la puerta del libro de Alicia, la cierran con horror. El País de las Maravillas se parece demasiado a nuestro tiempo.


jueves, 16 de julio de 2020

JARIBU, LA CIGÜEÑA MUDA


      Pues sí, me he enterado esta semana, mire usted por donde, de la existencia de un pájaro que es mudo, como aparentaba serlo en el cine, Harpo Marx. Supongo que esta curiosa ave también estará exenta de ese pecado propio de estúpidos que es la envidia, porque de no ser así esta desafortunada cigüeña sería de plumaje amarillo que es, según la tradición, el color de ese mal que solo daña a quien lo padece y no hace bien a nadie. 

El pobre Jaribu está condenado a que los demás canten por él. Como me sucede a mí, no por mi mala cabeza, sino por mi mal oído musical.


El jaribu vive en Sudamérica y pertenece a la especie de las cigüeñas. Esas mismas que en otro tiempo anidaban en los campanarios de las iglesias cuando a nadie le molestaban las campanas, entre otras cosas porque marcaban las horas del día, avisaban del peligro, anunciaban las defunciones, los nacimientos, las bodas, etc. Las campanas eran como el noticiero municipal, pero en plan sonoro. Ahora están calladas. En mi barrio a un par de antipáticos debió molestarles una campana que sonaba los domingos a las 12 horas para llamar a los fieles a misa. Y como molestó a dos antipáticos, fastidiaron al resto que sí nos agradaba su sonido. Una pulsación no demasiada democrática.


En la Edad Media las campanas eran tan importantes que tenían sus propios nombres. Incluso hay por ahí canciones populares donde se establece un pequeño dialogo entre las campanas de pueblos colindantes. Eran conocidas por sus sonidos. Ninguna campana podía sonar igual que la del pueblo o la ciudad cercana, entre otras cosas porque esto podía llamar a confusión y tocando a arrebato darle un madrugón innecesario a los vecinos de otra población. Siempre me he sentido sobrecogido por el sonido de las campanas, incluso por su propia imagen que es la de una copa invertida.


A veces tenía la campana un uso inusitado como cuenta la leyenda de las campanas de Huesca, donde Ramiro II el monje, rey de Aragón, cortó las cabezas a doce nobles rebeldes y las utilizó de badajo para escarmiento del resto. Mientras las cabezas hacían sonar las campanas, Ramiro gritaba: ¡Sí suenan! ¡Sí suenan! Todo esto se había desencadenado porque algunos nobles, para cuestionar la autoridad de aquel abad metido a rey, se burlaron de las campanas que Ramiro había donado a una iglesia de Huesca, afirmando que no sonaban. Como puede verse, Ramiro no aceptaba bien las críticas.


Algunos siglos antes Almanzor había hecho transportar las campanas de Santiago de Compostela a hombros de esclavos cristianos para fundirlas y convertirlas en lámparas que iluminaran el interior de la mezquita de Córdoba. Siglos más tarde, cuando Al- Andalus cayó, esas mismas lámparas fueron devueltas a Santiago a hombros de esclavos musulmanes para ser convertidas otra vez en campanas. Esto es una imagen que simboliza magníficamente la importancia sentimental de la campana para el hombre medieval, quien es, no lo olvidemos, el abuelo de nuestra Europa contemporánea.


Supongo, porque suponer es gratuito, que la campana debió inventarse cuando alguien se dio cuenta de que golpeando el interior de un vaso campaniforme se producía un sonido. De aquí a poner el vaso al revés y buscar la forma de instalar un palito que colgando golpeara los lados de la campana debió haber un paso pequeño.  Como ya estoy suponiendo ¡qué más me da continuar! luego el hombre aprovechó la campanita e inventó el cencerro para colgárselo a los animales. Así sabía dónde estaba su animal y además producía un sonido armonioso, aunque no fuera una pieza de Bach, mientras araba o cualquier otra labor de estas que no son precisamente la quinta esencia de las variaciones.

Y un sacerdote avispado, de esos que se entretienen mirando el vuelo de los pájaros, pensó que el cencerro podía avisar a los fieles para acudir a misa, claro que no podía ser un cencerro común, sino que tendría que ser enorme, una campana, vamos. Y ya de paso, nuestro avispado sacerdote tenía un dos por uno, tenía su campana para llamar a los fieles y su campanario para observar las aves y las estrellas más de cerca. Quizás también para murmurar una oración a Niño Jesús en la Nochebuena.

El jaribu no puede hablar, pero el jaribu se las apaña golpeando cosas; así se comunica, como si fuera el badajo de una campana y toda la naturaleza su caja de resonancia. Aunque ahora pienso que es muy posible que yo esté equivocado y el jaribu no sienta envidia del canto ajeno, sino que le parece una costumbre horrible eso de vociferar y llenar el aire de sonido. Porque no siempre es agradable aquello que nos agrada ni desagradable lo que nos desagrada.


El jaribu se comunica como lo hacía el hombre primitivo y el indio norteamericano, a base de golpear un objeto produciendo una serie de sonidos rítmicos que no son palabras, pero sí imágenes de conocimiento de una situación. Aunque en este caso, el objeto golpeador sea su pico y no un palo o una piedra. No me figuro a esta enorme cigüeña llevando en su largo pico negro a un recién nacido. Más se asemeja a un pájaro funerario con su cuello y pico oscuros que a una portadora de felices noticias de natalidad. Pero no quiero dejarme influir por el aspecto, porque como usted y yo debiéramos saber, las apariencias engañan.

Por cierto, y ya que estamos suponiendo, esto de la baja natalidad que sufre Europa ¿No será porque ya no hay cigüeñas en los campanarios? ¡A ver si todo el problema de las tasas negativas de población que tenemos en el primer mundo se debe a que ya no suenan las campanas porque a dos antipáticos les molesta, y las cigüeñas no reconocen los sitios donde anidar como antaño lo hacían! Porque mudan están las campanas como mudos están los jaribus, y cabe preguntarse como hizo Hemingway ¿Por quién doblan las campanas, ahora que permanecen mudas?



miércoles, 8 de julio de 2020

EN EL TERRENO DE LO ONÍRICO

 

Como vivir es un ejercicio tan complicado tenemos que inventar cosas para que sea más liviano este caminar en ocasiones deambulante, en otras en línea recta ¡qué aburrimiento!, a veces haciendo círculos para no volver al mismo sitio o dando un gran rodeo para llegar a ninguna parte. No voy a descubrir ningún secreto si afirmo que también se camina en sueños.

En ocasiones soñar es una forma de evasión, un deseo de no existir, una evanescencia que se presenta como un analgésico contra el dolor de la existencia, que afirmaría cualquier poeta romántico. Pero, soñar en demasía, y quien escribe sabe bastante de esto, puede llevarnos a no vivir, a no existir, a olvidar lo que hay alrededor. A veces los sueños más hermosos tienen un trágico despertar. Abrir los ojos y ver que tus hijos han crecido mientras tú estabas en el monte Athos, nunca has estado allí, rezando con unos monjes inexistentes, no tiene gracia.

El sueño, en este caso el físico, ese que por la noche nos vence, eso que se llama dormir, era considerado por los antiguos griegos hermano de la Muerte. Morfeo, dios del sueño, y Thanatos, la personificación de la Muerte, eran hermanos. Ciertamente nada se parece más a estar muerto que estar dormido. Con una excepción, dormido soñamos.

Lo curioso, no sé si han percatado, es que los sueños del dormido no tienen nada que ver con los sueños de la vigilia. Lo que anhelamos despiertos rara vez se nos aparece en sueños, al menos de una forma positiva. Por ejemplo, en mi caso  llevo años esperando el sueño donde me subo en el caballo Pegaso y recorro tierras y mares. Nunca he volado dormido. Este rocín no viene a mi dormitorio si tengo los ojos cerrados y la respiración pausada.

¿Cuántos adolescentes que durante el día piensan en el amor de sus sueños, que besan apasionadamente sus labios dejando su marca en el viento, darían al mal postor media vida porque su amor apareciera en cualquier momento de la zona REM? ¡Ay, con cuanta pasión abrazarían esa nada generada por las neuronas cerebrales y no por una unión de óvulo y esperma! Y sin embargo, no sucede. La persona amada no aparece, excepto a algunos privilegiados, e incluso a estos se puede afirmar que en muy contadas ocasiones.

No todos los sueños de la vigila son de corte erótico, pero no quiero referirme aquí a esos sueños prosaicos consistentes en tener un coche mejor, un piso más grande, considero que eso no son sueños sino anhelos. El sueño debe poseer algo alado y algo de imposibilidad, ese humo que se desvanece en cuanto se intenta agarrar. El sueño debe participar de tigres que saltan sobre una mujer desnuda, como pintó Dalí. A esos sueños me entrego diariamente un rato.

Cuando alguien mira un paisaje desde el pico elevado de una montaña ¿ve con sus ojos o con los del sueño? Es indudable que existe el paisaje que ve, que le circunda, que le conmueve, pero ¿todo lo que está viendo existe? ¿No habrá pequeñas imágenes repartidas aquí y allá, asomando con timidez de muchacho asustadizo, que no pertenecen a la realidad, pero que conforman ese toque onírico en la realidad que conmueve al espectador?

A veces me pregunto ¿Qué soñaba un vikingo cuando veía el mar cubierto por la niebla? Quizás vio las imágenes de las valquirias siluetadas entre las nubes y soñó que eran nueve y que le esperaban para servirle una copa en el Walhalla. Quizás las vio con tanta certeza que creyó que era cierto y lo contó a sus compañeros y estos le creyeron porque mejor que ser polvo, pasto de los buitres, nada, es ser invitado a copas de hidromiel por doncellas tan hermosas que desafían a los sentidos.

Así el hombre sueña en la vigilia lo que no aparece en sus sueños de durmiente. Busca el consuelo que no encuentra despierto ni dormido. Sueña que es verdad eso de que él es lo más importante del Universo. No sueña el pobre en su pobreza, ni el rico en su riqueza, y que me perdone Calderón, sueña que tiene una oportunidad distinta a la que la vida le brinda. No sueña otra vida, sino un complemento a la que posee. Quizás también sueña que esta vida tiene un anexo post mortem, pero en eso ya no entro.

La imaginación, esa fuerza a la cual Aristóteles consideraba absolutamente necesaria para tener pensamientos de calidad humana, genera en el hombre sueños positivos, hermosos, pero también sueña monstruos y los transmite a la realidad. Y en la realidad cobran forma y vida. No son productos de la Naturaleza, son productos humanos que a fuerza de ser repetidos, de ser vistos con los ojos del alma o de la imaginación, terminan adquiriendo una corporeidad distinta a la física, sí, pero indudablemente corpórea. A veces, casi se les puede tocar.

Pero eso forma parte del juego de lo onírico en los sueños del despierto. Como afirmó Paul Valéry, - creo, - el blanco no puede existir sin el negro. La despreocupación de las valkirias risueñas está atemperada con la terrible amenaza de la llegada de Surf, quien durante la terrible batalla del Ragnarok quemará el Walhalla. La belleza de Galatea debe coexistir con la deformidad monstruosa de Polifemo. Así, incluso en sueños creados por la imaginación, el hombre, la mujer, compensa con contrarios la volición que motiva toda imagen de la mente.

Recuerdo aquella anécdota de Picasso. El genio malagueño estaba pintando el retrato de una mujer y alguien comentó que no se parecía a ella. Picasso respondió, “ya se parecerá.” ´Sabía que el tiempo terminaría creando el parecido entre modelo y retrato. Que los hombres encontrarían las similitudes en vez de las diferencias, o sencillamente que el paso del tiempo haría que la modelo fuese la mujer del retrato.

De igual forma que aceptamos sin comentarios ni asombros los mundos de la Divina Comedia o de los Sueños quevedianos, también aceptamos que imágenes creadas por nuestra mente formen parte de nuestro mundo real. Aunque sepamos que no es más que un sueño que mantenemos mientras seguimos despiertos.


martes, 30 de junio de 2020

EL SHOW DE TORQUEMADA


Un viejo aforismo, creo que andaluz, se asombra de que hay quien micciona en lata y no suena y hay quien lo hace en lana y suena. O lo que es lo mismo, todos los pájaros comen trigo y el que paga es el gorrión.

Esto viene a colación de que leyendo un volumen de la Historia de la Iglesia en España, que publicó la BAC, donde tan brillantes historiadores intervinieron, resulta que toda la mala fama de inquisidor ¿hace falta añadir un epíteto? se la lleva en la cultura popular Tomás de Torquemada, primer inquisidor general durante los Reyes Católicos; pero considero que igual o peor que este fue el inquisidor de Sevilla, Juan González de Manébrega, allá por 1500 y picos. Se montó en Sevilla, el reflexivo no está colocado al alimón, un show vergonzante, en un auto de fe gigantesco donde numerosas criaturas fueron a parar bien a la hoguera, bien a la cárcel perpetua, azotes, sambenito o a otro de los castigos por delitos contra la fe. Luego este repulsivo personaje se paseaba por el Guadalquivir en una barca adornada con sedas y seguido por una corte de criados y poetastros. Estos dos pájaros está claro que no mearon en lana, pero sólo uno de ellos,- el otro goza del olvido o del casi olvido-, suena.

No creo en el Infierno, pero no estaría nada mal que estos individuos penasen allí, entre suplicios acordes a su delito, eternamente su culpa. No recuerdo quien afirmaba que el mayor triunfo del Diablo es que ya nadie cree en su existencia. Entre ellos yo. Aunque nunca se sabe, porque el Diablo tiene fama de ser un tipo listo y hay que reconocer que la jugada sería todo un golpe maestro de estrategia. Desde luego los inquisidores fueron sus muy fieles servidores, exista o no este ente maligno y metafísico.

La palabra inquisición, que tiene su origen en la latina “inquerire”, es decir, investigar, parece que sólo ha quedado para registrar unos hechos que sucedieron en un pasado hoy lejano. Además, como el monopolio inquisitorial se le adjudica a la Iglesia. el asunto queda zanjado. Pero junto a esta palabra podríamos asociar otras, - como en esos juegos de cartas que pueden formar grupos -, así a “Inquisición” podemos asociar “Tabú”, “Herejía” y “censura”.

El asunto parece terreno exclusivo de historiadores, pero la brecha se vuelve a abrir cuando se vive en un estado perenne de alarma espiritual, íntima, un miedo a no decir lo que se debe decir, aunque sea lo lógico, aunque sea la verdad, sino lo políticamente correcto. En mis años de adolescencia escuché a alguien en televisión afirmar que durante el periodo franquista existían dos tipos de censura: “la estatal, que era dura, y la íntima, que era la más dura”. Actualmente hemos caído en la censura de lo políticamente correcto, de las plataformas solidarias y las reivindicativas. Una autentica apuesta por volver a estados totalitarios donde se nos diga no solo qué podemos decir, sino qué podemos pensar.

Nuestras brillantes democracias con su uso excesivo del buenismo, de escuchar a todo tonto o tonta, que en esto ni en lo demás quiero hacer separación de sexos, ha creado una nueva inquisición, tan poderosa que Torquemada y Manébrega palidecerían de envidia. 

 Ya lo advertía Ortega y Gasset, en El Espectador, allá por los años treinta, las democracias tienden a nivelar el rasero por lo bajo en lugar de hacerlo por la excelencia. A este respecto traía a colación esta anécdota que sucedió durante la Revolución francesa: una carbonera le gritó a una dama que iba en carroza: “¡Cuando vengan los míos, tú también recogerás carbón!” Craso error, advierte Ortega, debió decir: “¡Cuando lleguen los míos yo también iré en carroza!”

Tontos ha habido siempre y seguirán existiendo. Jesucristo dijo aquello de que “siempre tendréis pobres entre vosotros”, y entiendo que por un rasgo piadoso no añadió “y de tontos estaréis saturados”. El problema es que la estulticia ¡qué me gusta esta palabra! no tenía su púlpito desde el que hacer proselitismo. Era escuchada, sí, pero por su misma calidad de tontería sólo era tenida en cuenta por los tontos. Como ese primo humanista que es el único personaje de toda la novela que cree que Don Quijote es real.

Internet ha facilitado ese púlpito desde el cual todo practicante de la estupidez puede dar rienda suelta a su vocación expansionista. Se hace caso a toda estupidez que se propone enmascarada bajo el deshonrado manto de la igualdad, los derechos humanos o cualquiera de las otras ideas que hacen a la humanidad digna de llamarse humana. Y desde Twitter, Facebook u otra red social se carga sin vacilación sobre aquellos hombres que se ríen de las tonterías que proponen los idiotas.

Pongamos algunos ejemplos, ahora resulta que a un hombre negro, un color precioso, no se le puede decir que es de color negro. Particularmente, yo, que soy tostadito del sur de Andalucía, si fuera negro me parecería ofensivo que alguien me llamase hombre de color, como han impuesto los descerebrados. Soy un hombre o una mujer y mi color no tiene que ser cambiado por otro termino que es indeciso, casi indecoroso.

 En el idioma, pues el idiota no deja campo sin tocar, cuando hay un grupo de hombres y mujeres, emplear el término “nosotros” es contrario a la igualdad ¿saben que existe una cosa llamada “neutro”? como si al hablar de “las personas” los varones de esa reunión, se levantaran indignados por el uso de un femenino estando ellos presentes.

En lo político, los gobiernos tienen que estar conformado en igualdad de sexos y no por las personas más aptas para cada cargo. Según las nuevas normas regañar a un niño porque se ha portado mal, no es enseñarle que hay que comportarse como es debido, sino coartarle su libertada. Y así un largo etcétera de tonterías que estamos viviendo y que cada día amenazan con colgarnos sambenitos si no respetamos las normas de lo políticamente correcto que desde las redes sociales dictan los idiotas.

Una nueva inquisición se está tragando a la humanidad. Una inquisición no regida por feroces partidarios de una religión, sino por descerebrados sin cultura, que disparan contra cualquier cosa cuya defensa está de moda. Esa es la realidad, cruel realidad; no asistimos a una defensa por creencias, sino a una destrucción de elementos por seguir una moda que dice “disparen contra todo lo que les parezca que atenta a este hecho. Disparen y luego pregunten”. Consigna que se llevaba en tiempos de la guerra civil española.

Ayudados por los canta mañanas de algunas plataformas, los gobiernos están creando una red policial del pensamiento, como hubiese afirmado George Orwell, una castración de las ideas desde una visión paternalista donde se le indica al pueblo qué es lo bueno y qué es lo malo. Pero el problema es que yo ya soy mayorcito y si me equivoco prefiero hacerlo yo solito a que me equivoquen los demás.

Jamás he considerado a ninguna persona inferior por cuestión de sexo, color de piel o religión, y he procurado ir por la vida sin ofender a nadie. Creo que la mayoría pensamos así. Existe una minoría a la que nadie va a convencer de lo contrario. Esa minoría de intransigentes, de estúpidos que piensan que son superiores a los demás por cualquier cosa, porque en definitiva lo que les interesa es sentirse superiores. No siento lástima por ellos ni podrán jamás ser mis amigos.

Pero tampoco lo son aquellos que están cogiendo a la humanidad por el cuello en aras de la libertad, la igualdad, la fraternidad, montando un nuevo tribunal inquisitorial, donde solo valgan las expresiones que ellos consideren expresables, donde las ideas deban tener el formato que ellos deseen que tengan, y, sobre todo, donde la cretinez sea la vara que medirá el comportamiento social. Imagino a más de un miembro del Ku- Klux- Kan, aplaudiendo con lágrimas en los ojos.

Como dijo Groucho Marx, alguien que hoy sería vilipendiado por casi todos sus comentarios, “paren el mundo que yo me bajo”.


jueves, 4 de junio de 2020

LOS CUATRO DE LA SUERTE O ME GUSTA VERTE FELIZ

 


Decía Oscar Wilde que lo único que consuela al hombre por las tonterías que hace es el aplauso que él mismo se otorga por hacerlas. Siempre he considerado un poco vergonzoso el aplauso que se otorgan algunos individuos a sí mismos. Especialmente cuando el acto aplaudido puede ser una sinfonía del horror o del engaño.

Pero no voy a negar que yo soy también de los que de vez en cuando me doy unas palmaditas en la espalda, quizás en compensación con los crochet que a veces me atizo. Hay momentos en los que me siento orgulloso de mí mismo. Esos momentos no suceden cuando he realizado algo en beneficio propio, sino en el ajeno. 

No soy un santo ni un filántropo, pero sí soy sincero en la medida de lo posible; porque tampoco soy el único que tras haber recogido el bastón que se le ha caído al anciano, se siente un poco más feliz. Recuerdo un fandango que cantaba Antonio “El sevillano”, para mi gusto el mejor cantaor de fandangos, que decía: “Diez céntimos le di a un pobre/ y me bendijo mi madre/ ¡Qué limosna tan chiquita/ para recompensa tan grande!”. Millones de personas en el mundo experimentan el placer de ayudar a los demás, un placer mucho más intenso que el del avaro de Moliere.

Considero que ayudar a los demás es tan beneficioso que se podría considerar una suerte de egoísmo por la cantidad de endorfinas que desata. Parece que las cuatro sustancias a las que debemos el estado de felicidad son la endorfina, dopamina, oxitocina y serotonina. La antítesis de los jinetes del Apocalipsis, quienes, por cierto, también eran cuatro. Pero como esos son unos antipáticos hoy no vamos a dar sus nombres.

Como cuatro eran los tres mosqueteros, Athos, Porthos, Aramis y D´artagnan. Las agrupaciones bajo el número cuatro gozan de un privilegio especial. Sin tener el elitismo del número tres, la intimidad del dos o el aburrimiento del uno, no participa tampoco de esa tendencia al bullicio que comienza a partir del número cinco y se dispara desde que se reúnen seis o más personas.


Tiene el número cuatro la capacidad de parecer el número perfecto para cierto tipo de asociaciones. Cuatro nombres son fáciles de recordar. Así no es de extrañar que durante la presentación de los Beatles en un programa de televisión, allá por los orígenes de una carrera que cambiaría la música y la sociedad, el presentador grita: ¡John! ¡Paul! y ya apenas se le escuchó el resto a causa de los gritos de los fans, George y Ringo. En este punto les recuerdo que ustedes se saben de memoria el nombre de los mosqueteros nombrados más arriba.

Cuatro son los lados del cuadrado, el elemento perfecto para algunos místicos y el más asentado de todas las figuras geométricas. Cuatro los lados de un ring de boxeo, aunque curiosamente se llaman “ring”, anillo. Como cuatro eran también las esquinitas que tenía mi cama y cuatro angelitos me la guardaban, que me cantaba/ recitaba mi madre de pequeño y yo dormía a pierna suelta pensando que tenía cuatro ángeles velando por mi seguridad ¿A dónde habrán ido aquellos ángeles? ¿Existieron alguna vez? ¿Siguen a mi lado los cuatro? Yo los veía pequeñitos, en actitud orante, pero terribles en fuerza y sabiduría.


En nuestra cultura el número cuatro es representado por un símbolo que parece una silla invertida; pero los antiguos romanos debían representarlo como “IV”, y había un problema con esto, esas dos letras romanas eran precisamente el comienzo de “Ivpiter”, nombre del Señor del Universo grecolatino, así que para evitar problemas con el Todopoderoso los romanos ponían cuatro palitos seguidos “IIII”, cosa que con cualquier otra cifra estaría prohibida. Recuerden que ningún número romano podía repetirse más de tres veces consecutivamente.

Y siempre se ha dicho que para solucionar un imposible la cuestión se reducía a “cuadrar el círculo”. Me llama poderosamente la atención que con la importancia que ha tenido el número tres en nuestra simbología mística, el círculo se cuadre convirtiéndose en un cuadrado. Ignoro de donde viene esta reminiscencia del cuadrado como elemento subsanador de lo irrealizable.


¡Y ahora pienso que a ver si resulta que cuando se realiza una buena acción o se ayuda a otro sin pedir nada a cambio, el Universo te recompensa con cuatro veces el valor de lo realizado! Y llegan esos cuatro angelitos que guardaban mi cama y me muestran la sonrisa de mi madre. Si eso fuera posible, diría como los cuatro de Liverpool, “Leti t be”.


jueves, 28 de mayo de 2020

EL PESO DE LA NADA




Todos tenemos a alguien a quien debemos o debiéramos haber pedido perdón. Y todos tenemos a alguien que nos debe una disculpa. Como dice el Padrenuestro, el más sencillo y completo compendio de metafísica que el hombre pronuncia, “perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a nuestros ofensores”. Cuando yo era pequeño, de eso hace ya tanto que casi no me acuerdo, se decía: “perdona nuestras deudas”. Esto permitió a Benedetti, en su recreación sudamericana del Padrenuestro, decir, “y pues nos quedan pocas esperanzas, / perdona, si puedes, nuestras deudas/ pero no nos perdones nunca la esperanza”.

La disculpa a destiempo deja un mal sabor de boca, pero la que nunca llega a darse produce una úlcera en el alma. Siempre he entendido que se necesita mucho más valor para pedir disculpas que para el insulto; sin embargo, este último goza de mayor popularidad. Fuimos y somos educados para la violencia, lo que se llamaba, casi como un laudo, “la parte viril”, y no para la cortesía y la sensibilidad, esa “parte femenina”. Como esta estulticia se ha mantenido por los siglos de los siglos, el hombre, esa cosa pensante, piensa como una cosa y no como un hombre.

Nosotros, o algunos de nosotros, que no poseemos esa suerte de avaricia que desea que toda la vida sea hechura, en forma y semejanza de nuestros anhelos, quizás hemos sido malos estudiantes en la cuestión social, no hemos sacado buenas notas en la asignatura de “Sobrevivir en la ciudad.” No “sobrevivir en la jungla” porque esta tiene sus leyes naturales, también crueles, no nos engañemos, y con sus trampas físicas. Pero que nada tiene que ver a la mecánica de sobrevivir en las ciudades, en los hábitats del hombre.

Cuando un individuo antepone sus intereses a los de los demás, está dando una amplia prueba de su avance cultural, ha comprendido perfectamente las enseñanzas que se le ha brindado desde un púlpito donde en no pocas ocasiones se bendice la obtención del éxito sobre la conducta. La tan cacareada frase de Maquiavelo “El fin justifica los medios”, no se refería precisamente a que todo objetivo final vale, sino, y fíjense qué curioso, se refiere Maquiavelo a que, en ocasiones, la supervivencia de un pueblo, de un colectivo, depende del empleo de cualquier medio a su alcance para conseguirlo.

El éxito en nuestros días, y me temo que también en los pasados, parece una necesidad imperiosa. No se concibe una vida sin un margen elevado de alcances de lo propuesto y obtención de cuantiosos beneficios. Muchos lo sacrifican todo por conseguir el ansiado aplauso social debido a sus logros. Lo sacrifican todo, incluso sus vidas.

Por supuesto este artículo no es una apología del fracaso, sino todo lo contrario, o quizás ni eso. La cuestión es que en este juego de venturas y desventuras que se llama vida, no se puede andar con medias tintas porque luego no hay segunda oportunidad, y que me perdonen los que creen en la metempsicosis, y tampoco, una vez que el jugador es expulsado del tablero, podrá acodarse en la mesa y seguir viendo el juego, y que me perdonen los que creen en un Más Allá.

El éxito puede tener casi la misma cara que el fracaso. Por eso, no debiéramos asombrarnos tanto cuando alguien es capaz de soportar un fracaso, pero las rodillas le tiemblan cuando obtiene el éxito. Los antiguos griegos afirmaban ¿qué no han afirmado los antiguos griegos? que los dioses para castigar a los hombres, a veces les concedían sus deseos. O lo que es casi la misma historia, pero en plan laica: “Ten cuidado con lo que deseas porque puedes llegar a conseguirlo”.


Porque la prudencia es un difícil arte cuando se trata de ejercitarla sobre sí mismo. Nuestros deseos en raras ocasiones se convierten en motivo de reflexión propia. Y se suele confundir la obtención de lo deseado con el triunfo. Craso error. Por cierto, un ejemplo, Craso, que en su tiempo era el hombre más rico de Roma, un día tuvo el craso error de montar un triunvirato con Julio César y Pompeyo. Quien pudo terminar sus días plácidamente murió luchando contra los persas. Seguimos ignorando qué se le había perdido a Craso entre los persas. Quizás el ansia de poder o de gloria. Quizás una pataleta de quien lo tiene todo y aún desea más.

Una victoria pequeña no es un fracaso, tampoco lo es perder lo que nos sobra, dejar en un banco del parque la maleta repleta de diamantes porque es demasiado pesada, abandonar aquello que en realidad nos importa menos que nada, morir tocando mientras el Titanic se hunde, solo está derrotado aquel que lucha por intereses espurios. El mayor caprichoso es el que jamás se permite un capricho. Así es la vida. Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario, que llamaron a su divertida comedia, Miguel Mihura y Tono. En ocasiones lo más difícil es no ver el lado el lado surrealista de la vida, el complemento contrario a lo que sucede.



viernes, 15 de mayo de 2020

RUIDOS EN LA CASA


Ir a visitar museos y exposiciones es una sana costumbre que deberíamos los padres procurar crear el hábito en nuestros hijos. Yo lo he intentado. Ahí están mis hijos que pueden dar fe de que papá siempre les preguntó si querían acompañarle a una exposición. A veces incluyendo un pequeño soborno, aunque soy contrario a semejante práctica; como la visita a la exposición de Sorolla que tuvo su compensación en forma de  almuerzo en una cadena americana de hamburguesas.

Estimo que las exposiciones de arte son una sana terapia mental. Y esto, evidentemente, exige una explicación por mi parte, explicación que no sé si estoy cualificado para dar, porque hay cosas que se saben sólo intuitivamente, como afirmaba San Agustín, sobre el tiempo: “¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntas, lo sé. Si me lo preguntas, no lo sé”. Sólo por frases como estas, hay que leer a San Agustín, uno de los mejores escritores de los tiempos antiguos, medios y contemporáneos; aunque la modernidad repudie cualquier lectura que lleve el “San” delante. Estos, que no aquellos, se lo pierden.

Desde mi adolescencia he sido aficionado a visitar exposiciones, pues la visión de otras formas de ver el Universo, -todo hombre está condenado a ver el Universo a través de sus propios ojos, que decía Ortega-, es una sana costumbre, y me proporciona una perspectiva que por mí mismo no podría obtener. Hace décadas visité una exposición de arte originario de Zimbabue. Aluciné en colores y me traje dos estatuillas de ébano negro como regalo filial para mi padre, pues se acercaba su cumpleaños.



Aquellas estatuillas cuyas imágenes pueden ver en la foto, fueron rápidamente colocadas en el salón de la casa, junto al televisor o en un mueble. Desde entonces presidian el salón con su presencia, como unos pequeños, apenas 15 centímetros de altura, ídolos protectores del hogar.

Eso y no otra cosa eran los lares romanos. Existía la creencia y costumbre de que cada familia tenía unos dioses protectores personales. Las figuras de estos pequeños seres, que no pasarían de diminutos duendecillos y con escasos poderes, ocupaban en las viviendas romanas el lugar que actualmente ocupa el televisor, el centro del salón.

 Cuando leí esto en un ensayo de Roman Gubern, casi suelto la carcajada; pero, sí, hemos dado puerta a nuestros dioses lares, nuestra pequeña cantidad de espiritualidad, para meter en el hogar a un televisor y todo lo que esto tiene de bueno y de malo.
Cantó Konstantino Kavafis, el magnífico poeta, como al llegar al palacio de Nerón, las Erinis, diosas terribles de la venganza, auténticas furias del Averno, horribles de ver, reclamando la sangre materna derramada, ya saben que Nerón mandó matar a su madre Agripina, los lares domésticos huyeron en desbandada. ¡Pobrecitos! Debieron de escapar por las ventanas, chimeneas, hacerse un hueco en un boquete de la pared junto a las ratas, mientras las Erinis pasaban profiriendo sus gritos que agrietaban de sangre las paredes.

Es posible que los dioses lares tengan su origen en el culto a los antepasados, a los cuales se les consideraba también protectores de la gens, es decir de la familia, pero en un sentido mucho más amplio, abuelos, primos, sobrinos, y no sé si incluir a algún cara que viviese de gorrón a costa de un miembro de la familia. Los romanos tenían también la costumbre de poner los bustos de sus antepasados en la casa, exactamente igual a como luego se pusieron enmarcadas las fotos de los abuelos y de los padres, ya fallecidos.

Particularmente, nunca me ha gustado esta costumbre necrofílica. No soy de panteones domésticos. Pero el romano antiguo sí lo era. Y como el romano antiguo lo era, Europa lo fue durante muchos siglos, justito hasta mediados del siglo XX, en que algunos descreídos como yo, pensamos que mejor guardar los recuerdos en el corazón que tenerlos exhibirlos en esas fotos en blanco y negro. Y se quitó a otro de los elementos protectores de la casa.

Si recuerdan la película Mulán, de la Disney, en dicha película vemos a los familiares ya fallecidos, actuar como agentes protectores e incluso veladores del buen nombre de la familia.

Entre los antiguos beduinos preislámicos se consideraba de   una estirpe singular aquel hombre elegido jeque de la tribu y cuyo padre y abuelo también habían sido elegidos jeques. Pero en el desierto, con tanta calor, no se puede cargar con penates ni dioses tutelares.

Finalmente, la figura de los dioses lares, de donde viene la palabra latina Lar, para designar el espacio doméstico, fueron expulsados del salón. Cada uno buscó donde situarse en la casa. 

El cristianismo sustituyó a estos lares por sus santos e imágenes de Cristo y Vírgenes. El Sagrado Corazón o una Virgen protectora, se colocaba en lugares visibles del salón. Algo desplazados del centro y del lugar a donde se dirigían las miradas, pero aún estaban allí. Con el tiempo, también los hombres los desplazaron de sus corazones y del salón pasaron en algunos casos al dormitorio, en otros al cuarto de los niños, para ejercer otra vez la misión protectora. En otras, desaparecieron.

Esos ruidos que a veces se escuchan por la noche y que suponemos producidos por los muebles, por las paredes, en algunos casos incluso debidos a fantasmas, pienso ¿serán los dioses Lares que asoman de sus escondites y luego se dan una vuelta por la vivienda para vigilar que todo está en orden para la familia?

Está claro que el lugar preeminente del mundo doméstico es el salón. Allí se suele comer y discutir las decisiones familiares de cierta importancia. Nadie discute con su hija en el cuarto de baño o en el trastero si le compra o no la moto. Es en el salón donde esto se discute y se toma las decisiones más convenientes para el bienestar de la familia, bajo la mirada y el consejo del dios protector o Lar.

¡Ay, no! ¡Perdone! En ese lugar está el televisor.